THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

No pidas nunca perdón y otros mandamientos para sobrevivir a lo ‘progre’

«No se tratará de mandatos religiosos; nos conformaremos con ayudar a cuantos se sientan amenazados por la marea de izquierdismo que hoy nos circunda»

Opinión
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No pidas nunca perdón y otros mandamientos para sobrevivir a lo ‘progre’

Las Tablas de la Ley Mosaica y el comienzo de cada uno de los Diez Mandamientos en hebreo. | Ji-Elle (Wikipedia)

Cuenta una vieja anécdota que cierto granjero había extraviado su sombrero de paja. Transcurría un tórrido agosto, notó su pérdida un sábado por la tarde y no deseaba aguardar al lunes para comprarse uno nuevo. Así que le vino a las mientes un plan. Al día siguiente, en misa, se agenciaría un sombrero cualquiera de los que se depositaban en el perchero de entrada al templo.

Ahora bien, quiso la Providencia que aquel domingo el sermón del párroco versase sobre los diez mandamientos. Al finalizar la ceremonia religiosa, nuestro granjero permaneció sentado en su banco: había renunciado a su planificado hurto. Es más, debido a cierta amistad que mantenía con su sacerdote, tras un rato se acercó a la sacristía y decidió encomendársele. «Padre», le dijo, «voy a confesarle que hoy vine a la iglesia con la intención de robar un sombrero a hurtadillas. Pero cuando usted llegó al séptimo mandamiento, ‘no robarás’, me sentí un tanto avergonzado. Y, además, cuando usted llegó a la parte del ‘no cometerás adulterio’, ¡recordé por fin dónde me había dejado el sombrero!».

Más allá de este lance, es indudable que el decálogo con que Moisés descendió del monte Sinaí ha prestado múltiples servicios en los últimos 3.200 años de historia. Mas no es la única recopilación de mandatos con tal virtud. El jesuita Baltasar Gracián, por ejemplo, quiso completar esos diez mandamientos con otros 300 aforismos: lo hizo en su Oráculo manual y arte de prudencia, todo un manual para sobrevivir a tiempos ajetreados, recomendado hace poco por Elon Musk en su cuenta de Twitter.

La iglesia católica también posee su recopilación propia (los cinco mandamientos de la Santa Madre Iglesia); el islam, sus famosos cinco pilares; el budismo, su óctuple noble sendero. Espero que se me perdone la osadía si un servidor aspira a integrarse en tan egregio linaje y se atreve a aportar sus propios consejos. No se tratará de mandatos religiosos; nos conformaremos con ayudar a cuantos se sientan amenazados por la marea de progresismo, wokismo o izquierdismo que, como a los hebreos mientras cruzaban el mar Rojo, hoy nos circunda. ¿Cabe alguna pista que nos guarde del mal entre tales asechanzas? Propondremos cuatro:

1. No pedirás nunca perdón cuando te acosen con tus faltas

Este mandamiento puede resultar paradójico. Al fin y al cabo, tanto la Biblia como las buenas madres nos han invitado siempre a pedir disculpas, arrepentidos, cuando hayamos hecho algo mal.

Sin embargo, ese consejo bíblico-materno da por supuesto algo que hoy se nos ha derrumbado. En nuestra civilización de siempre, la civilización cristiana, cuando uno pide perdón cabe esperar que, tras pagar por sus faltas y mostrar propósito de enmienda, tal perdón se le conceda. Ya no ocurre así.

Cuando se levanta una cacería progresista contra un tenor de ópera por sus cortejos amorosos de antaño, cuando se acosa a una tuitera por cualquier chiste inapropiado, cuando un país sumido en la inflación y los abusos del Gobierno dedica una semana a criticar las gamberradas de un colegio mayor, el objetivo que se persigue no es que tenor, tuitera o colegiales pidan perdón y puedan, luego, reintegrarse a su vida habitual. El objetivo reside más bien (la palabra es de estirpe progresista) en «cancelarlos». Borrarlos de la vida pública. Maldecir su memoria. En lo que a la opinión pública concierne, exterminarlos.

Por eso, aunque se les exige que pidan perdón, lo que vendrá después para esos reos no será la redención de sus faltas y una nueva vida limpia, sino la confirmación de su culpabilidad. «Ha pedido perdón, se ha humillado: nos corrobora que hicimos y haremos bien en humillarlo» es el lema del wokismo actual.

De ahí que, bajo esas nuevas reglas del juego, carezca de sentido participar en tan tétrico ritual. No darás al progre la carnaza que desea. Jamás tuvo sentido pedir aquello que no se nos dará. Necio resulta pedir peras al olmo o liebres a la mar. No implores al woke el perdón que no te concederá nunca.

Ello no obsta, claro, para que sí debamos perdonar a quien nos lo pide, si su conversión es sincera: no nos convirtamos nosotros mismos en progres. Pongamos el caso de nuestro ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska. Es un buen ejemplo de lo que venimos explicando: esta semana, pese a que los muchachos del Colegio Elías Ahúja hubieran pedido perdón por sus gansadas, se ha negado a saldar su culpa. El ministro que tan bondadoso se muestra con asesinos etarras ansía más y más humillación para aquellos cuya única culpa es bramar obscenidades.

Ahora bien, imaginemos que un buen día Marlaska contempla su actitud cruel con los débiles y laxa con los sanguinarios, y siente ante ella la misma repugnancia que hoy ya percibe cualquier ojo recto. Imaginemos incluso que entonces decide cambiar de vida, pedirnos perdón, pagar por sus fechorías, emprender un nuevo camino. ¿Deberíamos perdonarle? ¡Por supuesto! Nada hay más hermoso que ver cómo el estiércol moral puede convertirse en bello clavel ético.

Eso sí nos diferenciará de los progres: nosotros sí perdonamos. Pero no les pediremos perdón a ellos.

2. No adorarás a ningún dios (aunque sí a Dios, si quieres)

Este segundo mandamiento es válido tanto para creyentes (que pueden verlo complementario al primero del Sinaí) como para no creyentes, a quienes solo se les pide coherencia: no elevéis a sagrado ningún diosecillo.

Su utilidad hoy es esencial. Ha pasado ya el tiempo en que se cuestionaba la validez de todo, el tiempo en que se derribaban las viejas estatuas, el tiempo del relativismo. Entramos en la época en que comienzan a erigirse nuevos ídolos. Sus nombres los conocemos: son los dioses progresistas del wokismo. Feminismo radical, lobismo LGBTI, minorías raciales o étnicas, lenguas minoritarias… pertenecer a cualquiera de esos grupos te eleva por encima de los demás mortales, exige a los demás sacrificios (cuotas, lenguaje políticamente correcto, subvenciones) y adoración (no blasfemes contra ellos, se te cancelará).

Pero ¿y si nos negamos a rendirles todo tributo? Al fin y al cabo, sus pies son de barro: se elevan por encima de nosotros solo porque algunos los portan en andas. Dejemos a los progres con sus nuevos dioses. Resistámonos a compadrear con ellos, como los antiguos cristianos prefirieron dar su vida antes de arrodillarse ante paganos. (Te pongas como te pongas, no, el coste que te supone a ti rechazar las nuevas divinidades es menos gravoso que acabar engullido por un león del Coliseo, así que no remolonees). 

Si eres ateo, lo que estoy diciendo te liberará de acabar en una nueva pleitesía. Si eres creyente, ya sabes que solo debes rendir culto a otro, al verdadero Dios: ese Dios que, a diferencia del nuevo feminismo, no favorece siempre a la mujer, sino a quien sea justo, porque es Dios de Justicia. Ese Dios al que, a diferencia del nuevo wokismo, no exclamará nunca que las vidas negras importan (BLM), sino que importan todas, porque es Dios de Vida. Ese Dios que, a diferencia del nuevo progresismo, no pretende curar una opresión pasada oprimiendo hoy al grupo opresor de antaño, sino reconciliando a todos, pues es Dios de Reconciliación.

3. Darás batalla

Ha ya tiempo que se discute en España esta cuestión: ¿debemos prestar o no batalla (cultural, claro, nadie habla –aún– de echarse al monte)? En el campo político, tenemos al partido mayoritario en el centroderecha, el PP, que desde hace lustros ha renunciado a ello (excepciones pintorescas aparte): prefiere limitarse a gestionar la economía cuando llega al Gobierno porque el PSOE la ha destrozado. No modifica las leyes ideológicas socialistas (memoria histórica, violencia de género, aborto…) porque no ha luchado por unas ideas diferentes a las socialistas. Todo eso resulta «mucho lío», argüiría el gran promotor de este PP domesticadito, don Mariano Rajoy Brey.

«Ni siquiera te estoy pidiendo que entables batalla: solo te pido que te des cuenta de que ya te la han declarado. Cuanto ahora te resta se reduce pues a dos opciones: rendirte o no rendirte»

En el campo de la opinión pública también hay unos pocos que escriben en contra de batallar en la cultura. Acaso el más divertido sea aquel publicista que rechazaba tal lucha porque, según él, hoy en día el establishment, la cultura que nos rodea, la hegemonía predominante son de derechas. Ergo ¿para qué batallar, si ya hemos ganado? Nuestro autor vive en un país con unos 100.000 abortos anuales, donde las asistentes sociales preguntan a los tetrapléjicos si desean que el Estado los mate, donde pronto prohibirán a todo terapeuta sugerirle a una niña que quizá sus tribulaciones psicológicas no provengan de su presunta transexualidad… pero, por algún motivo, nuestro autor considera que lo que hoy prima por doquier es lo conservador. Así que le resulta demasiado belicoso eso de batallar. Y tilda de cafre a quien lo intente.

Pero tú no te busques tan ridículas excusas. Tampoco seas de esos católicos que creen que Jesús era Gandhi, y que Gandhi se negaba a dar guerra con sus ideas. En realidad, ni siquiera te estoy pidiendo que entables batalla: solo te pido que te des cuenta de que ya te la han declarado. Cuanto ahora te resta se reduce pues a dos opciones: rendirte o no rendirte. ¿Decidiste lo primero? Entonces ahórranos al menos las excusas psicodélicas. ¿Te negaste a defenderte frente a los malos? Abstente también de endilgarnos las defensitas de esa renuncia tuya a cuantos estamos un tanto ocupados, porque sí batallamos por lo bueno.

4. Sé feliz

Este mandamiento solo en apariencia se asimila a aquel famoso consejo de Isabel Pantoja, cuando sugería a su atribulada pareja mostrar una sonrisa abierta con que mortificar a sus rivales. Pues mientras nuestra folclórica se limitaba al contento externo, aquí voy a recomendarte la felicidad verdadera. Hoy luchan dos visiones del ser humano en Occidente: la wokista y la de toda la vida. Solo vencerá esta última si mostramos que sigue siendo aquella que hace la vida mejor.

Nuestros progres afirman que el mundo avanzará si las víctimas se enseñorean del espacio público; nosotros hemos de mostrar que eso anima al victimismo, y que el victimismo hace infelices. Nuestros progres aseveran que la sumisión a sus dogmas te proporcionará una vida cómoda; nosotros debemos mostrar que de puro cómoda, eso no es vida. Nuestros progres aseguran que te convertirás en un monstruo si osas desafiarlos; nosotros hemos de mostrar que el perdón, la ironía y la justicia que heredamos de quien aprendió a vivir antes de nosotros (nuestros antepasados) nos vuelven más altos.

Así que sé feliz con rabia, casi a bocados.

La felicidad no es pasarlo bien ni sentirte a gustito (eso déjaselo a quienes renunciaron a la batalla porque prefirieron ser contratistas de ideas ajenas).

La felicidad es solo una cosa: mirar tu vida y, aunque dolorido, aunque vapuleado, aunque lleno de nostalgias y quizá algo temeroso, confesarte a ti mismo: «Sí, esto va por su camino, esto nos está quedando como debe. Lo que aprendí de otras vidas nobles lo estoy aplicando. Voy a mejorarlo porque el trayecto hasta ahora recorrido me lo pide. Pero, oye, parece que nos está quedando bien».

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