La magdalena española
«Es el triste sino del escritor ibérico: permanecer muerto sin que a nadie le apetezca recordarte»
Seguro que muchos de ustedes, amantes de Proust, recuerdan la escena de la magdalena que se desarrolla en el capítulo inicial de Por el camino de Swann. El narrador retira el envoltorio de uno de esos bollos alargados tan franceses, identifica el molde con una de esas conchas de peregrino tan españolas, y al saborear el dulce comprende que algo se ha despertado en su memoria. De pronto una sensación cálida se impone a la tristeza, la melancolía pasa de la aflicción al entusiasmo en apenas unos segundos. El narrador no comprende, sabe que esa satisfacción no le pertenece al dulce sino a sí mismo, pero como quiera que es la magdalena la que lo espolea repite el proceso una y otra vez hasta llegar a apagar el efecto acogedor. Finalmente interpreta que la sensación afectiva nace del recuerdo de su tía ofreciéndole ese mismo dulce muchos años antes, fundiendo Proust memoria y presente en apenas unos párrafos, sublimando el poder del tiempo como catalizador de la esencia humana.
Precisamente por escenas tan memorables como esta, Francia se ha volcado con el centenario del autor parisino. Leo que la Biblioteca Nacional de Francia ha preparado una de las exposiciones más ambiciosas de su historia para conmemorar la efeméride. Varios museos del país, entre ellos el Louvre o D’Orsay, participan. También empresas privadas. El caso es que en dicha exposición podrán verse manuscritos, documentos que salen por primera vez a la luz, como Soixante-quinze Feuillets, el primer esbozo de la obra, los cuadros citados en las novelas, como La catedral de Rouen de Claude Monet, así como vestidos de la época o dibujos garabateados por el propio autor. También se aportan, por cierto, detalles de la génesis del capítulo que abre este texto, de la famosa magdalena. Toda Francia empuja para colocar al autor en el escalón de la literatura universal que merece.
Pienso ahora en alguien más cercano, un autor al que usted o yo casi podemos tocar, dada la cercanía y la influencia de su obra: don Pío Baroja y Nessi. Se celebra este año el ciento cincuenta aniversario del nacimiento del autor vasco, y utilizo el verbo «celebrar» más como una convención lingüística, como una práctica común en la conducta verbal, que como una realidad patente. Busco por la red e institucionalmente sólo encuentro una campaña llamada Baroja por Madrid, promovida por el ayuntamiento de la ciudad, y ahí se acaba el asunto. Todo lo demás son pequeñas iniciativas de este o aquel periódico, solitarias figuras dedicándole párrafos a este genio de la novela, pequeños soldados de la cultura batallando con espada de madera. Para más INRI, la ciudad natal de Baroja, San Sebastián, le ha negado este año la Medalla de Oro. En fin.
«Si se compara uno con el país vecino, casi dan ganas de echarse a llorar»
Como la magdalena consigue con Proust, este episodio hace arder mi memoria, y no precisamente para despertar sentimientos cálidos. Si se compara uno con el país vecino, casi dan ganas de echarse a llorar. Allí, varios museos, instituciones públicas y entidades privadas se dan la mano para conmemorar el hecho; aquí, en caso de haberse propuesto, probablemente habríamos topado con algún tipo de traba moral, cuando no regionalista, o incluso con algún parapeto económico o social. Es el triste sino del escritor ibérico: permanecer muerto sin que a nadie le apetezca recordarte, porque la verdadera magdalena española es el olvido.