La amnesia democrática
«Tenemos derecho al olvido de esta época socialcomunista, a enterrar en un algún lugar desconocido los restos del sanchismo cuando todo esto haya terminado»
Hace unos meses José María Aznar escribió una tribuna titulada Amnesia democrática. El expresidente se refería al ocultamiento y manipulación que supone la Ley de Memoria Democrática. Está bien, pero creo que el vocablo debería tener otra acepción más optimista.
Estoy convencido de que tenemos derecho al olvido de esta época socialcomunista, a enterrar en un algún lugar desconocido los restos del sanchismo cuando todo esto haya terminado. Los españoles que hemos sufrido tanta gilipollez de políticos sin categoría personal ni profesional suficientes para desempeñar un cargo público nunca seremos reparados. ¿Quién nos puede indemnizar tras años de estupideces de sanchistas y podemitas?
El maltrato psicológico que la mayoría estamos sufriendo a manos de estos mindundis no está recogido todavía en los libros de política. Leer a Rafael Simancas, que un día leyó algunos libros, pecado liberal del que hoy se arrepiente, ha publicado una tribuna exigiendo a los periodistas que digan quién les paga y para qué partido trabajan. Lo peor de todo es que no ha sido un calentón, un tuit loco a las cuatro de la mañana tras un chupito de Jäger, sino una tribuna.
«Si un medio es crítico es que manipula y miente, porque es inconcebible que la izquierda cometa un error»
Luego el otro, el presidente, dice en el Congreso que le duele la cabeza por escuchar la «cadena de los obispos», la COPE. Y lo dice abiertamente: si un medio es crítico es que manipula y miente, porque es inconcebible que la izquierda cometa un error. En fin. Creo que la psiquiatría bajó los brazos demasiado pronto con cierta izquierda. Tanta arrogancia y soberbia es un complejo que va más allá del espíritu totalitario que atesora todo izquierdista.
Hay más, porque el que pasa por ser el más inteligente de Moncloa, Bolaños, ha anunciado que van a coger los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera y llevárselos a otro sitio. No quieren más indignidad, dicen. Ya, pero a estas alturas, y gracias a las leyes educativas de los socialistas, a esas porquerías a las que nos obligan, la mayor parte de los alumnos llega a la Universidad sin saber quién fue dicho personaje.
Además, esta semana nos hemos enterado de que, según Pere Aragonés, el Gobierno tiene un pacto con los independentistas para eliminar al español de las aulas. Ni 25% ni nada. Y el PSC se ofrece para apoyar a ERC en Cataluña para permitirles que sigan vulnerando los derechos de los alumnos catalanes.
No acaba aquí. El gran consejo económico de la ministra socialista del ramo, María Jesús Montero, para este invierno es usar un «edredón más fuerte» como medida de ahorro en plena crisis energética. No, no es tu abuela, es la ministra que cobra casi 80.000 euros al año.
Esto es tan ñoño como llegar tarde al desfile del Día de la Hispanidad para evitar los abucheos, o insultar al rey, o insultarnos a todos. Tan tonto como el revuelo por los gritos de cuatro idiotas en un colegio mayor. El caso es crear el fantasma del fascismo porque piensan que somos tontos, cuando en realidad estamos más que aburridos de sus movidas.
A esto se suman cosas más serias, como el acoso y el plan de colonización del CGPJ y del Tribunal Constitucional. La equiparación de lo que ocurre en España con casos históricos y actuales de regímenes autoritarios nos deja como un país de tercera, o sin práctica ni conocimiento en eso de la democracia. Lo triste es el descaro enrabietado con el que el sanchismo y sus medios exigen apropiarse de la justicia y del máximo calificador de la constitucionalidad de las normas.
«Toda esta megalomanía la han volcado en un serie de TV a mayor gloria de su líder, que nadie quiere emitir»
Y todo esto sin referirme a hechos espeluznantes de este cuatrienio negro, como la negligencia ante la pandemia de covid 19, que se llevó 140.000 vidas por falta de previsión y para no enturbiar la manifestación del 8-M. O los falsos estados de alarma para acabar con el parlamentarismo, saltarse el control judicial y gobernar por decreto.
¿Y qué decir de las relaciones con Marruecos y Argelia? Una pifia tras otra. O cómo soportar la omnipresencia mareante de Pedro Sánchez, con sus comparecencias televisivas, sus entrevistas a medios amigos, las caravanas de vehículos que le acompañan para ir a cualquier sitio. Toda esa megalomanía enfermiza la han volcado en una serie de TV a mayor gloria de su líder, que nadie quiere emitir, producida, además, de forma extraña.
Hablaría de los socios de Sánchez, que son de pesadilla, y que por eso Rubalcaba lo llamó «coalición Frankenstein», la costura de desechos políticos para construir un engendro maléfico, pero me da pereza. Aburren los podemitas, gente sin categoría, los yolandistas, los infiltrados del sanchismo, y los filoetarras, golpistas y el resto de selección del gourmet político.
No quiero extenderme más. Estoy convencido de que vivimos un cuatrienio negro, el del sanchismo. Tan seguro como que necesitamos de un descanso de tanto ignorante con ínfulas de ingeniería social, que cree que el BOE es el cuaderno donde escribir sus sueños más totalitarios. Les da igual el consenso y el servicio al país. Prefieren a Otegi antes que a Feijóo. Su propósito no es gobernar, sino transformar el país para llegar al paraíso ecosocialista y feminista de conciencia transgénero.
Hay que reivindicar una amnesia, es lo más democrático. Ellos preferirían hacernos una lobotomía, pero no nos vamos a dejar. Es preciso que se reconozca el derecho al olvido, a la amnesia, al enterramiento de toda esta política basura y low cost, de empobrecimiento económico y moral. Precisamos una ley de amnesia democrática para librarnos del recuerdo de toda esta política autoritaria que avergüenza, para borrar este tiempo de la memoria, porque todos somos víctimas de este Gobierno insufrible.