THE OBJECTIVE
Enrique Calvet Chambon

¿Progresía dices? ¡Progresía eres tú!

«La dinámica política española se ha instalado en la confrontación sectaria y visceral y en este Gobierno vemos poco progreso solidario, pero sí regresión»

Opinión
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¿Progresía dices? ¡Progresía eres tú!

Acaba de pronunciar una frase don Felipe González Márquez, experimentadísimo político elevado a los altares, que debería producir honda reflexión, y tal vez alarma, entre los demócratas. Ha sostenido que según su experiencia: «En democracia, la verdad es lo que el pueblo cree que es la verdad» (sic). Para mí que ha sacado la oración de algún texto de Georges Orwell. Con la diferencia de que en época del ensayista británico era infinitamente más complicado fabricar verdades que tuviera que tragar «el pueblo». Hoy en día con la proliferación de los medios de comunicación del ciberespacio, la deseducación e infantilización a la que se somete a la parte joven «del pueblo» y los muy bien organizados y potentes poderes económicos que saben cómo utilizar todos los medios de comunicación (y las instituciones) a favor de sus intereses, crear verdades que «el pueblo» hará suyas con la fe del carbonero visceral es terriblemente fácil. Peligrosamente fácil. En el Reino de España, de hecho, estamos sometidos últimamente a diversas campañas de fabricar y hacer tragar verdades que han aumentado intensamente. Citemos como ejemplos: «la Ley de Memoria Democrática», «Otegi hombre de paz», «la generación mejor preparada de la Historia» (vb. Doña Irene Montero), “bajar impuestos es posible” (¡y bueno!), «la única España democrática posible es la España rota», etc… Por cierto que algunas verdades prefabricadas sí terminan estampándose contra la realidad, y con dolor: ¿se acuerdan de cuando teníamos la mejor sanidad del mundo mundial?

Pero hoy querríamos centrarnos en una de esas verdades políticas admitidas e interiorizadas que, a nuestro juicio, merecerían un mucho mayor análisis crítico. Esto es que el Gobierno es progresista, y compuesto por las únicas fuerzas progresistas del escenario político español. Lo demás suele ser facha. No vamos a centrar el análisis sobre el grado de facherío de todo lo que no es el sanchopodemismoseparatista, (SPS), ellos sabrán, sino en rascar un poco en la atribución de progresismo al Gobierno. Entendemos que, en política, se entiende por progreso las acciones tendentes a evolucionar hacia sociedades más libres, más justas, más iguales y cohesionadas, y más solidarias. Por lo menos así parece considerarse desde la Ilustración.

Empecemos por la solidaridad, que los clásicos llamaban fraternidad. Tras haber renunciado a fomentar la fraternidad individual a través de la Educación, este Gobierno se distingue por el impulso a la división entre regiones, generaciones y colectivos sociales. Hay abundantes ejemplos, desde la persecución mediática de regiones «insolidarias», a la vez que se sobrefinancia sin rubor Vascongadas o hispano Cataluña, hasta la Ley de Memoria Democrática empeñada en crear españoles buenos y españoles malos de la Transición, con mentiras y medias verdades, pasando por el enfrentamiento entre feministas y woke-feministas. La dinámica política española se ha instalado en la confrontación sectaria y visceral, cuando no cainita. Digámoslo, una vez más, la Ley de Memoria Democrática es ley de confrontación social, no de reconciliación, y destructora del espíritu de nuestra Constitución que sí fue un (torpe) acto de reconciliación. Y lo de «Autonomías insolidarias» recuerda demasiado a las «provincias traidoras» de Franco. En las políticas de fondo de este Gobierno tricéfalo, poco vemos de progreso solidario. Regresión sí se aprecia.

«¿Somos más libres si se pervierte el Estado de Derecho y la seguridad jurídica?

Si hablamos de igualdad, podríamos distinguir dos aspectos. Uno es en cohesión económica y en bienestar. Cierto es que este Gobierno ha promulgado normas, más asistenciales que sociales, que van en la buena dirección (renta mínima, alivio selectivo de los precios de la electricidad, ayudas a jóvenes o a pensiones bajas…) o que lo intentan (salario mínimo profesional). Pero las desigualdades interindividuales van creciendo y seguirán haciéndolo inexorablemente, pues se deben a la dinámica estructural del sistema autonómico creado que ata las manos de los Gobiernos (irresponsable cesión de impuestos y competencias, única en el mundo) y que es profundamente desigualitaria en su esencia misma (recordemos el cálculo del cupo vasco). Y contra ese problema el Gobierno no sólo no reacciona, sino que lo agranda. Pero si hablamos de la igualdad ontológica, la que asegura los mínimos niveles de derechos y obligaciones, así como la igualdad ante la Ley, de todos los ciudadanos, la igualdad política en resumen, no nos queda más remedio que llorar. ¿Vamos a volver a citar los indultos selectivos, la pérdida de derechos civiles de millones de vascos y catalanes, los ataques a la presunción de inocencia de determinados colectivos, el apoyo a leyes discriminatorias supremacistas que crean españoles de segunda, tercera y cuarta? Desde luego, la gran ola de fondo política en materia de igualdad ontológica es todo menos progresista. Y llegamos a la libertad. ¿De verdad somos más libres con este Gobierno, y vamos a más? Pasemos de puntillas sobre el afán prohibicionista del Ejecutivo (desde recoger piñas en el campo hasta llevar corbata en actos solemnes…) y vayamos a lo esencial. ¿Somos libres de movernos e instalarnos profesionalmente en toda España, somos libres de educar a nuestros hijos en nuestra koiné común, somos libres de opinar y escribir sobre nuestra Historia? Y, aún mejor, ¿Somos libres si se nos confina impunemente contra nuestros derechos fundamentales para evitar el control democrático parlamentario, somos libres si se pervierte el Estado de derecho y la seguridad jurídica, somos libres si se quiere ocupar el poder judicial partidariamente? Desde luego, yo, que soy talludito, me siento mucho menos libre que hace 40 años. Cada vez es más intenso el aroma proto-totalitario, mucho más que el pseudo-progresista.

Se dirá que la alternativa posible en las elecciones es aún peor. Puede, pero eso no hace progresista a este Gobierno, sólo indica que no hay alternativa progresista, la de unidos, libres, iguales y solidarios, en este país. Una auténtica pena, un drama, pero peor es votar a este Gobierno por creer que es progresista. Porque peor que no saber, es creer que se sabe.

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