Palabras que hacen mundos
«Baudelaire es el primer profeta de las artes que se iban a producir tras la irrupción de la tiranía de las máquinas y de la masificación en las ciudades»
Muchos son los ciudadanos capaces de escribir buenos versos con gracia y elegancia, escasos, sin embargo, son los poetas. Un poeta es algo muy distinto a un escritor de versos: es un creador de mundos. Y son escasos. Dante, Shakespeare, Hölderlin, Leopardi no escriben versos, inventan (encuentran) mundos lingüísticos. El mundo de la modernidad lo inventó un poeta, Charles Baudelaire, y si usted no puede leerlo en francés, tiene suerte porque acaba de aparecer un volumen con sus ensayos: Escritos sobre arte, literatura y música (Acantilado), en excelente edición y traducción de José Ramón Monreal.
La actualidad de Baudelaire, muerto hace siglo y medio, es cada día más acuciante. Se habrá observado que este volumen prescinde de la poesía por la que es mundialmente conocido, Las Flores del Mal, para ofrecernos su pensamiento. Y es del mayor interés porque Baudelaire brilla como uno de los últimos en tener un mundo entero dentro de la cabeza. Fue el primer poeta del universo técnico, aquel que iba a transformarlo todo, incluida la enfermedad y la muerte. Fue el primer poeta de la ciudad industrial, esa a la que Walter Benjamin, su gran exégeta, llamaba metrópolis. Baudelaire es el primer profeta de las artes visuales, literarias y musicales que se iban a producir tras la irrupción de la tiranía técnica, de las máquinas, y de la masificación en las ciudades del anonimato.
Y es nuestro contemporáneo porque, como nosotros, perteneció a dos mundos. Uno se estaba muriendo y el otro empezaba a nacer. Como nosotros, había dejado atrás un pasado heroico, el del romanticismo, pero del futuro sólo asomaba una cabeza neonata en las artes. Como consecuencia, Baudelaire se mostraba radicalmente crítico hacia todo lo nostálgico, pero aún no podía alabar lo nuevo más allá de leves destellos, a los que Benjamin llamó iluminaciones. Así, por ejemplo, fue el primer artista fascinado por las titánicas máquinas que vio en las Exposiciones Universales de París. Las colosales turbinas de transatlántico que se exhibían sobre pedestales, como esculturas, le llevaron a una radical reinterpretación de la obra de arte tradicional, mucho antes que los futuristas y las vanguardias.
«Será el primer poeta de la ciudad industrial y simultáneamente su máximo despreciador»
Y, sin embargo, nada podía odiar más furiosamente que el progreso y la democracia, los componentes esenciales de los Estados Unidos, ya entonces icono sagrado de un futuro nihilista. También será el primer poeta de la ciudad industrial y simultáneamente su máximo despreciador. Verá en las inmensas ciudades la aparición de unas fantasmales figuras poéticas, nuevas y anónimas, alejadas de toda heroicidad romántica: el asesino múltiple, el detective, el paseante ocioso y escrutador, el dandi, las hermosas mujeres que deambulan solas por las calles como veleros a todo trapo.
La unidad de odio y amor le condujo (como a nosotros) a intuir un fin del mundo que no era sino el fin de su propio mundo, sin poder compensarlo con el anuncio de una riqueza (posible o no) que emergería en el mundo nuevo. Así, también nosotros, escindidos entre el viejo mundo de las imágenes figurativas, el papel, las máquinas simples (bicicleta, paraguas, telar, molino), la sociedad inmediata y accesible, etcétera, y el nuevo mundo mediático, electrónico, desintegrado, global, mentiroso y de máquinas que ocultan su funcionamiento, nos sentimos perfectamente contemporáneos de Baudelaire.
La edición, acompañada de cien páginas de notas y un prólogo muy esclarecedor de Giovanni Macchia, es una verdadera joya.