La izquierda hueca
«Cierta izquierda persiste en agobiarnos con cuestiones identitarias y supuestas conquistas sociales que, por lo general, carecen de interés y de rigor»
Con motivo de la reciente celebración del 12 de octubre me tocó asistir a un debate bastante pueril sobre el significado de la Hispanidad, el Descubrimiento de América y la conmemoración de la Fiesta Nacional de España. Siempre me ha parecido intrascendente este asunto. Todos los países que conozco celebran una fiesta nacional en un día del calendario escogido con más o menos fortuna, pero que, en todo caso, no suele ser motivo de mayor discordia. Es una oportunidad para recordar un sentido de comunidad, de pertenencia a un espacio compartido que, en nuestro caso y para nuestra fortuna, es también el que garantiza nuestros derechos y libertades. Punto. Todo lo demás es retórica y pérdida de tiempo.
Nos enzarzamos con demasiada frecuencia en disputas triviales que consumen nuestra energía y distraen nuestra atención de los asuntos verdaderamente importantes. Cierta derecha se empeña en librar una confusa guerra cultural que, en definitiva, sólo ahondará la división y provocará resentimiento, mientras que cierta izquierda persiste en agobiarnos con cuestiones identitarias y supuestas conquistas sociales que, por lo general, carecen de interés y de rigor.
«Perdemos demasiado tiempo discutiendo sobre conflictos perdidos en la historia, los nombres de las calles, el léxico de nuestra lengua…»
Perdemos demasiado tiempo discutiendo sobre conflictos perdidos en la historia, los nombres de las calles, el léxico de nuestra lengua, la solución de problemas resueltos hace décadas… Cuando no destruyendo una causa imprescindible e integradora, como es el feminismo, en nombre de la moda y los supuestos derechos de una minoría, como está ocurriendo con la llamada ley trans.
Buena parte de la izquierda se ha convertido en revolucionaria de las formas, pero con poco o ninguna sustancia. Se trata de parecer transformadores más que de serlo. El propósito es adoptar poses agitadoras, como el desprecio de los símbolos nacionales y las instituciones democráticas, gritar viejas consignas, abrazar el gastado repertorio de clichés progres, aunque nada de eso sirva, en realidad, para introducir verdaderos cambios en la sociedad.
Cuando la izquierda sí contribuyó a cambiar las cosas en este país, no importaban tanto las apariencias. Cuando el Partido Comunista significaba algo, Santiago Carrillo no tuvo inconveniente en comparecer frente a su público junto a la rojigualda y en pactar con la derecha. Cuando la izquierda se sentía protagonista de la Transición, como verdaderamente fue, no tenía empacho en defenderla a capa y espada. Cuando el Partido Socialista estaba dedicado a la modernización del país, no perdía el tiempo en leyes de memoria ni en retirar placas de los cementerios.
Después, con los años, las ideas empezaron a escasear y la izquierda, carente de una verdadera oferta política, se fue refugiando en los gestos, en la fachada. Trasladar el cadáver de Franco era más fácil que reducir la desigualdad, agilizar la justicia, facilitar vivienda para los jóvenes o hacer sostenible el sistema de pensiones.
La nueva izquierda que llegó al Congreso empujada por las movilizaciones del 15-M nos ha dejado un montón de anécdotas divertidas sobre bebés, balas y máquinas de fax, así como una ocurrente variedad de leyendas en las camisetas de sus diputados -y diputadas, otra de sus ‘conquistas’-, pero poca obra que perdure en el tiempo y sirva realmente para mejorar la vida de los ciudadanos. Pese a los exagerados temores que algunos siembran sobre la acción del actual Gobierno social-comunista, lo cierto es que, muy probablemente, cuando su gestión concluya, pocas transformaciones o reformas reales dejará en el recuerdo. Si acaso, remedios pasajeros de dudosa eficacia. Poco más.
«Tras el lenguaje anticapitalista que con frecuencia escuchamos no se esconde más que la voluntad de calmar algunas conciencias y ganar tiempo hasta las siguientes elecciones»
Tras el lenguaje anticapitalista que con frecuencia escuchamos no se esconde más que la voluntad de calmar algunas conciencias y ganar tiempo hasta las siguientes elecciones, como si el mero enunciado izquierdista convirtiera ya a una fuerza en progresista. Los más espabilados saben que no hay nada detrás de esas frases agresivas, saben que, no importa que se mencione a este u otro empresario, nadie tiene, en el fondo, la menor intención de perjudicarles en lo más mínimo.
Y pasa el tiempo, entre gesto y gesto, sin que de verdad pase nada. En buena medida, debemos estar agradecidos de que así sea, puesto que, después de todo, este país funciona bastante bien y es preferible no intervenir si es para empeorarlo. Se puede soportar un desplante al Rey de vez en cuando siempre que sepamos que, quien los hace, simplemente los necesita para su ‘book’ de campaña.
Lo malo de todo esto es que España sí que necesita de verdad reformas profundas, reformas estructurales y serias que le den a nuestro sistema democrático el oxígeno que se le agota. Para ello resulta casi imprescindible la implicación de una izquierda capaz y consecuente, una izquierda que no sé si volveremos a tener.