THE OBJECTIVE
Daniel Capó

A los 40 años de la victoria del PSOE

«¿Pensó alguna vez Felipe González que su partido iba a dar la espalda al gran legado de la Transición para cultivar un discurso divisivo?»

Opinión
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A los 40 años de la victoria del PSOE

Ilustración. | Erich Gordon.

Para algunos la Transición terminó en 1982, hace ahora cuarenta años, con la victoria aplastante del PSOE de Felipe González. Para otros concluyó realmente en 1996 con el triunfo de José María Aznar, que revalidaba la exigencia de una fluidez líquida en el poder –de izquierda a derecha o de derecha a izquierda–, inherente a las verdaderas democráticas. Resulta inútil perderse en matices bizantinos: la modernización de España se llevó a cabo en poco más de dos décadas, prolongándose –si se quiere– hasta el 2004; aunque cabe dudar de la segunda legislatura de Aznar, tan decepcionante en cuanto a sus reformas efectivas. La victoria socialista de 1982 supuso un adiós definitivo a la nostalgia del franquismo, de igual modo que la llegada al poder de los populares en 1996 alejó cualquier tentación priísta de la vida pública española. Que hayan sido las izquierdas y los nacionalismos periféricos –y no las derechas– quienes han educado (y siguen educando) un país como el nuestro sólo nos indica la escasa inclinación que ha mostrado el conservadurismo patrio por contestar la hegemonía cultural vigente. Pero esto tiene poco –o nada– que ver con el relato de la Transición y de la democracia, que fue en todo caso una historia de éxito.

Para la derecha española, Aznar sería la Némesis de Felipe o, en todo caso, la figura política con la que compararse. Para González, en cambio –quizás por desprecio–, esta confrontación histórica no puede darse. Sus gobiernos fueron los responsables de la modernización real del país, con el ingreso en la Comunidad Económica Europea y en la Alianza Atlántica, por un lado; y con la puesta en marcha del Estado del bienestar, por otro. Aznar, por su parte, puede reivindicar el ingreso en el euro –un objetivo que entonces parecía inalcanzable–, el despegue económico y la definitiva internacionalización de nuestras principales empresas. Creo preferible analizar las dos décadas juntas, porque en ambas –gobernara quien gobernara– regía un optimismo voluntarista que hizo posible la transformación de la sociedad en un sentido claramente positivo. Mientras que, en las dos décadas siguientes, ya dentro del siglo XXI, se produjo un giro demagógico que fue de la mano de un ensimismamiento patológico: aparecían de nuevo los demonios familiares.

«¿Pensó alguna vez Felipe González que un día el PSOE en el Gobierno se apoyaría en Bildu y los partidos separatistas?»

Se cumplen cuarenta años de la victoria socialista de 1982 y resulta difícil no ceder a cierta nostalgia. El optimismo era palpable en las calles y presagiaba cambios profundos. Durante un tiempo, la ciudadanía creyó posible convertirse en un país escandinavo, aunque –por decirlo con palabras de Josep Pla– «aquí no hubiera suecos». Tampoco habíamos leído lo suficiente a Tocqueville, quien aseguró que la cultura es más importante para el funcionamiento de los países que sus instituciones. Y algo hay de todo eso porque, si bien es cierto que los siglos se abrevian con la educación, no todo sale siempre como uno quiere. ¿Pensó alguna vez Felipe González que su partido iba a dar la espalda al gran legado de la Transición para cultivar un discurso divisivo? ¿Pensó alguna vez que el PSOE de Solchaga, Boyer y Almunia –tan ortodoxo en lo económico– llegaría a ser un partido que respondiese a los desafíos del corto plazo con la chequera presupuestaria, aun a costa de sacrificar el futuro del país? ¿Pensó alguna vez Felipe González que un día el PSOE en el gobierno se apoyaría en Bildu y en los partidos separatistas? Quizás sí, porque nunca debemos olvidar el cinismo de los políticos. Pero esa no fue su herencia, a pesar de la imagen del doberman que hizo servir en una campaña electoral para descalificar al PP. Todas las grandes personalidades son poliédricas y Felipe sin duda lo ha sido. Era otra época, en efecto. Y, visto lo visto, también parece ser otro el anhelo actual de los españoles.

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