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El picadillo joseantoniano

«El Gobierno preparaba una exhumación electoral para autoconsumo ideológico de alguien cuyo ideario ha quedado anacrónico. Pero la familia ha parado el circo»

Opinión

José Antonio Primo de Rivera. | Europa Press

Muchos estaban medio olvidados, pero ahora han vuelto a sacar los gusanos de los grandes muertos de la Historia de España. Cegados por su cultísima ignorancia de lo que ocurre en la calle, de los problemas del ciudadano español, el Sánchezgabinete preparaba una exhumación doble para el autoconsumo ideológico y de cara a las elecciones. El picadillo joseantoniano era el plato especial de la casa que iban a ofrecer a sus votantes.

Quizás sea la sangre española o el instinto de raza el que, instintivamente, lleva a nuestros socialistas autóctonos a disfrutar con estas cosas. José Antonio era un niño bien fino y revestido de una causa personal, familiar: reivindicar la figura de su padre y otra mesiánica, la unidad de destino de España. La familia ha difundido esta semana parte de su testamento, y en particular estas palabras, que imaginamos con voz de plegaria o con el romanticismo de la voz de José Antonio, esa voz beatífica ensayada, que si le pudiéramos poner un órgano de iglesia de fondo, sería celestial: «Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles». Son las mismas palabras que recitaba Abascal el otro día en un macroevento con disfraces. Quitando el polvo de la estantería de los discursos de antaño ha vuelto a lucir su mensaje y ese look repeinado de curilla camuflado que tenía José Antonio. Su voz acariciadora alcanzó tantos éxitos de ventas discursográficas que ya quisieran Julio Iglesias o la propia Marta Sánchez.

«La exhumación quería honrar un mundo gris y rencoroso, que nos lleva de nuevo al guerracivilismo»

Los buenos oradores pueden hacer pensar a los autómatas y sacarnos del atroz ostracismo, y también tienen el poder de avivar pasiones dormidas en los ciudadanos. Este era tan fino que decía cosas como que la Falange practicaba la dialéctica de los puños y de las pistolas. Las palabras de José Antonio han resonado estos días, como un discurso romántico que logra seducir de nuevo a los desenamorados de la causa criminal. Ese discurso de casta divina o diva, como de plegaria para que el españolito deje las guerras municipales. Todo esto aplaca la enorme carga de rencor y desilusión que arrastra nuestra izquierda nostálgica. Por un lado vemos a los líricos del historicismo, por el otro están los polemistas de la venganza, todos muy nostálgicos, pero unos de la negrura y otros de la unidad de destino. La exhumación bien fijada en el calendario electoral, a la hora gloriosa de las elecciones, quería honrar a un mundo gris y rencoroso de pedagogos y funcionarios, de tertulianos, ministros y asesores mal vestidos que nos lleva de nuevo al guerracivilismo.

En el imaginario socialista había una ilusión, un vago sueño de Sánchez y Bolaños. Ya esperaban ver a los españoles tirándose de los pelos por un alguien a quien nadie ha leído y cuyo ideario ha quedado anacrónico. Y de repente, han salido los propios familiares a parar este circo. Un respiro, o sea. Estos socialistas han llegado tarde y mal a la historia. No sospecharon que tendrían que competir con el mejor orador de la derecha española. Ese deseo de José Antonio, ese «ojalá fuera la mía la última sangre española…» se ha escuchado bien, y ha conseguido atraer, si no la reflexión meditativa, la más pacífica de las nubes astrales. José Antonio fue un gran orador, y aunque estemos con el sopor más profundo, sus palabras podrían batir un nuevo récord de ventas. Los españoles nos nutrimos de grandes nombres, los subimos a las alturas y los bajamos a los infiernos. José Antonio siempre se quedó a vivir en las alturas. Su exhumación será privada, como pide la familia, «sin que pueda convertirse en una exhibición pública propensa a confrontaciones de ninguna clase entre españoles».

2 comentarios
  1. Ubimoras

    ¿Ideario anacrónico? Pues del comunismo y el socialismo qué me dice.

  2. ToniPino

    José Antonio se arrepintió en la cárcel y a última hora de sus actos y propuso la reconciliación nacional y un gobierno de concentración en que no habia falangistas ni comunistas, aunque nunca renegó de su ideología nacionalsindicalista, un fascismo a la española con elementos católicos en que la violencia no quedaba excluida, como en otros partidos de la época de izquierdas y derechas. Sincera o no, quizás su propuesta fue el último intento de salvar su vida.

    José Antonio fue ejecutado y su sangre, que no fue la última, fue derramada como consecuencia del odio que él, los suyos y sus enemigos políticos sembraron los años anteriores, durante aquella república fallida que fue el contramodelo de nuestra democracia. Más que alabar el deseo del fundador de la Falange de que su sangre fuera la última derramada, como hizo Abascal, creo que debemos quedarnos con la lección de qué fue lo que llevó a que José Antonio fuera eliminado, como ocurrió con miles de españoles en aquella guerra civil. No es Jose Antonio un personaje precisamente antipático a algunos dirigentes y votantes de Vox.

    La exhumación pública que el Gobierno tenía prevista cumplía un doble objetivo: intentaba alimentar el voto de izquierdas, pero también el voto a Vox para dividir a la derecha. Quizás el desenterramiento no hubiera tenido mucho efecto electoral, pero, en cualquier caso, la familia Primo de Rivera ha sido hábil y ha dicho que con exhumación de su antepasado no había juego electoral.

    La exhumación de José Antonio era inevitable, según una nueva ley. La familia Primo de Rivera se ha adelantado y ha pedido su exhumación, que entonces será privada, evitando el espectáculo público y que el Gobierno se apunte un tanto político a costa de su antepasado. También debemos quedarnos con esta lección de hoy: la historia es historia y no debe emplearse para la lucha política actual, como hace la izquierda socialista y podemita y Vox.

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