THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

El turismo es letal

«La mortalidad aumentó un 13% respecto al verano pasado y un 18% más que en 2020. El Gobierno ignora la causa de este ‘incremento inexplicable de muertes’»

Opinión
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El turismo es letal

Bañistas y turistas en una playa de Málaga. | Europa Press

Según las estadísticas más fiables, este verano murieron más españoles de la cuenta; entre junio y agosto se han producido 20.000 fallecimientos más de los que se esperaban de acuerdo a las cifras proporcionales de los últimos 50 años. Y el covid tiene poco que ver. La mortalidad aumentó un 13% respecto al verano pasado, y un 18% respecto a 2020, el primer y terrible verano pandémico. Los sociólogos y los especialistas en salud pública descartan que las altas temperaturas que nos abrumaban sean la causa primera suficiente de este desastre. El Gobierno ignora a qué responde este «incremento inexplicable de fallecimientos». 

Veinte mil muertos más de la cuenta ¡sólo durante el verano! Se dice pronto ¿verdad? Vamos a confiar en que estos números aterradores no sean sólo el primer aviso de una tendencia a la alta para los años venideros. 

Como no hay que fiarse de nadie, y menos de las autoridades, algunos observadores independientes, durante uno de nuestros habituales cónclaves en la coctelería Derby (y aprovecho para saludar desde aquí al barman Paquito y prometerle que pronto pasaré a saldar esa deuda) hemos llegado a la conclusión de que el siniestro fenómeno está directamente proporcionado con la vuelta del turismo extranjero a España, después de dos años de casi cierre de fronteras por el covid. Me explicaré:

Es la potente industria turística lo que más diferencia a nuestro país de los países del entorno, países, por cierto, en los que la mencionada excepción estadística no se ha producido. 

O sea, que aquí y sólo aquí se da la ecuación: Vuelta del Turismo + Alza de la Mortalidad. Que cabe traducir por:  Vuelta del Turismo = Alza de la Mortalidad

Es de puro sentido común deducir que la vuelta de numerosísimos turistas, con su particular forma de vestir desinhibida –muchos van con chancletas  y camiseta, como creo que ya he denunciado aquí alguna vez- y comportamiento festivo y bobalicón, provoca en los desacostumbrados lugareños, que les servimos y atendemos o simplemente los observamos, primero un deslumbramiento, seguido de sensaciones pesarosas. 

«El turismo, incluso el más sórdido y ‘low cost’, va asociado a una mayor capacidad de gasto»

Rápidamente han vuelto, una vez controlada la plaga del coronavirus, los turistas extranjeros, mientras los españoles, asustados por la crisis económica, no hemos salido apenas al exterior. Estábamos desacostumbrados a esa invasión, y por lo tanto hemos podido observar con más claridad cómo el turismo, incluso el más sórdido y low cost  y de un mal gusto vestimentario más que acreditado, va asociado a una mayor capacidad de gasto, a una hiriente superioridad económica. No creo que haya que explicarlo más: por definición pasar unas semanas en el extranjero, gastando sin tasa, requiere tener una cuenta bancaria más o menos saneada y la confianza en poder reparar los gastos en otoño. Confianza que aquí ya se ha perdido, el otoño aterra.

Los turistas son más ricos. Y no sólo eso, sino que además las turistas son más guapas. Este dato, atención, es decisivo. El lector se habrá fijado en que las extranjeras con las que se cruza en la calle –las ociosas, esas nativas de Francia, Alemania, Gran Bretaña, Holanda, de los países escandinavos, no las trabajadoras inmigrantes– suelen ser, salvo contadas excepciones, notablemente más desenvueltas, caminan más seguras de sí mismas y sobre todo son más atractivas que las mujeres españolas. Lo cual no tiene misterio: esto también responde a elementales causas económicas. Es una constante desde el principio de los tiempos que los más ricos se aparean con las más bellas. Nos guste o no, así son las cosas. 

Ahora bien: las mujeres españolas no son ciegas: se fijan en esas extranjeras que, cubiertas con pareos de colorines y tocadas con sombreros de paja, hacen la boba y se lo pasan fenomenal holgazaneando relajadísimas en nuestras playas y ciudades; se comparan con ellas, constatan que no pueden resistir la comparación, que tienen peor aspecto que las turistas, porque trabajan más, cobran menos, están más tensas y tienen maridos menos ricos que ellas, e indefectiblemente entran en estados melancólicos e incluso depresivos.

Hundidas en esos estados depresivos y melancólicos descuidan su aspecto físico, su esmero indumentario y cosmético e incluso su higiene. Cuanto más se comparan con las turistas más se deprimen, y cuanto más se deprimen, más se descuidan, y así dan vueltas en un círculo vicioso e infernal. Muchas incluso desarrollan un comprensible autoodio que las lleva a agredirse… tatuándose pájaros, anillos de Júpiter, cabezas de león, lemas absurdos y caracteres de alfabetos orientales. 

Viéndolas, deprimidas, tatuadas y con bigote, y comparándolas con las alegres turistas extranjeras, que parecen encarnar la vida fácil, los varones españoles también se descuidan y ya ni se peinan. El fin de semana se lo pasan en pijama, que es «el uniforme de los fracasados» (Ribeyro, Los geniecillos dominicales). 

Todo acaba, a final de agosto, en una oleada de suicidios, que las autoridades encubren para frenar el contagio como «aumento inexplicable de fallecimientos». Pero nosotros en el Derby no nos chupamos el dedo. 

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