THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

El «ni conmigo ni sin mí» de Iglesias

«A medida que Yolanda Díaz ha entendido que Podemos no suma en Sumar como marca, Iglesias se ha revuelto. No puede permitirse perder su juguete favorito»

Opinión
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El «ni conmigo ni sin mí» de Iglesias

El exlíder de Podemos Pablo Iglesias. | Europa Press

Pablo Iglesias reivindica el valor decisivo de los partidos políticos y pide respeto para Podemos. Entretanto él trata de manejar su formación desde un programa audiovisual de pódcast llamado La Base. Toda una muestra de respeto al partido, con la secretaria general de baja maternal.

Aunque la coherencia nunca ha sido su fuerte, tiene sentido que él confíe la potencia a La Base, porque en definitiva la base de una potencia en matemáticas es el número que se multiplica a sí mismo repetidamente. Y eso le sucede a Iglesias. Siempre acaba por repetir el número, interminablemente: Yo, el Mesías.

Claro que a medida que éste se repite, con fidelidad marxista, lo hace más en forma de farsa. Es «la caricatura de un líder tóxico», según su viejo conmilitón Ramón Espinar, uno de tantos rostros de la primera hornada que se quedaron en el camino, en realidad todos los fundadores: Errejón, Bescansa, Luis Alegre, Monedero, Tania, también Teresa Rodríguez… Todos, salvo Iglesias. Y su última vuelta de tuerca ha sido torpedear la hoja de ruta de Yolanda Díaz para construir un proyecto en el espacio de la extrema izquierda que amenaza ruina.

Iglesias, a decir verdad, nunca ha respetado a Podemos, algo que habría empezado por respetarse a sí mismo. Se fue del Gobierno por debilidad, creyó que podría ser virrey y acabó de tertuliano. No ha logrado plaza en la Universidad: lo de Políticas es raro; lo de Periodismo era obvio porque a menudo acredita desconocer los fundamentos más básicos. Hoy, como acierta a acotar Espinar, su idea de Podemos es «el club de fans del pódcast» de La Base. Pero nunca ha dejado de actuar como si él se hubiera llevado la llave del éxito.

«Fue él quien ungió a Yolanda Díaz antes de marcharse, en el que sería su enésimo error de liderazgo»

Ahora en la Uni de Otoño –al partido eternamente adolescente sólo le faltaba llamar Uni a su universidad– Iglesias ha despachado a Yolanda Díaz de estúpida, ingenua y también reaccionaria. Claro que irónicamente fue él mismo quien ungió a Yolanda Díaz antes de marcharse, en el que sería su enésimo error de liderazgo, y además con uno de esos dedazos a mayor gloria de la democracia orgánica de los partidos consagrada en la Constitución. Probablemente su idea es que ella belarreara en el Consejo de Ministros como delegada suya. A medida que Yolanda Díaz ha entendido que Podemos no suma en Sumar como marca, Iglesias se ha revuelto.  No puede permitirse perder su juguete favorito, de ahí que se maneje con ese «ni conmigo ni sin mí» parafraseando el apócrifo machadiano.

Es lógico que en Podemos teman que Yolanda Díaz liquide esa marca por traspaso del negocio al inaugurar Sumar, y que además Sumar acabe en un fiasco. Pedro Sánchez ha puesto lo suyo, y sigue haciéndolo, para que suceda así. A Iglesias sin duda le escuece tener que admitir que fue él quien la bendijo. Y ahora no quiere mirarse en ese espejo que le devuelve su reflejo. Prefiere dinamitar ese espacio de la extrema izquierda que parece abocado una y otra vez a reiniciarse desde sus cenizas.

Con todo, Yolanda Díaz no es su mejor opción sino su única opción. Tiene una bala de plata en los índices de popularidad. Es verdad que se le ha visto falta de coraje electoral, algo que no se adquiere sentando a un millar de expertos a pensar la operación, pero aún es una figura en cierto estado de gracia, y quizá le dure hasta las urnas antes de que se rompa el hechizo de Reina de las Cosas Chulísimas. Desde luego no necesita a mil expertos para saber que Podemos es efectivamente una marca muy achicharrada e Iglesias una amenaza. Para eso bastan los datos en bruto de los sondeos que marcan una tendencia desastrosa. Es lo que hay. Iglesias e Irene Montero pueden conjurarse con un besazo ante su público, como Lenin y Krupskaia redivivos en su dacha, pero no por eso Podemos va a tener un happy end estilo Hollywood. 

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