THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Una bomba atómica no es para tanto

«Las redes sociales han convertido nuestras vidas privadas en espectáculos públicos, han convertido en inquisidores a millones de seres anónimos»

Opinión
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Una bomba atómica no es para tanto

Una imagen de la devastación causada por la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. | Reuters

Cogí mi bastón y saqué a los perros de paseo, dos chihuahuas tiñosos que mi tía Ágata me ha dejado en custodia mientras ella da la vuelta al mundo (en viaje de placer con su nuevo gigoló); al pasar por delante de la coctelería Derby, sintiendo una inesperada sed, los até a una farola. Pero el barman me dijo: «Deje que entren los perritos, don Ignacio, el Derby es pets friendly».

-Es que tú no sabes, Paquito, lo pesados que son Derry y Grossman… Ponme lo de siempre, y me lo apuntas a la cuenta.

Había poca clientela en el Derby, sólo los habituales bebedores solitarios y deprimidos, y uno que soñaba en que le tocase la loto, y Paquito, como suele, aprovechó para informarse, a través de mí, de los acontecimientos consuetudinarios que acontecen en la rúa:

-Dígame, don Ignacio, ¿a usted le parece que nosotros, aquí, corremos peligro si esos rusos chiflados tiran una bomba atómica en Kiev?

¡Casi me atraganto!

-¡Ca! Puedes estar tranquilo, Paquito, aquí al Derby la radiación no llega. Por poco, pero no llega. Y aun en el caso remoto de que llegase, ten en cuenta que una bomba atómica no es necesariamente letal.

-¿Ah, no?

-No, hombre. Piensa en Tsutomu Yamaguchi, que sobrevivió a las dos bombas que tiraron las americanos en Japón.

Sí, Yamaguchi era un ingeniero empleado en Mitsubishi en Nagasaki, y aquel verano de 1945 le tocó una estancia de tres meses en Hiroshima. El 6 de agosto, a las 8.15 horas, cuando estaba a punto de volverse a su ciudad, el comandante Paul Tibbets, piloto del Enola Gay –le había puesto al avión el nombre de su madre- lanzó sobre la ciudad la bomba Little Boy. La explosión cegó temporalmente a Yamaguchi y le rompió los tímpanos, y la radiación le quemó el costado izquierdo de medio cuerpo. Le vendaron en un hospital de campaña, pasó la noche en un refugio antiaéreo y al día siguiente volvió a Nagasaki.

El día 9 a las 11 horas estaba en la oficina, describiendo a su supervisor cómo había sido la explosión, cuando el bombardero Bockscar lanzó allí la bomba Fat ManTambién de esta salió Yamaguchi ileso, la segunda bomba sólo convirtió en harapos los vendajes que le habían puesto por las quemaduras que le causo la primera. Vivió hasta el año 2010.

-¡Ayvá –dijo Paquito- la de cosas que sabe usted, don Ignacio!…

-Psé… Oye, ese Tibbets era un tipo peculiar. ¿Sabías,Paquito, que después de tirar la bomba de Hiroshima se presentó voluntario para tirar también la de Nagasaki?

-No, no lo sabía –dijo Paquito-. Debió de ser un auténtico miserable. Pero oiga, controle a sus perros, caramba, que se están apareando y hace muy mal efecto.

En efecto los chuchos estaban dando un espectáculo obsceno. Por suerte, aparte del barman y yo, ya no había nadie en el Derby, pues todos los bebedores depresivos habían salido a otear el cielo, por si veían acercarse algún bombardero de la Fuerza Aérea rusa…

Le pegué un par de cariñosos bastonazos a los perros:

-¡Grossman, Derry, dejad esas cochinadas! –y dirigiéndome a Paquito–: ponme otra de lo mismo.

-Ahora mismo, don Ignacio. Oiga… ¿y qué opina de ese colegio mayor donde los alumnos llamaron a las chicas del colegio mayor de enfrente sus amigas con groserías…?

«Pretenden hacer perder el tiempo a esos chicos sometiéndolos a sórdidos cursillos de ‘reeducación’ sexual o cívica»

-Pues mira, Paquito, sobre este tema no tengo mucho que decir, pues ya Guadalupe Sánchez y Juan Soto Ivars pusieron rápidamente los puntos sobre las íes de los anatemas proferidos por sayones, beatas, ofendiditos y linchadores del Gobierno, la prensa y Twitter. Lo que más siniestro me parece es que pretendan hacer perder el precioso tiempo a esos chicos sometiéndolos a sórdidos cursillos de reeducación sexual, o cívica, o de ‘valores’ o lo que sea. Suena tan maoísta, y tan jesuítico…

-Tiene usted razón, don Ignacio. ¡Debería usted escribirlo en algún sitio!

-No, no, Paquito, nunca me atrevería a difundir por escrito mis propias opiniones….

-Es que es usted demasiado modesto.

-Será eso… Ahora bien, fíjate, Paquito, aquí el elemento decisivo que creo que ni Guadalupe Sánchez ni Soto Ivars señalaron en sus artículos es la naturaleza de las redes sociales como causa del escándalo. Sin ellas, ese caso no hubiera pasado de un gamberrada de mal gusto. La gente todavía no se ha dado cuenta de que las redes sociales han convertido nuestras vidas privadas en espectáculos públicos, han vuelto transparentes las paredes de las casas y han convertido en inquisidores y en potenciales verdugos a millones de seres anónimos, incluidos todos tus vecinos. Algunos a este proceso lo llaman «democracia». Yo lo llamo de otra forma. ¿Alguna duda más que quieras que te resuelva?

«Habría que liberar de una vez a Assange. Delincuente o no, lo han vuelto casi loco»

-Sí, mire… Que en Londres hay manifestaciones por la libertad de Julian Assange, el de Wikileaks, al que las autoridades quieren extraditar a los Estados Unidos. Eso, a usted, ¿qué le parece?

En esas, mis chuchos, es decir los chuchos de mi tía Ágata, Grossman y Derry, que se estaban aburriendo y ansiaban salir a olisquear las calles, se pusieron a ulular. Tras asestarles algunos bastonazos bien dados para restituir la paz en el Derby, le respondí al barman:

-Pues mira, Paquito, yo sostengo que habría que liberar de una vez a Assange, por mal que me caiga desde que se puso a alentar la causa de Cocomocho, y aunque causase daño a la seguridad de los Estados Unidos con las revelaciones de secretos de Wikileaks. Secretos que, por cierto, publicaron los diarios más importantes del mundo, cooperantes necesarios de Assange en el caso de que éste hubiera cometido algún delito y cuyos directores no han sido llevados a juicio… El caso es que a ese hombre, delincuente o no, me lo han vuelto casi loco. Le ofrecieron asilo en la embajada de Ecuador en Londres. Bien. Allí la CIA le estuvo espiando día y noche, sin duda con la complicidad del embajador. Los secretitos reales o inventados de Assange fueron expuestos para destruir la dignidad que como ser humano tiene: que si era sucio y maloliente, que si era colérico y maleducado… Al cabo de siete años el Ecuador, cometiendo una felonía verdaderamente indigna, le retiró el asilo y la nacionalidad que le había concedido ¡y lo entregó a la Policía británica! Assange lleva tres años en una cárcel de máxima seguridad y ahora lo quieren entregar a los americanos para que lo encierren en algún Guantánamo secreto. ¡Hombre, ya está bien!

Y ya me despedía para irme, cuando a Paquito, tras carraspear discretamente, se le ocurrió mencionar la cuenta pendiente. Me ofrecí a pagar en especie, entregándole a los apaleados y medio muertos Derry y Grossman, que Paquito bien podría vender por buen dinero al restaurante chino de enfrente, El mandarín con tlenza, especializado en platos de la más venerable tradición china, para que enriquezcan el chop suey.

-Una cosa es que sea usted un moroso –dijo Paquito, extrañamente indignado— y otra, que me quiera endosar estos abortos de Satanás.

En fin, nunca se puede tener razón, ni siquiera en una coctelería.

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