THE OBJECTIVE
Fernando Fernández

Nos estamos equivocando mucho

«Estamos a punto de caer en el proteccionismo, aunque disfrazado de autonomía estratégica y decorado con un barniz europeo que lo hace más digerible»

Opinión
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Nos estamos equivocando mucho

Christine Lagarde y Ursula von der Leyen. | Europa Press

Todo el mundo parece pendiente de las elecciones americanas. Hay un aparente consenso de que, de perder los demócratas la mayoría en Congreso y Senado, se desatarán sobre Occidente todos los males de la tierra. El  argumento es sencillo, como los republicanos están entregados al Trumpismo, se deslegitimaría la democracia americana y se cuestionaría la presidencia de Joe Biden, quien quedaría atado de pies y manos para gobernar. Como consecuencia, Ucrania sería entregada a la Rusia de Putin. Es un argumento muy parecido al que se usó contra la victoria de Meloni en Italia, que iba a romper Europa. Pero su acceso al Gobierno no ha desatado la temida caja de los truenos. De hecho, la prima de riesgo ha descendido desde entonces. Comprar con el rumor y vender con los hechos es una estrategia bursátil muy habitual entre los especuladores.

No tengo ninguna simpatía por Trump. Me parece ciertamente un peligro para la democracia. Pero no es el único. Me molesta profundamente la doble moral. Los mismos que se escandalizan de la deriva fascistoide americana, son los que minimizan que un presidente español gobierne con enemigos declarados de la democracia. Los que claman contra la posibilidad de que Trump pueda volver a ser presidente, les ríen las gracias a los golpistas que en España avisan que volverán a intentarlo. Los que se rasgan las vestiduras en defensa de las instituciones, encuentran gracioso que el presidente español arremeta contra el BCE y le acuse de conspirar contra decisiones soberanas de un pueblo. El mismo BCE que sostiene la deuda pública española. Ese mismo presidente que no duda en acusar a Guindos de haber rescatado los bancos, dando a entender que en la próxima crisis, no garantizará los depósitos, ni el ahorro de los españoles. Menos mal que ya nadie le toma en serio. 

Ese furor anti Trump nunca llega para analizar cómo es posible que un personaje así pueda llegar a movilizar a la mitad del electorado norteamericano. ¿Qué hemos hecho mal los demócratas para que semejante disparate pueda suceder? No pensemos los europeos que estamos curados de esa enfermedad cainita. Con la crisis financiera descubrimos que podíamos sufrir una crisis de deuda y balanza de pagos típica de economía emergente. Con la Covid, que nuestros sistemas sanitarios no podían resistir una epidemia masiva sin revertir a medidas medievales de confinamiento doméstico. Con la invasión rusa de Ucrania, vuelven los apagones, el frío y el desabastecimiento. Con la inflación en dos dígitos vuelve el empobrecimiento generalizado de las clases media, su temida proletarización y una creciente crispación social.

«En España profundizamos en la ruptura de la unidad de mercado y rescatamos empresas estratégicas siempre que sean autonómicas»

Como en otros tiempos, se buscan culpables. Y una vez usados y desgastados los más tradicionales -los banqueros, los monopolios, las grandes empresas, la derecha reaccionaria-, ya solo nos quedan recurrir a los constructos impersonales, la globalización y la digitalización. Volvemos a cometer los viejos errores y estamos a punto de caer en el proteccionismo, aunque esta vez disfrazado de autonomía estratégica y decorado con un barniz europeo que lo hace más digerible y presuntamente progresista. Ya no hablamos del sacrosanto mercado español, ni de recrear una industria automovilística española a la Pegaso, porque España ya no vende ni para el mundial de fútbol. Ahora toca crear una industria europea, defender los intereses estratégicos de Europa. Sin pensar qué pasaría si todos hicieran lo mismo. Si el mundo se dividiera en bloques que intentaran crear una industria y un mercado propios: americano, asiático, ruso. A la vez, y sin que a nadie le salten chispas mentales, en España profundizamos en la ruptura de la unidad de mercado y creamos o rescatamos empresas estratégicas siempre que sean autonómicas. 

La opinión pública europea coincide con preocupante unanimidad en la defensa numantina de los intereses estratégicos europeos. Les confieso que yo, sin embargo, cada vez que oigo a un ministro o responsable empresarial hablar de intereses estratégicos me echo la mano a la cartera y empiezo a calcular cuánto me va a costar. Hay dos escuelas europeas bien distintas que confluyen en la necesidad de crear una Europa económica y política como contraposición a Estados Unidos y China. Por un lado están los sempiternos nacionalistas enemigos del mercado libre y siempre sospechosos del comercio internacional porque destruye lo nuestro. Son los que añoran la Europa fortaleza y se han negado a que la Unión firme acuerdos comerciales con otras geografías, porque se destruye tejido social y productivo, dicen. Los que antes quemaban camiones españoles de fruta y ahora se manifiestan en defensa del modelo social europeo y para salvar el planeta. Los reaccionarios de siempre, tradicionales votantes de extrema derecha y extrema izquierda, a los que ahora se les han unido los eco-reaccionarios, los que no dudan en destrozar un Goya por salvar el  viento y sus moscas. Los que prefieren renunciar al crecimiento antes que cambiar el orden heredado de las cosas, los iusnaturalistas del siglo XXI. 

«Los neomercantilistas defienden que Europa no puede ir de hermanita de la caridad en un mundo de buitres»

Pero en los últimos años está apareciendo otra especie de proteccionista europeo más peligrosa, que yo llamo neomercantilista. Supuestos globalistas partidarios del mal menor. Su tesis es sencilla y atractiva. No niegan las ventajas del comercio libre, pero subrayan que no es realista, que ha dejado de existir. Los realistas defienden que Europa no puede ir de hermanita de la caridad en un mundo de buitres, donde China y Estados Unidos, con Xi, Trump o Biden, aspiran a dominar el mundo  utilizando el comercio, la industria y las inversiones como arma militar. No nos queda más remedio a los europeos, defensores del mejor modelo social, que reaccionar de la misma manera. Es una tesis atractiva en momentos de crisis e incertidumbre, porque da cobertura moral al latente proteccionismo europeo. No es que seamos malos, es que nos defendemos de las agresiones ajenas. Le sirve a los gobiernos para demostrar su compromiso social y les permite vender su activismo electoral como política de Estado. Y de paso, se justifican las grandes subvenciones a las empresas europeas para crear campeones supra-nacionales. ¡Qué mejor utilización de los fondos NGEU que ayudar a la creación de una poderosísima industria europea digital y ambiental que ponga coto a la dominación chino-americana! Liberemos el continente y hagámoslo a golpe de política industrial que los neomercantilistas llaman moderna e inteligente, pero es tan vieja como el INI.  

Los sueños de la razón producen monstruos. Y éste del proteccionismo es un viejo conocido. Lo sufrió Europa y el mundo entero en el período entre guerras. Algunas regiones como América Latina o África, con honrosas excepciones como Chile o Colombia hoy desgraciadamente en cuestión,  no lo han abandonado nunca. Vivimos tiempos difíciles sin duda. La combinación de cambio tecnológico, invierno demográfico, tensiones bélicas  y elevada inflación puede ser demoledora para el bienestar económico y social. La política económica puede contribuir a acortar el sufrimiento en intensidad y en duración. Y a evitar grandes errores que aseguren una larga recesión. La desglobalización, regionalización y el proteccionismo son el gran enemigo a evitar. Se consiguió en la crisis financiera gracias al entonces liderazgo americano. Liderazgo compartido de Bush y Obama con la dirección técnica del nuevo Premio Nobel de Economía y entonces gobernador de la Reserva Federal, Ben Bernanke, que supieron movilizar al FMI, el G7, el club de los países más ricos, y el G20, que incorpora a las grandes economías emergentes,  en la defensa de un orden económico liberal abierto. Así acortaron la crisis. ¿Dónde están hoy los líderes mundiales que piensan más allá de su próxima elección local?, ¿dónde el electorado que se lo exija? Vienen tiempos difíciles y serán muchos más difíciles si seguimos equivocándonos. 

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