El Gobierno del 'gaslighting'
«Los episodios de las últimas semanas corroboran que el Ejecutivo de Sánchez y la verdad son antitéticos y que el presidente y sus socios están dispuestos a todo»
Supongo que ya sabrán que la editorial Merriam-Webster, especializada en diccionarios, ha elegido gaslighting como palabra del año. El anglicismo es antiguo (tiene su origen en 1938) pero se ha puesto de moda en 2022, cuando sus búsquedas se han disparado ¡un 1740%! Este préstamo lingüístico es de difícil traducción en castellano. Fundéu recoge «hacer luz de gas», que la RAE explica como «intentar que (alguien) dude de su razón o juicio mediante una prolongada labor de descrédito de percepciones y recuerdos».
Gaslighting es la «práctica de engañar para conseguir un beneficio». Engañar, pero… no de cualquier manera. Se trata de hacer creer que la realidad en la que se vive es falsa y que esta distorsión responde a fallos propios (de memoria, de recepción, de entendimiento…). Se «hace luz de gas» cuando, mediante la manipulación del discurso y del contexto, ante una serie de evidencias, borrando o creando realidades paralelas, se incita a una persona a pensar que es ella quien está equivocada (o loca).
«Gaslighting describe lo que hacen algunos políticos para someter a la crítica y (man)tener el poder»
En inglés se aplica el término no sólo a entornos personales sino también colectivos. Por eso ha aumentado su popularidad: con la multiplicación de fórmulas de desinformación (fake news, deepfakes, secuestro de datos, propaganda…), en climas de opinión cada vez más asfixiantes, gaslighting describe lo que hacen algunos políticos para someter a la crítica y (man)tener el poder. Por ejemplo, los de este «Gobierno de progreso».
Los episodios de las últimas semanas corroboran que el Ejecutivo de Sánchez y la verdad son antitéticos y que el presidente y sus socios están dispuestos a todo. Y es que, desde que llegaron a la Moncloa, los ciudadanos sufrimos un gaslighting tan burdo (con supresiones y creaciones en una realidad paralela) que cuesta creer que sea cierto.
Este ejecutivo ha borrado: contagios (días antes de aquel fatídico domingo ocho de marzo), suspensos (para bajar la tasa de abandono escolar y pillar fondos europeos), subidas de precios (el dichoso «fenómeno transitorio» de la inflación de Calviño), muertos (para salvar a Marlaska) o, recientemente, parados (para mayor gloria de Yolanda y su reforma laboral).
Pero, además de borrar, la coalición de progreso también crea. Para desprestigiar a quien no les bendice, engendra cosas feas (por ejemplo, fascistas) y, para reforzar su discurso, «cosas chulísimas». Calviño, por ejemplo, genera crecimiento (que los operadores económicos le desmienten sistemáticamente); Escrivá, subidas de pensiones (que al final por distintos motivos acabarán siendo bajadas encubiertas) o Tezanos, votantes (cada vez que sale un CIS). Cada uno contribuye como puede con sus pequeñas distorsiones.
Estas últimas semanas, sin embargo, el gaslighting para la deconstrucción de nuestro Estado de derecho ha subido dos niveles. Uno, gracias al presidente de Gobierno, que va a borrar delitos a cambio de presupuestos (como ha admitido ERC) y otro, gracias a la ministra de Igualdad, dispuesta a borrar mujeres y a crear un ejército de «tránsfobas, machistas y violentos» con todo aquel que le cuestione.
Lo de Sánchez tiene ya poco que explicar: un Rufián confeso ha reconocido abiertamente, (como, por otra parte, los españoles nos maliciábamos desde hace tiempo), que la sedición ha sido este año la moneda de cambio para votar los presupuestos generales del Estado… y ¡el Gobierno acusa a la oposición –en concreto al PP- de mentir y crispar! Todo en orden.
Lo de Irene Montero merece alguna reflexión más. Y es que la semana pasada sucedieron dos cosas muy graves en el Congreso.
La primera, en la sesión de control. Ante una pregunta de Belén Hoyo por la ‘ley del sí es sí’, Montero acusó al PP de promover «la cultura de la violación». Intolerable. No sólo porque la ministra se empeña en ignorar (y en no rectificar) los beneficios que su ley chapuza han dado ya a casi 50 abusadores. También porque intenta crear un imaginario falso sobre todo aquél que se atreve a cuestionarla –en este caso, lo ha hecho usando un concepto académico. Recordemos que el PP ha firmado un Pacto de Estado contra la Violencia de Género, cosa que Unidas Podemos no hizo. Difama, que algo quedará.
La segunda, en la ponencia de la ‘ley trans’, abierta y cerrada en menos de tres horas, donde se vetó la presencia de comparecientes y se trató de impedir el acceso a las enmiendas transaccionales. Un atropello que viste de normalidad lo que en realidad es un uso totalitario de las instituciones. Como han denunciado fuentes de organizaciones feministas críticas «el PSOE prefiere pegarle una patada en la boca a la democracia antes de que se sepa cuál es la posición de la dirección, que no coincide con lo que opinan mayoritariamente sus bases femeninas».
«Todo lo que rodea a estas normas está hiriendo de muerte instituciones esenciales del Estado de derecho»
Las consecuencias de la ‘ley del sí es sí’, de la ‘ley trans’ y de la Proposición de ley que elimina el delito de sedición han provocado un terremoto político, cuyo efecto mariposa va a ser la ruptura del PSOE y la desaparición total Ciudadanos. Pero lo grave de verdad es que todo lo que rodea a estas normas está hiriendo de muerte instituciones esenciales del Estado de derecho. Ante nuestras propias narices, sin que los españoles demos crédito ni nos atrevamos a rebelarnos.
Hacer luz de gas es un tipo de maltrato psicológico que sume en el desconcierto a quien lo sufre que, además, suele tener miedo a ser señalado si hace públicas sus preocupaciones. Borrar delitos, borrar mujeres y borrar el Estado de derecho para mantenerse en el poder es propio de totalitarios. Los españoles no deberíamos asumir una distorsión más: ni una lección de este Gobierno, que no es de progreso sino de gaslighting.