Trumpeando
«La vuelta a la política de bloques en la esfera internacional coincide con una tensión creciente de la polarización de la política doméstica»
La prensa de nuestro país coincide en destacar que los resultados de las elecciones en Estados Unidos frustran las aspiraciones de una vuelta por todo lo alto de Donald Trump. La vuelta del estrambótico naranja es ciertamente alarmante en el actual contexto planetario, aunque, por otra parte, tampoco sea del todo tranquilizador tener de presidente de la primera potencia mundial a un simpático jubileta que caza moscas imaginarias en sus apariciones públicas.
A veces estoy tentado de imaginar cómo nos pintarán nuestros semejantes del futuro dentro de unos cuantos siglos, tal y como nosotros hemos hecho con nuestros antepasados de épocas pretéritas. Pienso ahora en aquel espléndido retrato que Johan Huizinga dedicó a los hombres y mujeres del medievo en El otoño de la Edad Media. Gentes mucho más sencillas que nosotros, y, por ello, más dadas a demostrar sin pudor sus sentimientos. Puede que no nos fueran a la zaga en defectos y bajas pasiones, pero, sin lugar a duda, vivían unas existencias que no necesitaban la prescripción de ansiolíticos ni otras sustancias destinadas a aplacar nuestros miedos perentorios. Su pavor fundamental era a la muerte, siempre al acecho con su guadaña a cuestas. El nuestro, en cambio, privilegiados y opulentos según el sambenito, parece ser a una vida en perpetua precariedad y mudanza.
A tenor de los últimos despidos llevados a cabo por Zuckerberg, no parece que el invento del metaverso vaya a ser el inminente refugio virtual a nuestras descarnadas zozobras cotidianas. De momento quedamos a la intemperie de la realidad más cruda lanzando escupitajos al cielo de Twitter o subiendo fotos de cafés añejos al plúmbeo álbum de Instagram. Poca evolución han aportado las redes sociales a nuestra adaptabilidad al medio, si no es para tener distraídos a muchos que de otra forma estarían dilapidando la semanada y forzando la máquina en mala vida analógica.
«La pandemia y la guerra de Ucrania marcan la glaciación de la globalización»
De ahí que, en plena época de los monstruos («el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos», según sentencia de Gramsci), todavía queda por descubrir qué es circunstancial y qué es realmente algo más que una nota al pie de página en los libros de historia. La pandemia y la guerra de Ucrania marcan la glaciación de la globalización y de aquellos happy years de la alianza de civilizaciones. La vuelta a la política de bloques en la esfera internacional coincide con una tensión creciente de la polarización de la política doméstica. Pero todavía resulta prematuro saber a ciencia cierta qué es simplemente hojarasca de papeles y cacareo gallináceo de tertulia.
A mí personalmente la sola presencia de Trump me acongoja considerablemente. Sobre todo si su reaparición coincide con una guerra iniciada por un perturbado al que tiene en alta estima y con cohetes chinos viajando descontrolados por el espacio aéreo. No quiero ni pensar en la posibilidad de un nuevo Gobierno de Estados Unidos presidido por Trump en semejantes circunstancias. Ya podríamos todos correr a escondernos en el metaverso del señor Zuckerberg. Por no hablar de las generaciones futuras. En el caso de que llegaran a existir, no sé yo si les quedarían muchas ganas de dedicarnos el estudio y la atención que Huizinga empleó con la época medieval. Y si llegaran a hacerlo, sería para constatar una enajenación colectiva en ese claroscuro que engendra monstruos. Una enajenación más. En este caso con un puñado de potencias nucleares en manos de unos tipos cuya salud mental es mucho más preocupante que la de un simpático jubileta que caza moscas imaginarias en sus apariciones públicas y que, pese a todo, aún cree que las sociedades deben ser un poco menos desiguales aunque sólo sea para evitar males mayores.