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El PSOE y el Monte Sinaí

«En la política española están las formaciones que pugnan por el poder con un ideario y, en otra dimensión, se ubica el PSOE para cumplir una misión histórica»

Opinión
  • Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid. Ha publicado recientemente ‘Lo sexual es político (y jurídico)’ en Alianza, Madrid, 2019.

«¡¿Pero qué más quieren?!»

Mi amigo se alteraba al conocer la dimensión del trasvase de votos del PSOE al PP que revelaba el análisis hecho por Kiko Llaneras a partir de la última superchería de Tezanos. «La economía no va tan mal a pesar de la guerra, se ha sorteado la pandemia, pintamos en Europa…». El tercero en la discordia del aperitivo sabatino, antaño alto cargo en alguna de las administraciones del PSOE, asentía.

Desde que logró la abrumadora victoria electoral de la que ayer se cumplieron 40 años el PSOE ha llegado a ser a la política española como el Barça al fútbol: «Más, mucho más que un partido político». Se ha dicho que el PSOE es un «estado mental», que ha logrado como nadie «parecerse a España» o, incluso, que España «se parezca a él». Ahí es nada. Todo eso es en algún sentido verdad, por causas profundas que no soy capaz de aislar ni identificar con precisión, pero que han venido propiciando una perniciosa auto-adscripción en sus dirigentes: la de ser los profetas, los que guían y custodian una Alianza que remeda a la de Dios con el pueblo judío en el Monte Sinaí.

Y es que no se trata solo de que, como ha proclamado Patxi López esta semana en el Congreso, el PSOE haya puesto en pie la educación, la sanidad y las pensiones en España, sino que «está llamado a hacerlo», le «corresponde». Reparen en la sutileza con la que la exvicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo aleccionaba a Pablo Iglesias en su acalorado debate, también esta semana, a propósito de la ley trans: «¿Sabes qué partido tiene la gran obligación de ganar las elecciones?… Nosotros. ¿Sabes a quién se le vuelven muchas de las cosas cuando no se hacen con rigor? A nosotros que llevamos en peso una parte muy importante de la modernización de este país en todas las direcciones».

Es decir, en la política española están las formaciones que pugnan por el poder con un ideario y propuestas, y en otra dimensión o liga, en algún sentido por encima, se ubica el PSOE para cumplir una suerte de misión histórica. En tiempos se trataba de algo tan chusco y mistérico como la «unidad de destino en lo universal». Hoy es el bien común, la igualdad, el progreso, el bienestar, el diálogo o la dignidad misma de la política.

«Esta actitud mesiánica encuentra eco en quienes acaban comportándose no como ciudadanos sino como creyentes»

El problema, como revela ese aperitivo que estoy evocando, es que esta actitud mesiánica encuentra eco en quienes efectivamente acaban comportándose no como ciudadanos, dispuestos a someter a escrutinio y evaluar a sus representantes, sino como creyentes deseosos de renovar su fe y confirmar la Alianza del PSOE depositando una papeleta en una urna. No importarán entonces los pactos alcanzados con antiguos terroristas de arrepentimiento fijo discontinuo y con sediciosos, ambos grupos afanados en quebrar la ciudadanía común; apenas si rozará la conciencia el hecho sobrecogedor de que se haya convenido no recurrir al Tribunal Constitucional una ilegalidad flagrante permitiendo así que persista una inmersión lingüística que busca expurgar lo «español» de Cataluña; no se tendrá en cuenta las numerosísimas veces en las que se ha faltado a la palabra o se ha cambiado radicalmente de opinión sin dar razón alguna para ello, o se ha contribuido a una degradación institucional inaudita –que incluye al Parlamento, reducido a una eco-chamber de modos adolescentes- o se está dispuesto a hacer el caldo gordo a quienes sin tapujos quieren liquidar el régimen constitucional resultante de la transición y azuzar viejos rencores y odios; se pasará por alto que se acepte el cese de la presidenta del Consejo de Estado para volverla a nombrar como consejera de ese mismo órgano y así poder permanecer en la institución de manera vitalicia; se pasará de puntillas sobre algunas reformas  legislativas que abundan en los peores estereotipos de género para los varones, cuando otra y simultánea permitirá ser mujer (u hombre) con la mera voluntad, haciendo imposible desde ese momento toda racionalidad en la diferencia de trato; se echará como pelillo a la mar el abusivo y fraudulento recurso al decreto-ley, el amiguismo campante en la selección de cargos y asesores…

Todo eso, y más, en el fondo huelga, pues, en efecto: ¿qué más se puede querer que formar parte de la ciudadanía escogida y ungida, ser modesto pero firme costalero del único partido que como en una misión divina está obligado a ganar las elecciones?

6 comentarios
  1. Pinton

    Que difícil va a ser que algunos se bajen del burro en el que andan subidos. Casi tan difícil como hacerles entender que el animal no es el único que anda con anteojeras…

  2. ciberdama

    Muy buena columna.

  3. ToniPino

    En la democracia del 78 ha habido una cierta patrimonialización del PSOE, que se ha creído la columna vertebral del sistema. A eso se suma el poder de Prisa, especialmente de “El País”, afín a los socialistas, el periódico por antonomasia de nuestra democracia.

    El PSOE va de perdonavidas de la política española. De ahí lo de que el PSOE es el partido que más se parece a España. Esto ha conllevado un desprecio al PP, al que los socialistas miran por encima del hombro.

    En cualquier caso, también es cierto que en la sociedad española hay un escoramiento a la izquierda, que en absoluto justifica esa cierta patrimonialización del sistema y ese complejo de superioridad política del PSOE.

    Esto es apreciable en el hecho de que el PP ha ganado las elecciones, y especialmente ha obtenido mayoría absoluta, cuando se han dado dos condiciones: una alta abstención de la izquierda y una importante concentración de votos en el PP de personas situadas en el centro de la escala de ubicación ideológica. Esa concentración de votos es lo que intenta Feijóo, aunque no está claro que lo consiga, como no está claro nada en la vida, y menos en política.

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