THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

A Sánchez le obligan a ser Sánchez

«Entre la camisa polinesia y el traje color berenjena, pactó con Bildu la salida de la Guardia Civil de Tráfico de Navarra. Sánchez está con los matones»

Opinión
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A Sánchez le obligan a ser Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

¡Otra columna sobre Sánchez, qué remedio! Apareció en el Senado con un traje de indeterminado color berenjena (las dos cosas a la vez), como reminiscencia cromática, más adusta, de la camisa polinesia. Enfrente, Feijóo no le acertaba. Es que se ha dejado convencer por los columnistas satisfechos de sí mismos que consideran que Feijóo debe ser pugnaz como ellos, los columnistas. Su única opción era aparecer senatorial, como hacía al principio con algún funcionamiento. Pero a los columnistas eso les sabía a poco. Le han empujado y el efecto ha sido el contrario: el de la hernandezmanchización de Feijóo. No se encuentra, flojea; enfático no resulta convincente. Está a puntísimo del gatillazo.

A estas alturas hemos de reconocer que con Sánchez no vale echarse al barro, porque él es el rey del barro. El barro es su elemento. Ni Rivera ni Casado le arañaron, por más alto y ásperamente que hablasen; ni le araña este Feijóo que se destempla. Solo cabe aproximarse a Sánchez con frialdad, como un desactivador de explosivos. Centrarse en cables concretos y cortarlos. Mientras, el valentón seguirá con su pose macha y con ese desprecio al prójimo tan característico que madre mía si fuera de un político de derechas. Solo le falta el palillo de diente en la boca. Pero los contenidos decorativamente de izquierdas de sus parrafadas le ganan impunidad para su pose cazurra. El suyo es el trumpismo perfecto: un trumpismo que los antitrumpistas apoyan porque le compran el disfraz. Por eso no habría que entrar en sus valentonadas, sino decirle la verdad serenamente, con media sonrisa incluso, como hacía el primer Feijóo. Para lo otro ya estamos los columnistas.

El mejor momento del debate en el Senado fue cuando Sánchez acusó a Feijóo de hacer lo que le decía El Mundo. Tiene gracia, porque el reproche a Feijóo (yo mismo lo he estado esgrimiendo) es que le obligan a no ser Feijóo. Reproche que no se da aislado en nuestro panorama político, puesto que viene con otro complementario, más antiguo de hecho: el de que a Sánchez le obligan a ser Sánchez. Aunque este, más que reproche, es exculpación: Sánchez no es así, pero le obligan. Le obligó Rivera por no pactar, le obligan sus socios por lo pactado. La diferencia es que, si bien pudimos atisbar a otro Feijóo, de Sánchez no hemos tenido más que Sánchez.

«Lo escalofriante es que Sánchez está donde está y todo le está saliendo gratis»

Ahora que Rivera ha entrado en este periódico como columnista (¡también podrá decirle a Feijóo lo que tiene que hacer!), he vuelto a pensar en su paradoja. Caló como nadie a Sánchez: todo lo que le dijo no ha dejado de cobrar vigencia, multiplicada. Pero a la vez contribuyó a que se cumpliera su diagnóstico. Aquel pacto no lo quería Sánchez ni lo quería Ferraz (digan lo que digan Julio Feo y Lucía Méndez, con su escandalito demediado: toda la culpa es de Rivera, ninguna de ese Sánchez al que le obligan), pero Rivera tendría que haberse empeñado, siquiera por la astucia de desenmascarar a Sánchez. 

Lo escalofriante es que Sánchez está donde está y todo le está saliendo gratis. Todavía hay quien piensa que hay otro Sánchez. Pero como decía Schopenhauer: «Solo la ejecución sella el propósito». Somos estrictamente lo que hemos hecho. Y Sánchez ha hecho lo que ha hecho.

Entre la camisa polinesia y el traje de indeterminado color berenjena, Sánchez todavía pactó con Bildu, con los proetarras, la salida de la Guardia Civil de Tráfico de Navarra. El diputado de Bildu Oskar Matute celebró la noticia en Twitter con este mensaje: «Circulen!!!». Sánchez está con los matones. Es uno de ellos.

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