Inauguralismos democráticos
«El apoyo a Feijóo que recogen las encuestas sugiere que el apetito de cambio esconde un anhelo de inmovilidad»
Empieza el curso político y uno ha perdido ya la cuenta de las ocasiones en que se ha proclamado el inicio del curso político: entre nosotros todo son rentrées. Y aunque hemos de disculpar a la industria cultural por anunciar sus novedades con el boato de siempre, la vida democrática no habría de subirse con tanta facilidad a la montaña rusa del cortoplacismo. Sin embargo, eso es justamente lo que hace: las sucesivas convocatorias electorales definen la estrategia de los partidos y sus gabinetes difunden sin pausa historias más o menos fantasiosas acerca de cambios de rumbo, procesos de escucha y refundaciones orgánicas, mientras los medios de comunicación explotan la naturaleza sincopada de la actualidad con el apoyo entusiasta de los usuarios de las redes sociales. Parecemos griegos a la espera del kairós, ese tiempo extraordinario que trae acontecimientos inesperados; si no fuera porque un kairós que tiene lugar cada dos semanas no es mesiánico kairós sino vulgar spin. Y aquí estamos de nuevo, aburridos con el eterno retorno de una legislatura en la que pasan muchas cosas sin que pase realmente ninguna.
Pero la atención de la mayoría se va concentrando: queda menos de un año para las elecciones municipales y la oposición encabeza las encuestas. El verano ha traído consigo la predecible constatación —decreto de ahorro energético mediante— de que el PSOE no tiene ninguna intención de buscar acuerdos con el PP. ¿Por qué habría de hacerlo? Gobierno y oposición son la pareja de baile de cualquier democracia representativa. El problema es que el gobierno exige de la oposición que apoye sus decretos sabiendo que no lo hará, procediendo luego a insultarla: ¡no firma sobre la línea de puntos! Si algo ha cambiado, es que la disposición al acuerdo de Feijóo —sea real o fingida— resta verosimilitud a la acusación y dificulta que el Gobierno se presente como injusta víctima de sus pérfidos rivales. De ahí que la parte socialista del Gobierno difícilmente pueda reinventarse con éxito a estas alturas: ni siquiera la demonización de la gran empresa puede funcionar como revulsivo cuando uno viene entendiéndose con Podemos o Bildu. Se explica así el ímpetu con que los ministros socialistas se han lanzado contra el líder popular: hay que decir que Feijóo es lo mismo que Casado, —o algo incluso peor— justamente porque Feijóo nada tiene que ver con Casado. De momento, al interesado le basta con hacer la esfinge: si diera detalles de lo que piensa hacer, emborronaría el folio en blanco que ahora mismo simboliza.
En los flancos del sistema de partidos, la dialéctica entre novedad y repetición adopta tintes distintos. Mientras que Podemos intensifica su pugnacidad legislativa, volviendo una y otra vez a sus temas fetiche, Yolanda Díaz prolonga la incertidumbre acerca de su proyecto político: esa novedad de novedades que quiere ser Sumar y que quizá habría funcionado mejor si su líder no llevase varios años en el Gobierno. Si no llevase varios años en el Gobierno, por lo demás, nadie la conocería; a veces resulta difícil mantener un equilibrio. En el centro, Ciudadanos lucha por sobrevivir entregándose al inauguralismo más voluntarista: una refundación que no descarta el cambio de nombre. Y a la derecha, Vox se estanca precisamente porque su novedad se ha desgastado; han dejado de ser jóvenes y en todo caso pierden efectivos —Olona— en lugar de ganarlos. Sobre el agotamiento de la potencia emocional del procés como activador de entusiasmos colectivos, en fin, poco puede añadirse ya.
«La promesa inauguralista la representa hoy un señor gallego que ha gobernado su comunidad durante cuatro legislaturas»
Irónicamente, pues, la promesa inauguralista la representa hoy un señor gallego que ha gobernado su comunidad durante cuatro legislaturas; alguien que quiere proyectar valores tan aburridos como la gestión prudente o el pragmatismo ideológico. Ya que la democracia mantiene una relación íntima con la promesa de novedad, el apoyo a Feijóo que recogen las encuestas sugiere que el apetito de cambio esconde un anhelo de inmovilidad: pasamos a toda velocidad de la turbopolítica a la ciclopolítica. Está por ver si la proyección internacional de Sánchez conseguirá frenar esa tendencia, elevándolo sobre la prosaica realidad nacional y devolviendo al líder socialista el brillo que parece haber perdido; no en vano, también Europa es aficionada a los discursos grandilocuentes sobre ese tiempo nuevo que no siempre llega. Y si lo hace, cuidado con él: podría ser distinto al que soñamos.