THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

La tentación argentina

«Más allá del oportunismo, la política económica del Gobierno bien podría calificarse de kenyesianismo primitivo con un toque falangista-bolivariano»

Opinión
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La tentación argentina

Ilustración. | The Objective.

La semana que viene nos traerá dos noticias económicas que muchos se apresurarán a interpretar y relacionar en beneficio propio. El jueves, el BCE volverá a subir 75 puntos básicos los tipos de interés hasta situar el tipo de intervención de política económica en el 2%, cuando hace apenas nueve meses estaba aún en valores negativos. Una subida fulminante, y para muchos inesperada, que ha encarecido súbitamente el crédito a empresas, familias y gobiernos, endurecido las condiciones de acceso al mismo y despertado el fantasma de una nueva crisis financiera, morosidad y quiebras. El viernes, el Instituto Nacional de Estadística, si la nueva presidenta no hace ‘un Tezanos’, certificará lo que ya sabe todo analista, que la economía española se ha estancado bruscamente en el tercer trimestre y se encamina a una recesión que puede durar mucho más de lo esperado. Cortesía de nuestros socios europeos, de nuestras conocidas e inalteradas vulnerabilidades y de crasos errores de política económica.

Volverán las consabidas excusas, culpa de Putin y su invasión de Ucrania. Los más enterados entre los hooligans del gobierno extenderán las responsabilidades a unos bancos centrales rendidos al tótem de la lucha contra la inflación y que han abandonado su responsabilidad social. Para justificarse tirarán de sus gurús habituales, viejos dinosaurios que resisten mal el paso del tiempo y pese a reclamarse neo-keynesianos se olvida de la más célebre de sus  frases, «cuando cambian las circunstancias yo cambio de opinión, ¿usted, qué hace?». Economistas que siempre han pensado que la inflación no es un problema, sino una consecuencia necesaria de la lucha por la distribución. Que los bancos centrales son una herramienta de política económica demasiado poderosa para limitarla a reducir la inflación. Los  que pugnaban antes del retorno de la inflación con comprometer a la autoridad monetaria en la lucha contra el calentamiento global, o la igualdad racial y de género. Alguno de los más leídos pueden incluso llegar a proclamar que la inflación no es un problema, sino la solución al cambio climático, la política necesaria para ganar la guerra. Total, ¡qué son unos cuantos puntos de pérdida de poder adquisitivo cuando está en juego el futuro de la humanidad!

«Entramos en un mundo más nacionalista, con mayor intervencionismo económico»

Si le concedemos el beneficio de la duda al Gobierno e intentamos buscar, más allá del oportunismo y las esclavitudes de sus alianzas parlamentarias, algo de racionalidad a su política económica, ésta bien podría calificarse de keynesianismo primitivo con un toque falangista-bolivariano. Me explico. Parte de un a priori ideológico, la era de la globalización y  el liberalismo ha terminado. Entramos en una nuevo neo mercantilismo, un mundo más nacionalista, con mayor planificación e intervencionismo económico, Estados más fuertes y mayor gasto público. Ha vuelto la política para dominar al mercado.

El toque falangista es obvio, ni curas ni banqueros, el Gobierno con los obreros. El bolivariano más aun, muerte al neoliberalismo y la globalización, sólo nos han traído desigualdad y destrozado el planeta que nos legaron nuestros antepasados. Escuchemos a los vientos y a Greta, menos cuando nos habla de nucleares. Como algunos de ellos han viajado, le dan a su vieja política un entrañable toque hippie-californiano, lo pequeño es hermoso, reivindiquemos lo local, compremos a nuestros vecinos, produzcamos en proximidad. Y en la práctica, gastemos sin parar, aprovechemos la bonanza que la inflación ha traído a las cuentas públicas para ensanchar el Estado, aumentar su presencia en la vida de los ciudadanos y de las empresas. Los electores nos lo agradecerán porque la guerra genera ansiedad y dispara la demanda de seguridad y protección. Solo un Estado fuerte y omnipresente se la puede proporcionar. SI ya lo sé, estas políticas traerán estancamiento e inflación durante más tiempo. Mas desigualdad y más malestar y tensiones sociales. Y entonces nos volverán a vender más Estado y más intervencionismo económico. Todo por nuestro bien.

Pero dejémonos de filosofar, que el vicio de pensar ya no está de moda en la nueva ley educativa anticipo de la cultura de la cancelación. Vayamos a las cuentas. Los ingresos públicos, en números redondos, han pasado del 38% del PIB anterior a la pandemia a superar el 42% del PIB post Ucrania, como pasó con la burbuja inmobiliaria. No, no se asusten, no se debe a la voracidad impositiva de este Gobierno de progreso. Los nuevos impuestos, esa búsqueda desaforada de nuevas bases imponibles que un buen amigo ha calificado muy oportunamente «de tirar a todo lo que se mueva», apenas han  rendido unas migajas. Por eso nos han prometido otros nuevos, a los bancos, las petroleras, las eléctricas, los ricos, los propietarios. Impuestos al pecado y los pecadores de los que sacan pecho los nuevos inquisidores. Impuestos que no traerán recaudación alguna, en muchos casos no llegarán a aplicarse por problemas de legalidad, porque ese no es el objetivo. Es el relato, estúpido, no las cuentas. Lo importante es ganar el relato, buscar al culpable y desplazar contra él el malestar social, no vaya el personal a enfadarse con el Gobierno de la gente. No se trata de buscar soluciones sino cabezas de turco. (Qué fácil me lo ha puesto Erdogán).

«La salida de la pandemia también ha disparado la recaudación al liberarse el consumo»

Esta bonanza fiscal se debe a la inflación y paradójicamente a la pandemia. Que los ingresos públicos crecen con el PIB nominal, el real más la inflación, es de economía de primero. Como es de ese mismo curso que conviene esterilizar esos ingresos caídos del cielo, devolvérselos a los ciudadanos y no dedicarlos a inflar el  gasto recurrente, indiciar las pensiones y repartírselos a los funcionarios, y alimentar el déficit estructural hasta más allá del 5% del PIB. Que el gobernador del Banco de España haya sido noticia por recordar esta obviedad dice muy poco de la cultura económica de nuestros gobernantes y opinadores. Lo que es menos conocido es que  la salida de la pandemia también ha disparado la recaudación, al liberarse con brío el consumo tres años reprimido. Cierto que la caída secular en el uso de efectivo, acelerada por el miedo al covid, tendrá un pequeño efecto en el afloramiento fiscal de consumos menores antes ocultos, pero las tasas de consumo actuales no pueden sostenerse. Como ya ha caído la tasa de ahorro de las familias a niveles prepandémicos. Ya se ha agotado la bolsa que ha mantenido el consumo mientras la cesta de la compra se ha encarecido estructuralmente y mermado la capacidad adquisitiva de los hogares españoles.

En definitiva, que avanzamos decididos a repetir errores anteriores. Ya calificamos de catastrofistas a los que nos recuerdan nuestras miserias y rechazamos las opiniones contrarias al optimismo dominante. Nada hay más peligroso en política económica que la complacencia y la perseverancia en el error. La política fiscal sigue instalada en una ingenua barra libre pagada por Europa; la política laboral vive de la ilusión del boom turístico y del empleo público; la política anti-inflacionista de la ficción argentina de que controlando artificialmente los precios del gas y cambiando la manera de medir el IPC, se cambia la realidad y se recupera capacidad adquisitiva. Vuelven la inflación reprimida, los controles de precios y de rentas, las empresas públicas o intervenidas para ocultar pérdidas y aparcar parados. Y con ellos, como en épocas y países no tan lejanos, volverán las escaseces, la recesión y el paro.

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