THE OBJECTIVE
Daniel Capó

La carrera electoral se paga en euros

«Estos Presupuestos no nos arruinarán, pero tampoco nos facilitarán un futuro mejor. El destino de España parece marcado por un progresivo empobrecimiento»

Opinión
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La carrera electoral se paga en euros

La ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en el centro, flanqueda por sus colaboradores, con el libro amarillo de los presupuestos. | Europa Press

En medio del ruido creado por polémicas grotescas –como ese circo en torno al Colegio Mayor Elías Ahuja–, el Gobierno ha presentado los Presupuestos del próximo año: unas cuentas públicas llamadas a influir sobre la orientación de voto de los españoles en un curso intensamente electoral (municipales, autonómicas y quizás nacionales, si Pedro Sánchez decide no alargar hasta el extremo su legislatura). El peso de las encuestas –extraordinariamente favorables a la derecha, ahora mismo– gravita sobre un invierno que se teme frío en lo económico, a pesar de los efectos balsámicos de la buena temporada turística. Tras observar la tendencia de fondo del latido demoscópico, Sánchez ha activado –como el Barça en la pretemporada– todas las palancas que le quedan para salvar el partido: desde el despliegue de la polémica Ley de la Memoria Democrática –con nuevas exhumaciones previstas– hasta su aparición en nuestros televisores protagonizando una serie documental. Sin embargo, la herramienta principal de que dispone cualquier gobierno son los Presupuestos Generales del Estado, con su larga lista de dádivas y promesas pagadas. Y el presidente ha decidido que estas cuentas sean expansivas, lo que significa dinero regalado (para algunos) que tendrán que pagar otros (nosotros, nuestros hijos y nietos) no sólo hoy –con la subida de impuestos– sino también en el futuro.

Los ingresos extra por la inflación, los fondos europeos y la actual laxitud comunitaria en lo que concierne al control del déficit han facilitado la elaboración de unos presupuestos que hubieran sido impensables hace una o dos décadas, cuando el dictado de los halcones era otro. El problema de la deuda y el déficit es discernir para qué, con qué intención y con qué objetivo se permiten. ¿Nos endeudamos para ganar competitividad, facilitando la llegada de inversiones industriales, mejorando el capital humano e innovador del país, o potenciando nuestras infraestructuras? ¿Nos endeudamos para invertir en políticas de juventud y reforzar a las clases medias? ¿O se trata de un gasto nítidamente electoralista que debilita la sociedad a medio y largo plazo? El análisis de las cifras hace temer lo peor y ahonda en algunos de los peores vicios que atenazan la política española; en especial, un peculiar escapismo de los límites impuestos por la realidad que deriva hacia soluciones cortoplacistas y demagógicas.

«La subida de las pensiones tendrá un costo devastador en las cuentas públicas durante décadas»

Porque, evidentemente, hay problemas inmediatos que deben ser solucionados a la mayor brevedad, o al menos modulados, como sucede con la inflación disparada. Pero ese esfuerzo –que tiene sin duda un alto coste presupuestario– no debe realizarse sin contemplar todas sus derivaciones ni su efecto potencial sobre la sociedad. La subida de las pensiones, por ejemplo, tendrá un costo devastador en las cuentas públicas españolas durante décadas y exigirá, probablemente, nuevos ajustes en un futuro no tan lejano. Nadie habla de dejar desprotegidas las pensiones más bajas, sino de saber medir las distintas necesidades en juego. Un país relativamente pobre en el contexto europeo como el nuestro no puede sacrificar su futuro industrial, científico, educativo a la consolidación de unos presupuestos cada vez más sesgados hacia la protección de determinados grupos sociales con alta incidencia en el voto. Y tampoco puede reducir su Estado del bienestar al pago de las pensiones, como sucede ya –y cada año más– en sus cuentas.

Sánchez se juega las elecciones este próximo curso y no dudará en activar todas las palancas que estén en su mano. Se halla en su derecho; a pesar de que, si nuestra moral política fuera otra, este uso de los resortes del Estado resultaría inadmisible. Pero España sigue siendo distinta, al menos en lo que a la tolerancia hacia el clientelismo se refiere. Y no parece que ni los unos ni los otros vayan a hacer mucho por cambiar esta forma de entender la relación del poder con la ciudadanía. Estos Presupuestos no nos van a arruinar, pero tampoco harán nada por facilitarnos un futuro mejor. Lenta pero inexorablemente el destino de nuestro país parece marcado por un progresivo empobrecimiento.

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