Urge modificar la estrategia contra el cambio climático
«El plan actual está condenado a reducir el crecimiento occidental cuando no a llevarnos a una recesión y a hacernos depender aún más de países autoritarios»
El cambio climático es real. La temperatura ha subido notablemente desde hace 150 años, y con especial rapidez desde los años 70.
El cambio climático es, en todo o al menos en parte, antropogénico. La emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera y los cambios de usos del suelo deben incrementar la temperatura terrestre, según el conocimiento científico existente desde hace más de un siglo. Hay cierta discusión en torno a qué porcentaje del calentamiento habido hasta la fecha (poco más de un grado desde la mitad del siglo XIX) se debe a esas emisiones y cambios y cuánto a la variabilidad natural, pero a día de hoy hay un gran consenso en que la mayor parte de dicho calentamiento se debe al ser humano (aunque en ningún caso consenso significa verdad absoluta, pues puede cambiar en base a nuevas evidencias).
En cambio, existe notable incertidumbre respecto al calentamiento que producirán unas determinadas emisiones de gases de efecto invernadero. Desde 1979, en que por primera vez se alertó del potencial problema, y pese a un avance computacional impresionante, los modelos climáticos de circulación global discrepan enormemente en el valor de la sensibilidad climática en equilibrio (lo que se calentará la Tierra cuando se haya duplicado la concentración de CO2 en la atmósfera y el sistema tierra/océanos haya alcanzado el equilibrio). No solo eso: los modelos climáticos cada vez discrepan más, hasta tal punto que el último informe del IPCC AR6, en vez de tomar la «media» de los valores de dichos modelos como hasta ahora, aporta un «menor peso» a aquellos cuyos resultados peor se compadecen con las evidencias empíricas. Los modelos climáticos, cuanto más complejos son, peor parecen pronosticar la evolución de las temperaturas en función de las emisiones de CO2 (aunque seguro que tienen muchas otras utilidades donde mejoran las prestaciones de sus antecesores). Y las pronostican peor por sobreestimación del calentamiento existente. La generación de modelos CIMP3 ‘acertaba’ mejor que la CIMP5, y esta a su vez bastante mejor que la CIMP6 (que incluso ‘sobrecalienta’ bastante las temperaturas pasadas).
Hay aún mayor incertidumbre respecto a los impactos que este calentamiento global puede causar en el planeta, y en las vidas y propiedades de los hombres. Sí hay para el IPCC ya claras evidencias de que el nivel del mar ha subido y sigue subiendo, de que las olas de calor aumentan (con certeza casi total), de que también lo hace a nivel global la frecuencia e intensidad de precipitaciones extremas (según el IPCC con al menos un 66% de probabilidades), y de que hay al menos un 50% de probabilidad de que se haya incrementado a nivel global la superficie afectada por sequías «agrícolas y ecológicas» (es decir, por una menor humedad en el suelo). En otras áreas, como sequías hidrológicas o meteorológicas o inundaciones no detectan de momento tendencias apreciables.
Hasta la fecha, y según el consenso de los que estudian los aspectos económicos del cambio climático, su impacto ha sido muy pequeño y hasta levemente positivo. Aunque toda la comunidad científica coincide en señalar que los posibles impactos negativos aumentarán con el incremento del calentamiento causado por nuestras emisiones.
Es decir, que sea o no un problema en este momento concreto, sí es posible o incluso probable que, si no se estabilizan o reducen las emisiones, llegue a ser un problema real en el futuro. Y sin lugar a duda es un problema político de primera magnitud, como demuestra el número de líderes internacionales que han firmado el Acuerdo de París.
Lo primero que se debe hacer al enfrentarse a un problema, y particularmente a un problema político, es conocerlo y entender las implicaciones socioeconómicas y políticas del mismo y de sus posibles soluciones.
Además de real y probablemente antropogénico en todo o en su mayor parte, lo primero que hay que entender es que el cambio climático es un problema global. Somos todos los seres humanos, en nuestra actividad diaria, los que emitimos CO2. Lo hacemos con las actividades agrícolas y ganaderas que satisfacen las necesidades nutricionales de casi 8.000 millones de seres humanos. Lo hacemos al transportarnos, al fabricar bienes, al protegernos del frío o del calor o produciendo la energía necesaria para realizar todo lo anterior. Pese a titulares malintencionados como «x empresas emiten el 80% de la contaminación que genera el cambio climático», la realidad es que esas empresas lo único que hacen es proporcionarnos los bienes y servicios que demandamos para mejorar nuestras vidas.
Al tratarse un problema global, no es un problema que pueda resolverse porque un país o un grupo de países decida descarbonizarse por su cuenta. Especialmente teniendo en cuenta que cinco países (China, EEUU, la India, Rusia y Japón) emiten anualmente más del 60% del total de los gases de efecto invernadero a la atmósfera. Resulta evidente pues que aunque la Unión Europea (que representa poco más del 7% de las emisiones totales) o España (bastante menos del 1%) dejaran de emitir CO2 por completo en 2050, en 2030 o mañana mismo, el «termostato terrestre» que muchos imaginan movido únicamente por nuestras emisiones de CO2, prácticamente ni se enteraría si varios de esos cinco grandes «emisores» no hicieran lo mismo.
Tras entender que el cambio climático es un problema global, toca asimilar que todas nuestras actividades emiten CO2. No se trata únicamente de «descarbonizar» la producción de electricidad y los vehículos ligeros (siendo la descarbonización de esos sectores un reto mayúsculo que requiere de inversiones gigantescas), sino también de reducir el impacto de nuestras actividades agrarias y ganaderas, de la industria (por ejemplo, los procesos actuales de fabricación de carbón y acero emiten CO2 independientemente de la fuente energética que se utilice para los mismos) o del transporte aéreo o marítimo. En una palabra, para descarbonizar el planeta van a hacer falta mucho más que renovables y Teslas. Y para descarbonizar el sector eléctrico a base de solar y eólica, como pretenden algunos, va a hacer falta almacenamiento eléctrico a gran escala en plazos y cantidades virtualmente imposibles de aquí a 2050.
«Los que se preocupan porque los efectos del cambio climático se cebarán con las regiones más pobres ‘olvidan’ que mata mucho más una Naturaleza ‘benigna’ en una población pobre que una algo más ‘agresiva’ en las ricas»
Además, y teniendo en cuenta que, como decíamos al principio, la causa del calentamiento global es probablemente en gran parte nuestras emisiones de CO2, conviene repasar por qué hemos emitido CO2 y a dónde nos ha llevado hacerlo. Y no hace falta entrar en demasiados análisis para comprobar que la Humanidad vive hoy su mejor momento. Muchas más personas viven vidas más largas y de mucha mejor calidad gracias al desarrollo económico causado por el descubrimiento y la explotación de energía fósil barata, abundante, gestionable y disponible. La esperanza de vida se ha duplicado, la riqueza per cápita se ha multiplicado varios órdenes de magnitud, la pobreza extrema y menos extrema se ha reducido de manera espectacular y la mortalidad infantil se ha dividido por 10 en poco más de un siglo.
Y, sin embargo, queda mucho por hacer. Más de 800 millones de personas están malnutridas en el mundo (han bastado un par de años de recesión y debilitamiento del comercio internacional y de encarecimiento de la energía para incrementar esta cifra en más de 200 millones), 700 millones no tienen acceso a agua potable y alrededor de 1.500 millones carecen de luz eléctrica. Cualquier estrategia de descarbonización que no contemple la mejora sustancial del nivel de vida de regiones como la India o África no solo estará condenada al fracaso, sino que se podría considerar directamente un plan criminal, en mi opinión.
A menudo los que se preocupan mucho porque los efectos del cambio climático se cebarán con los habitantes de las regiones más pobres ‘olvidan’ que mata mucho más una Naturaleza ‘benigna’ en una población pobre que una algo más ‘agresiva’ en poblaciones ricas. La probabilidad de fallecer hoy en un suceso climático extremo a lo largo de nuestras vidas es 50 veces menor que la que tuvieron los nacidos antes de que comenzaran nuestras emisiones de CO2. Por lo tanto, si lo que realmente les preocupa del cambio climático son los efectos del mismo en el mundo en desarrollo, lo que deberían procurar esos activistas bienintencionados es el rápido desarrollo económico de esas regiones subdesarrolladas, incluso si eso implicara incrementar temporalmente las emisiones de gases de efecto invernadero.
Actualmente, y con diversas variantes, las diferentes estrategias propuestas para combatir el cambio climático y/o descarbonizar nuestra economía son las siguientes:
Decrecimiento
Esta estrategia podría formularse así: «La economía libre y el capitalismo salvaje son incompatibles con los recursos disponibles en la Tierra. Si seguimos así vamos directos al caos. El poder político debe planificar y controlar la economía, forzando a consumir menos a los ciudadanos, incrementando el reciclaje y restringiendo ciertas actividades como los viajes ‘prescindibles’ para evitar que la avaricia de unos pocos destroce el planeta y nuestro futuro común».
Entre los defensores de esta estrategia están en general y con algunos matices los herederos ideológicos de Malthus, los peakoilistas, partidos políticos de extrema izquierda y ciertas organizaciones transnacionales como el Foro Económico Mundial.
¿Ventajas del decrecimiento en un proceso de descarbonización? Que inicialmente produciría una reducción de emisiones. Hemos tenido un bote de muestra gratis de decrecimiento en 2020, año en que se produjo la mayor caída porcentual y absoluta de emisiones de CO2 de la Historia, por cierto.
¿Inconvenientes? Todos. Decrecimiento implica recesión. Y la recesión provoca un aumento del hambre y la pobreza. Y en el caldo de cultivo del descontento social causado por la pobreza y el hambre germinan maravillosamente el autoritarismo y las guerras. Por no hablar de que, probablemente y pasada la primera reducción, muchos de los países experimentando ese decrecimiento intentarían revertirlo utilizando cualquier fuente de energía barata (como el carbón), lo que quizá provocaría un rebote de las emisiones.
«No hacer nada»
Los defensores de esta estrategia la podrían definir como: «El cambio climático no es un problema hoy. La libertad económica y el ingenio humano nos dotarán de la tecnología necesaria para adaptarnos a los cambios que puedan venir, sin necesidad de ningún tipo de apoyo público o planificación política».
Los defensores de esta estrategia son algunos economistas y think tanks liberales, y quizá cierto sector del Partido Republicano en EEUU.
La ventaja fundamental de esta estrategia es que maximizaría la libertad y el crecimiento económicos que, hasta la fecha y quién sabe si en el futuro, han preparado al ser humano para adaptarse a los cambios negativos que se puedan producir en su entorno.
Por el contrario, los riesgos de esta estrategia son, por un lado, que las emisiones podrían continuar creciendo, pudiendo llegarse a un punto en que los daños sean irreparables o los costes económicos demasiado grandes (no parece que antes de varias décadas), y por otro que nos topáramos de repente con un agotamiento súbito de las fuentes de energía fósil que causara un gran encarecimiento de sus costes en muy poco tiempo, lo que se traduciría en recesión y pobreza rápidamente y con poco tiempo para ‘reaccionar’.
Estrategia superficial ‘de moda’
Su formulación teórica es: «El cambio climático es la gran amenaza de nuestro tiempo. El poder político debe forzar la reducción de emisiones mediante la aplicación de impuestos desincentivadores, subvenciones a alternativas libres de emisiones, y prohibiciones de ciertas tecnologías. Y debe hacerlo ya, independientemente de que esas políticas encarezcan la producción de energía o disminuyan la productividad del transporte, causen inflación o empobrezcan a la población».
Ejemplos de medidas asociadas a esta estrategia son las subvenciones a la compra o fabricación de coches eléctricos o a la instalación de autoconsumo solar, primas o subvenciones a la producción con energías renovables, prohibición de circulación o venta de vehículos de combustión, subida de impuestos verdes a carburantes, derechos de emisión de CO2, etc.
Los proponentes de esta estrategia son la práctica totalidad de los líderes occidentales, partidos progresistas y conservadores (PP y PSOE en España), y muy en particular la Unión Europea, que combina esta estrategia con elementos de la estrategia de decrecimiento (solo así puede explicarse que, en su documento ‘Fit for 55’ aspiren no solo a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino a reducir de manera dramática el consumo de energía final -y no solamente mediante medidas de eficiencia energética).
La principal ventaja de esta estrategia, muy conveniente para políticos occidentales que piensan a corto plazo y en términos de ‘hacerse la foto’ a efectos de imagen pública, es que inicialmente produce una reducción de emisiones, y la sensación clara de ‘estar haciendo algo’ para solucionar ese cambio climático que políticos y medios de todo el mundo, y particularmente europeos y americanos, han contribuido a identificar con un Apocalipsis casi inminente.
Los inconvenientes como estrategia global, por desgracia y como empezamos a atisbar, no son pocos:
- Es una estrategia parcial. Solo ataca una parte del problema. Prácticamente se olvida de segmentos para los que, hoy, no existe ninguna alternativa mínimamente viable (aunque fuera más cara que los procesos actuales): producción de cemento o acero, agricultura, ganadería, etc.
- No soluciona completamente las emisiones generadas al producir electricidad. Mientras el almacenamiento eléctrico a gran escala no sea competitivo y escalable en magnitudes enormes, muy alejadas de las previsiones actuales de futuro, no será posible reemplazar al 100% las centrales fósiles, si queremos que al apretar el interruptor siembre se encienda la luz. O, si se logra, será a un coste mucho más caro que el actual, disminuyendo el crecimiento potencial de la economía. Lo mismo sucederá con los vehículos eléctricos: mientras no se solucionen definitivamente problemas como el alto coste de adquisición, la extracción exponencial a costes razonables de materias primas como litio, cobalto o níquel para producir “nuevos vehículos eléctricos”, la reducción del tiempo de recarga o la autonomía, no se podrá sustituir la flota de vehículos actuales sin reducir de forma dramática el crecimiento económico potencial y la productividad asociada.
- Además, las medidas adoptadas en la puesta en marcha de esta estrategia son profundamente regresivas: afectan desproporcionadamente más a los ciudadanos más pobres (pensemos en el encarecimiento del precio del carburante o del recibo eléctrico mediante impuestos verdes, primas a las renovables o derechos de emisión de CO2), o incluso resultan en una transferencia de rentas desde los ciudadanos más pobres hacia los más ricos (los mileuristas subvencionan a ciudadanos acomodados varios miles de euros en el coste de adquisición de vehículos eléctricos o paneles solares para chalés -coches y casas con los que esos mileuristas solo pueden permitirse soñar).
- Al desincentivar la inversión en energía fósil (¿quién quiere invertir miles de millones de dólares en extraer unos productos que, supuestamente, tendrán consumo decreciente desde hoy y consumo cero en 2050?), inevitablemente producirá (lo está haciendo), ante el menor tirón de la demanda (recuperación post covid) o disminución de la oferta (guerra de Ucrania) fuertes tensiones en los costes de carbón, petróleo y gas, provocando inflación primero y probable recesión después
- Si no se piensa muy bien en las necesidades de nuevas materias primas y en el plazo para obtener las mismas en función de los objetivos temporales predeterminados (net zero 2050), y en los países donde se ubican las reservas de esas materias primas (de momento y de manera fundamental China, África y Sudamérica), nos podemos (vamos a) encontrar con que es imposible extraer las cantidades necesarias, y con shocks temporales en los precios que pueden hacer imposible la Transición en los términos definidos.
En definitiva, y en mi opinión, esta estrategia mainstream está condenada a reducir el crecimiento potencial occidental cuando no a llevarnos a una recesión de largo plazo, a la imposibilidad de reducir las emisiones a cero en los plazos definidos, y a hacernos depender aún más que en la actualidad de países aún más autoritarios, caprichosos e inestables que los que hoy por hoy son actores fundamentales en la producción de energías fósiles. No es casualidad que las dos últimas décadas sean las de más débil crecimiento del PIB per cápita en Europa, y que países como España lleven casi 20 años con un crecimiento nulo de su renta per cápita y sus salarios.
Creo, en definitiva, que urge cambiar la estrategia global, y particularmente la europea, de lucha contra el cambio climático.
Me permito a continuación exponer, meramente como material de reflexión, cómo intentaría yo enfocar este problema si, Dios me libre, yo estuviera en los zapatos de Úrsula Von der Leyen o de cualquier líder europeo. Y como este es un ejercicio de periodismo ficción, me permito redactar el discurso que, como presidente de la Comisión Europea, me gustaría hacer durante la vigésimo octava cumbre del clima, en noviembre de 2023 (me temo que a la de noviembre de este año llego tarde…).
«La energía es la sangre del bienestar humano. Gracias a su dominio, producción y consumo creciente el ser humano ha pasado de las cavernas a explorar nuestro sistema solar, mejorando y alargando por el camino la vida de miles de millones de individuos. Las energías fósiles han sido clave en este florecimiento de la Humanidad, y aún hoy representan más del 80% de nuestro consumo de energía primaria. Sin embargo, nos enfrentamos a un posible agotamiento de las mismas y son formas de energía con inconvenientes asociados, como por ejemplo la dependencia estratégica de países inestables, la contaminación, o el cambio climático. Cambio climático que es un problema real y global, y cuya solución futura requiere del desarrollo de tecnologías potencialmente disruptivas CO2 free en todas las áreas de actividad humana que hoy generan gases de efecto invernadero, con un coste y productividad iguales o mejores a los de los procesos actuales. Este último punto es fundamental: si el reemplazo de las formas de energía, procesos y tecnologías actuales se produjera por otros más caros o menos productivos, estaríamos destruyendo riqueza, crecimiento potencial y condenando a la pobreza a muchos millones de personas.
Es por ello que la Unión Europea, por acuerdo unánime de sus líderes a los que represento en esta Cumbre, ha decidido modificar su estrategia de lucha contra el cambio climático. Estamos convencidos de que la solución a este problema no puede pasar por el decrecimiento económico, por reducir las libertades individuales y económicas cuya bandera porta orgullosa la UE desde hace 70 años, o por aplicar parches en forma de prohibiciones o subvenciones que incentiven la aplicación de tecnologías ineficientes que reduzcan el potencial de crecimiento económico europeo o mundial. Cinco países emiten casi el 60% del total de los gases de efecto invernadero en el mundo. La UE representa apenas el 7% del total. Sin dejar de procurar reducir ya nuestra huella de carbono y mejorar la eficiencia de los recursos empleados en nuestras actividades, con énfasis especial en la energía, todo lo que hagamos (aunque redujéramos el 100% de nuestras emisiones mañana mismo), tendrá influencia prácticamente nula en el clima, y por el contrario podría dañar enormemente el bienestar de los europeos.
La Unión Europea puede y debe sin embargo ser el líder principal de la descarbonización mundial. Sin renunciar a reducir sus emisiones donde económicamente tenga ya sentido, pero apoyándose en sus fortalezas fundamentales: su avanzado desarrollo económico y tecnológico, la competitividad de sus empresas, y el talento de sus ingenieros, investigadores y profesionales en general.
Es por ello que, durante el periodo 2025-2040, la UE se compromete a impulsar una inversión total del 2% del PIB europeo anual, compartida al 50% por el sector público y el sector privado, y enfocada en la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías CO2 free con objeto de mejorar en términos de coste y productividad a las tecnologías y procesos actuales. Hablamos de un esfuerzo inversor con pocos precedentes, superior a cinco billones de euros, y dirigido a todas las áreas en que las actividades humanas actualmente generan CO2: generación de electricidad, climatización, transporte de bienes y personas, agricultura, ganadería, industria, etc.
En paralelo, los países miembros eliminarán desde 2025 todas las subvenciones y primas actualmente no comprometidas contractualmente, derogarán las prohibiciones de venta de vehículos de combustión interna y permitirán sin restricciones adicionales a las ya existentes la exploración y extracción de materias primas, energías fósiles incluidas, facilitando los trámites burocráticos para acelerar el desarrollo de nuevos proyectos.
La Humanidad va a experimentar durante las próximas décadas dos procesos transformadores a nivel global: la electrificación y la eliminación progresiva de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. El ‘Nuevo mundo’ será probablemente menos intensivo en combustibles fósiles, pero más en bienes de equipo y en soluciones y servicios tecnológicos. Y el propio proceso de esta transición requerirá de cantidades ingentes de Energía, necesaria entre otras cosas para extraer las materias primas necesarias para las nuevas infraestructuras.
El plan que hoy presentamos permitirá a Europa atraer a los profesionales más preparados de todos los rincones del planeta y fortalecer la inversión en nuestro continente de industrias nuevas y existentes de alto valor añadido, relanzando el crecimiento económico europeo y la continua mejora de nuestros niveles de vida».
Soñar es gratis.