Histerismo climático
«El cambio climático es una de esas materias que se han ideologizado y politizado tanto que el debate es imposible»
Hasta hace no demasiado, el tiempo era uno de esos lugares comunes a los que solíamos recurrir para entablar conversaciones o acabar con silencios incómodos. Hoy en día, es mejor cuidarse de sacar el tema a la palestra, no vaya a ser que nuestro interlocutor sea un concienciado climático que, en respuesta a nuestro insustancial comentario sobre el buen tiempo del que estamos disfrutando en esta época del año, se marque un discurso apocalíptico que haría las delicias de Greta Thunberg.
Casi peor que los catastrofistas son los mesías de la concienciación climática, que se apostan frente a los contenedores de basura para asegurarse de que tiramos la lata del refresco en el cubo de color amarillo y después soltarnos una chapa infumable sobre el daño que provocamos al medio ambiente no consumiendo agua «kilómetro cero» en una botella reutilizable. Son los nuevos viejos vigilando el avance de la obra. En otra época los hubiésemos ignorado o mandado a esparragar, dependiendo de nuestro estado de ánimo. Pero como los medios de comunicación se han llenado de referencias televisivas a expertos que nos advierten sobre cómo la ecoansiedad afecta cada vez a más compatriotas, nos limitamos a sonreírles y algunos hasta les dan las gracias.
El cambio climático es una de esas materias que se han ideologizado y politizado tanto que el debate es imposible. No se admiten preguntas o matices, ni mucho menos disensiones: el dogmatismo ha reemplazado a la ciencia y la ha convertido es un pseudo culto religioso. Sus mesías repudian a los críticos de la misma forma que Jesucristo expulsó a los mercaderes del Templo. Alguno pensará que he llevado el símil demasiado lejos, pero lamento informarles de que la realidad supera a la literatura: hace apenas unos días, la activista que pastorea cada mañana desde los micrófonos de la SER al rebaño progresista, Angels Barceló, exigió excluir del debate público a los que, como yo, rechazamos el mantra del genocidio climático. «El cambio climático nos está matando. Y si hay alguien que no lo quiere ver y niega la evidencia, debería estar excluido de la conversación y del debate público«, concluyó la locutora.
Mire usted, doña Angels, me gustaría recordarle que carece de ningún tipo de autoridad moral o profesional para exigir la cancelación de otros. Tiende usted con demasiada frecuencia a mimetizar el concepto de verdad con los discursos y necesidades del actual Gobierno de progreso. Y eso no es informar, es predicar desde una radio en lugar de hacerlo tras un atril en un mitin. Así que debería dar menos lecciones y recibir más: esta pretendida superioridad moral que exhibe, la aproxima al totalitarismo a usted y no a mí, ya que opta por censurar aquello que teme no ser capaz de debatir.
Por algún motivo que desconozco, hay un amplio sector de la izquierda -al que pertenece la Sra. Barceló- que considera que su ideología o militancia política les legitima para decidir qué opiniones superan su filtro de lo aceptable o admisible. Básicamente, han interiorizado que la máxima que reza «tu libertad termina donde empieza la mía» significa que son ellos quienes deciden arbitrariamente sobre los límites de las libertades de quienes les contradicen o importunan, particularmente en materia de libertad de expresión. Lamento tener que comunicarles a todos y cada uno de ellos que los derechos humanos son inherentes al individuo y los límites a su ejercicio son los que marcan las leyes de los estados de Derecho democráticos. Y si sus derechos y los míos entran en conflicto, será el poder judicial independiente el que tendrá que ponderar cuál prevalece. Aunque me da en la nariz que todo esto ya lo saben y de ahí su insistencia en colonizar la justicia.
«La lista de malos augurios fallidos es tan extensa que la prudencia, lejos de ser expulsada del debate público, debería ser el punto de partida»
No es la primera vez que confronto a quienes quieren anular civil y profesionalmente a los que cuestionen sus mantras. Hace apenas un año, exponía que el pasaporte COVID constituía una discriminación intolerable que ni tan siquiera resultaba útil desde el punto de vista sanitario porque las vacunas no evitaban la transmisión de la enfermedad. Como no podía ser de otra forma, todos los integrantes de esta secta laica me tildaron de negacionista. Y ya ven que, no mucho tiempo después, se ha evidenciado su manifiesta inutilidad. No han pedido disculpas, claro. Se escudan en que argumentaban con fundamento en la «evidencia científica disponible», que de científica tenía entre poco y nada.
Pues terminada la emergencia pandémica, ahora lo intentan con la climática, conscientes de que las excepcionalidades y las catástrofes predisponen a los ciudadanos a mostrarse comprensivos con el poder, renunciando a espacios de libertad. La estrategia política y mediática es similar y, aunque parezca mentira, también sus soluciones: los mismos ideólogos que vieron en la pandemia una oportunidad única para «reformar» las democracias liberales y abolir el sistema capitalista, aseguran que la catástrofe climática se evitará decreciendo y limitando derechos, esto es, imponiendo el socialismo y el comunismo.
Por desgracia para todos ellos, la invasión rusa de Ucrania ha sacado a la luz las pútridas entrañas del lobby climático y de cómo muchas de las erróneas decisiones adoptadas durante estos últimos años nada tenían que ver con el medio ambiente y sí con la geoestrategia: los países que fomentan con su dinero a los que predican el empobrecimiento de Occidente para salvar el clima son, además de los que más contaminan con diferencia, los que pretenden liderar un nuevo orden mundial.
Hemos de ser cautelosos ante determinadas predicciones porque la experiencia demuestra que su tasa de acierto es negativa: en 1989, la ONU advertía de que naciones enteras podrían desaparecer de la faz de la tierra debido al aumento del nivel del mar si la tendencia al calentamiento global no se revertía para el año 2000. Antes, en 1974, el periódico The Guardian publicó que, según la información obtenida por satélites espaciales, se aproximaba una nueva edad de hielo. El mismo periódico, en el año 2002, publicaba un artículo patrocinado por la fundación de Bill & Melinda Gates firmado por George Monbiot en el que se aseguraba que habría una hambruna en 10 años. En 2008, el vicepresidente de EEUU, Al Gore, advertía de que el Ártico estaría sin hielo para 2013.
En la actualidad, mientras el mainstream asegura que este otoño excepcionalmente cálido es consecuencia del cambio climático, la comunidad científica lo atribuye a la erupción del volcán submarino Hunga Tonga el pasado enero, una de las más poderosas jamás observadas. Su duración y efectos son impredecibles.
La lista de malos augurios fallidos es tan extensa que la prudencia, lejos de ser expulsada del debate público, debería ser el punto de partida. No se puede construir ciencia expulsando del método la posibilidad de refutación. Eso no es ciencia, sino religión. En todo esto, los verdaderos negacionistas son los que han antepuesto el eslogan al sentido crítico.