El retorno de los brujos
«Los ilusionistas del poder nos engañan con viejos trucos y nos encanta que nos engañen porque preferimos el mundo que nos pintan al que nos espera ahí fuera»
El oficio de editor permite disfrutar de conversaciones inteligentes con personajes extraordinarios. La semana pasada tuve la fortuna de gozar de la charla que mantuve con el filósofo Javier Sádaba, acompañado por la crítica literaria y editora Ángeles López. Y así, a lo largo de la reflexión conjunta sobre su próxima obra, surgió el recuerdo de El retorno de los brujos, un libro que marcó época. Coincidimos en que sus postulados aún seguían vigentes, explicando, en parte, la extraña realidad equívoca que percibimos en estos tiempos preturbulentos, habitados por la inquietud y el temor.
En 1960, Louis Pauwells y Jacques Bergier publicaron con gran éxito Le matin des magiciens. Sus ventas superaron los dos millones de ejemplares, éxito que se replicó en otros muchos países, entre ellos España, donde sería publicado en 1961 bajo el sugerente título de El retorno de los brujos. Sus autores postulaban que, tras los tiempos de la razón, iniciados desde la Ilustración y consolidados por el industrialismo y cientifismo del XIX y XX, regresaría la magia. Y, como ejemplo, mostraban diversos temas esotéricos y parapsicológicos que llamaron poderosamente la atención a una sociedad que se suponía venía de vuelta de los irracionales miedos de aldea. Después, ya sabemos cómo soplaron los vientos de la historia.
Como Pauwells y Bergier pronosticaron, el interés por la irracional creció más allá de lo que hubiera podido resultar previsible. Desde entonces, hasta ahora, el interés por el misterio y los seres de la noche ha conseguido grandes audiencias en todo el mundo. En España, por supuesto, también. El psiquiatra Jiménez del Oso marcó toda una época en nuestro país, con sus míticos programas de televisión Más allá y La puerta del misterio. El gran profesional Íker Jiménez continuó su estela con su exitoso programa de Cuarto Milenio. Podríamos recordar otros buenos programas de radio y televisión, así como películas de cine, publicaciones y libros sobre la materia, pero con la muestra es suficiente, ya que simplemente queríamos mostrar la idea madre, la de que el misterio nos atrae tan poderosamente hoy en día como en el ayer remoto de nuestros ancestros. En efecto, pudiera parecer que la magia, la adivinación y los seres fantásticos son propios de los tiempos oscuros en los que nos agrupábamos alrededor de las hogueras para escuchar los relatos de chamanes y hechiceros. Sin embargo, no es así. La magia nos ha acompañado, sin solución de continuidad, desde nuestro origen como especie hasta nuestros días, en los que, lejos de menguar, antes pareciera que el gusto por lo esotérico se acrecienta y extiende.
«Los magos e iluionistas son hoy influyentes porque medran en los círculos de poder»
Vivimos tiempos mentirosos en lo que nos cuesta discernir entre lo real y lo fingido, entre la verdad y la falsedad. Ese límite difuso es el reino natural del ilusionismo. Sabemos que es mentira, pero nos parece verdad. Los magos e ilusionistas son hoy poderosos e influyentes, porque no sólo se encuentran en teatros o gabinetes de esoterismo y adivinación, sino que conviven y medran en los círculos de poder, como desde siempre ocurriera. Griegos y romanos consultaban a sus augures antes de la batalla y visitaban a oráculos y sibilas para tratar de conocer el porvenir que los caprichosos dioses les tenían reservados. En el libro Historia de la magia,
de Juan Luque, publicado por Almuzara, se da a conocer la evolución del ilusionismo desde la prehistoria hasta la caída de Roma. Después, las brujas, las pestes y el milenarismo nos aterrorizarían durante la Edad Media. Ni siquiera la luz del humanismo renacentista logró disipar las brumas de las creencias esotéricas, como bien pude comprobar en un corto viaje que este verano realicé a la dulce Francia.
El Loira, abrazado por bosques y castillos, nunca defrauda. Sus châteaux nos hablan de poder, de lujo, de historia y sensualidad, pero también de magia, adivinos y augures. Así, por ejemplo, en el hermoso castillo de Chaumont, descubrimos que Catalina de Médicis gustó de rodearse de astrólogos como Nostradamus (1503-1566), que pasó largas temporadas bajo su techo y con el que compartiría confidencias, temores y visiones. Pero no fue el gran y enigmático Nostradamus el único huésped visionario de la Médicis. Aún se conserva la habitación de Cósimo Ruggieri (¿-1615) que, según la leyenda, adivinó cuántos años reinarían cada uno de sus hijos. Los magos en la Corte no son cosa de remotos egipcios ni asirios, sino que prolongaron su influencia a lo largo de los tiempos.
La magia nos atrae poderosamente sin que alcancemos demasiado bien a comprender el porqué de su poder de seducción. Pagamos para que nos engañen con trucos de magia ingeniosos e indescifrables. Los grandes ilusionistas se convierten en personajes de masas. Bien cerca de Chaumont se encuentra la ciudad de Blois, que domina el Loira desde su castillo real, frente al cual se erige la Casa de la Magia Robert Houdin, un museo nacional dedicado a los grandes magos franceses contemporáneos, entre los que destaca con nombre propio Robert Houdin, nacido y criado en Blois, en el seno de una familia de relojeros, considerado como el padre de la magia moderna. Su fama y prestigio trascendió fronteras y tiempos, al punto que el joven Erik Weisz, impresionado tras la lectura de sus memorias, decidió tomar su apellido como nombre artístico, naciendo el celebérrimo personaje de Houdini, quizás el mago, ilusionista y escapista más famoso de todos los tiempos. Sorprendentemente, años después, no sabemos si por responsabilidad, por celos o por afán de monopolizar el nombre, escribió en 1908 la obra Desenmascarando a Robert Houdin, en la que le acusaba de haber robado los inventos y trucos a otros magos desconocidos.
«Arthur C. Clarke afirmaba que cualquier tecnología suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia»
Los magos siguen llenando teatros de gentes deseosas del asombro de sus portentos inexplicables. Pero, en estos tiempos de guerra, debemos recordar que el ilusionismo también fue utilizado como una poderosa arma bélica. Jasper Maskelyne fue un célebre mago e ilusionista británico de la primera mitad del siglo XX. Su función más recordada es la que celebró a lo largo de la II Guerra Mundial, donde propuso a su ejército algo insólito: engañar al enemigo nazi con trucos de ilusionismo. Y lo consiguió. Su epopeya queda brillantemente retratada en el libro El mago de la guerra, de David Fisher, Almuzara 2012, con el sugerente subtítulo de ¿Puede la fantasía derrotar al mejor armamento? Sus trucos ocultaron ejércitos, crearon regimientos fantasma y falsos objetivos que lograron engañar al mismísimo Rommel, el astuto Zorro del Desierto.
Ahora que nos adentramos en metaversos y mundos virtuales, la realidad se confundirá con lo vivido en el espacio. La física cuántica nos descubre portentosas propiedades y comportamientos de las partículas atómicas que bien hubieran podido parecernos cuestiones esotéricas hasta que la ciencia descubrió los secretos esenciales de la materia y de la energía, que como sabemos, vienen a resultar la misma cosa. Arthur C. Clarke, célebre autor de ciencia-ficción, formuló en 1962, su ensayo Perfiles del futuro, lo que vino a denominar como Tercera Ley de la Tecnociencia, que afirmaba que cualquier tecnología suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia. Y tenía razón, como comprobamos en los límites cuánticos de la vanguardia física.
Pero más allá de la física y de la razón, existen en nuestra mente espacios irracionales y oscuros que tienen a creer en lo increíble. Y uno tiene la sensación de que, como bien afirmó el sabio Sádaba, los brujos retornan para confundirnos con la niebla del misterio. La razón parece que retrocede frente a las brumas del relato mágico. Ver para creer. Y mientras nos entretenemos con quiromancias, sahumerios, karmas, auras, limpiezas y demás terapias sanadoras, los ilusionistas del poder nos engañan con los viejos trucos tan conocidos como eficaces. Manejan falazmente el relato, los medios, el conejo de la chistera y la carta de la manga. Y nosotros, con gran alborozo, aplaudimos sus trucos y embelesos. Nos encanta que nos engañen porque preferimos el mundo que nos pintan al que, en verdad, nos espera ahí fuera, con sus fauces ya salivando. Atención, que los brujos ya están aquí, con su manto de tiniebla y miedo. ¿Por qué? Pues porque entre todos los invocamos y ellos, desde el inicio de los tiempos, jamás renunciaron a la llamada suicida de sus víctimas.