Un continente que se asoma al abismo
«El invierno demográfico y la dependencia energética de Rusia, comercial de China y militar de EE UU amenazan la subsistencia del modelo de Europa»
La debilidad de Europa quedó patente la semana pasada en el discurso que pronunció Josep Borrell ante el cuerpo diplomático de la Unión. La debilidad no se deriva de la riqueza de los países que conforman el proyecto comunitario, sino de sus raíces, cada vez más raquíticas; o, si se prefiere, más erosionadas. Por un lado, tiene que ver el invierno demográfico, que alcanza en los antiguos países de mayoría católica –España e Italia– cifras dramáticas. Una sociedad envejecida supone una ciudadanía poco dinámica, menos dispuesta a asumir riesgos y menos emprendedora. También implica una sociedad más costosa estructuralmente en términos de políticas del bienestar y, por tanto, con mayores dificultades a la hora de ajustar y equilibrar sus cuentas públicas.
Por otro lado, la debilidad de Europa no es sólo demográfica; está relacionada a su vez con una excesiva subordinación a otros poderes. El más evidente –este invierno lo vamos a comprobar con dureza– es la dependencia energética hacia Rusia en la provisión de gas. Nuestro suicidio viene de origen, al haber desdeñado –no todos los países, pero sí muchos– la construcción de nuevas centrales nucleares, así como la prohibición del fracking en nombre del moralismo de una energía verde aún en estado incipiente e incapaz de cubrir las necesidades del continente. Sin una energía barata y abundante, los costes de producción se disparan reduciendo la competitividad global de nuestra industria. Borrell apuntó a otras dos debilidades añadidas: la ausencia de una política de defensa efectiva y la excesiva supeditación al mercado chino. En mi opinión, aún podríamos añadir otra más: la burocracia desmedida que lastra el crecimiento y distorsiona por completo el funcionamiento de la economía europea. Realmente, las políticas pro-business no abundan en la Unión.
«La ausencia de una política de defensa denota el aislamiento creciente de un continente que no quiere asumir su responsbilidad»
Pero hablaba del discurso de Borrell y de sus advertencias en Bruselas. La ausencia de una política de defensa sólida denota el aislamiento creciente de un continente que no quiere asumir del todo el peso de su responsabilidad y que subcontrata su seguridad en Washington, convirtiendo el proyecto comunitario en una especie de protectorado de los Estados Unidos. Ese escapismo no sale gratis, ni de puertas adentro ni de puertas afuera. No sale gratis en términos industriales, ni de innovación tecnológica, ni de autonomía exterior, ni de protección de las fronteras, ni tampoco de prestigio internacional. La importancia estratégica –se diría que crucial– de la Alianza Atlántica no puede sostenerse sobre una divergencia tan grande con el poder militar norteamericano.
Del mismo modo, la dependencia comercial y manufacturera con China –una dictadura comunista que no oculta su ambición imperial– resulta especialmente gravosa para la Unión; algo que –en clave estadounidense– ya ha percibido Washington con claridad. El apoyo indisimulado de Pekín a Moscú a lo largo de la guerra de Ucrania corrobora la idea de que nos encontramos ante un conflicto que va mucho más allá de lo caprichoso y que implica una estrategia geopolítica: el aislamiento de Occidente propiciado por un nuevo eje de poder cuyo centro se encuentra en el gigante asiático.
Borrell habló de la subsistencia como el verdadero reto europeo en esta primera mitad de siglo. Subsistir es algo más que sobrevivir: significa influir, participar, proponer, ejemplificar. La subsistencia a la que se refirió es la de un modelo: la democracia parlamentaria liberal con su despliegue de derechos y de libertades; la cual, a su vez, representa una de las cimas de la civilización. Subsistir apela también a nuestra independencia, que es otra forma de afirmar que el futuro nos pertenece a nosotros y no a poderes ni a intereses exteriores. Borrell dibujó el desafío que afronta la Unión con tintes dramáticos, porque la guerra es sangrienta y nuestras carencias, acuciantes. No hay lugar, ni tiempo, para el escapismo.