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Antonio Caño

En el diván

«La situación es tan volátil y está en manos de personas tan mediocres que cualquier cosa puede depararnos el futuro»

Opinión
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En el diván

Pedro Sánchez en el Congreso. | Europa Press

En su libro Narcissism and Politics, Jerrold Post, profesor de psiquiatría y director del Programa de Psicología Política de la Universidad George Washington, sostiene que muchos de los escándalos y crisis que los medios de comunicación tratan como sucesos políticos son, al menos parcialmente, atribuibles al carácter de sus protagonistas, que «se consideran por encima de la ley y no sujetos a las limitaciones morales, éticas y legales que habitualmente restringen el comportamiento de los gobernantes». «Creo que hay rasgos narcisistas asociados con muchas de las conductas de líderes políticos, especialmente aquellas que ponen de manifiesto el contraste entre las palabras y los hechos», asegura Post.

Se ha hecho tan complejo el mundo tras las ruptura del orden heredado de la Segunda Guerra Mundial y han surgido líderes tan antagónicos a los que conocíamos que es preciso acudir a todas las fuentes, también la psiquiatría, en busca de explicaciones. Casi ningún país es ajeno a ese fenómeno. La ruptura del orden internacional se tradujo en España en la crisis del modelo de convivencia impuesto por la Constitución de 1978 y el surgimiento de dirigentes políticos personalistas y arrogantes que no se sienten constreñidos por los valores imperantes hasta ahora y pretenden moldear el sistema político de acuerdo a sus propias creencias y necesidades.

Las medidas anunciadas por el Gobierno la pasada semana, sumadas a otras muchas en el pasado en la misma dirección, han provocado reacciones de una gravedad sin precedentes. Se ha denunciado la voluntad de crear un régimen autoritario y, por primera vez en nuestra democracia, se ha denunciado un intento de golpe de Estado desde el propio Ejecutivo. Incluso aceptando que parte de esas denuncias sean atribuibles a los excesos verbales tan propios de nuestra época, hay que admitir que algo profundo está ocurriendo en la política española.

La decisión de acomodar las principales leyes del país a los deseos de los gobernantes y de someter las principales instituciones a sus urgencias políticas, todo ello sin el debate y el asesoramiento precisos, contradice los principios más elementales de una democracia liberal. Puede ser una decisión tomada conforme a las reglas vigentes y, por tanto, legítima en el plano político. Podría incluso contar con el respaldo popular. Pero incluso así sería arbitraria y antidemocrática. Es la forma de actuar en una democracia popular, no en una democracia liberal.

Tal vez este es el quid de la cuestión. Tal vez nuestros gobernantes han entendido que el tiempo de la democracia liberal ha pasado y es necesario evolucionar nuestro sistema hacia el modelo de democracia que viene. Después de todo, muchos de los miembros del Gobierno y de los partidos que lo conforman expresan públicamente su admiración hacia modelos políticos en América Latina y otros lugares que han acabado o están en proceso de acabar con la democracia liberal. Sería ponerse en consonancia con los tiempos.

Pero tal vez no. Tal vez estemos asistiendo sólo al viaje narcisista de nuestros líderes políticos, que quieren dejar su huella en el sistema y necesitan para lograrlo un tiempo suficiente en el poder. 

«El culto a la personalidad consigue estas cosas, que figuras insignificantes se sientan capaces de transformar la historia»

Confieso que no sé por cuál de las dos opciones inclinarme. A veces dudo de que nuestros gobernantes tengan la talla y las ideas suficientes para emprender un cambio de régimen, sobre todo sabiendo que no hace mucho esas ideas eran contrarias a las que hoy defienden. Pero el culto a la personalidad consigue estas cosas, que figuras insignificantes se sientan capaces de transformar la historia.

La situación es tan volátil y está en manos de personas tan mediocres que cualquier cosa puede depararnos el futuro. No es descartable que, como advierten los más cínicos, tras la borrachera navideña, las autoridades vuelvan a inyectar calma, moderación y dinero, de forma que lo de la sedición, la malversación y el Tribunal Constitucional sean sólo feos recuerdos del pasado, viejos argumentos que sacan los que tratan de envenenar el plácido clima político español, tan bien valorado en Europa.

Tampoco es descartable que, viendo el sencillo encaje de estas últimas aberraciones legislativas, intenten avanzar hacia el triunfo final, hacia la victoria definitiva del pueblo sobre el fascismo y sus tentáculos en la justicia y en la prensa.

Imposible saber cómo acabará esto. Ya no sé si los locos son ellos o nosotros. Habrá que preguntar al psiquiatra.

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