Reencarnaciones
«España nunca ha sabido irse, pero nadie le ha ayudado a quedarse: es su fatalidad»
Juan Goytisolo hacía apología de La historia de los heterodoxos españoles no por el valor de la obra en sí –que lo tiene y mucho–, sino porque en sus tomos había encontrado aquellos autores y libros que la Historia oficial ocultaba. Eso decía. De hecho, la obra magna de don Ramón Menéndez y Pelayo le sirvió de filón a Goytisolo para la escritura de una de sus mejores novelas, Reivindicación del conde don Julián y también para el sostén intelectual de algunos aspectos de su propio personaje. A él mismo me refiero.
La historia de los heterodoxos españoles y la leyenda de la venganza del conde contra el Rey Rodrigo, sin olvidar ‘El Romancero’ español –‘ya me comen, ya me comen/ por do más pecado había’–, forman lo que Henry James llamaba el ‘envés del tapiz’ novelesco de Reivindicación… Las que mordían eran unas serpientes que dormitaban en el sepulcro de piedra donde el rey Rodrigo se había escondido, herido de muerte, al perder la batalla de Guadalete contra la morisma. Y el lugar donde le mordían las sierpes era el apéndice carnal empleado con Florinda, la hija del conde don Julián, gobernador de Ceuta y traidor por venganza familiar. Círculo cerrado.
O eso creíamos, porque parece que los hay que toman la leyenda por la historia y me temo que es el caso de la exministra Trujillo que insiste en el papel de don Julián descafeinado y llama anomalía a la españolidad de las africanas Ceuta y Melilla. O sea que en el año 711, Ceuta era una ciudad que pertenecía a los visigodos hispanos y en 2022 es una anomalía histórica. ¿Y Melilla? La ciudad más mestiza y tolerante de España desde el siglo XV –convivencia entre judíos, cristianos y musulmanes–, sí ha sido durante tiempo una anomalía precisamente por esa convivencia, pero por nada más. ¿Qué es una anomalía y qué no lo es? Ya puestos, una nación, por ejemplo, es una anomalía rodeada de otras anomalías, las otras naciones, pero sus habitantes necesitan saber cuáles son los límites de la casa donde viven. Y que les muevan muros y tabiques no deja de producir anomalías bastante más serias que la mera retórica ú ocurrencia políticas.
«La corriente indigenista americana ha hecho que aquella España por la que suspiraban en Sudamérica y México hace décadas se convierta en una bestia negra con un argumentario absurdo en el tiempo»
Ocurre a veces que no ser de un lugar hace opinar sobre ese lugar con una ligereza extrema, ligereza que a veces es pura irresponsabilidad y otras simple ignorancia. Que en Marruecos consideren Ceuta y Melilla una anomalía, por llamarles algo, entra dentro de su lógica; que lo diga una ex ministra de España, da la impresión de que no. Ni siquiera don Julián –nombrado gobernador por el mismo rey que contribuiría a derrocar– diría algo así; para él la anomalía fue la rijosidad real ejercida por las bravas contra su hija. Tanto que los invasores musulmanes la llamaban La Cava, que si no me equivoco era un sinónimo de prostituta. En fin.
Nuestra tradición nos enseña que mejor poca broma con según qué asuntos. Porque España nunca ha sabido irse, pero nadie le ha ayudado a quedarse: es su fatalidad. Me refiero a que la echan. Los que puedan, que recuerden la vergüenza de Guinea: por la puerta de atrás y todos callados. O el Sáhara y su postdata ahora. No pasa lo mismo con Francia. Los franceses, por ejemplo, tienen la habilidad de seguir ahí de donde salieron: comercial y militarmente: lo ves en bastantes naciones africanas y alguna de Oriente Medio. En cuanto a los británicos, tienen la Commonwealth, que es la pera y lo veremos de nuevo ahora con los funerales de la reina Isabel II. Pero la corriente indigenista americana ha hecho que aquella España por la que suspiraban en Sudamérica y México hace décadas y a la que tanto ayudaron durante y después de la Guerra Civil –¿qué hubiera sido de tantos exiliados españoles sin México, por ejemplo?– se convierta en una bestia negra con un argumentario absurdo en el tiempo.
Ahora bien: una cosa son las colonias y otra la imposibilidad física y metafísica de que España pudiera irse de España, una tesis delirante fruto de una frivolidad política, ésta sí una anomalía. O debería serlo, porque hoy día la frivolidad en lo público es habitual. Parece que el espíritu de don Julián regresa difuminado y habrá que averiguar quién será Florinda y quién don Rodrigo. Aunque sospecho que éste será un asunto de la prensa del corazón.