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Antonio Caño

Populismo o muerte

«El camino trazado es el de la polarización, el de situar a los españoles dentro de un año ante la disyuntiva fatal de democracia o muerte»

Opinión
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Populismo o muerte

Populismo o muerte. | Europa Press

Lo más alarmante de todo lo ocurrido en los últimos días es la promesa del presidente del Gobierno de que la democracia está a salvo en nuestro país. «Que los españoles estén tranquilos. La Constitución y la democracia prevalecerán ante estos ataques», dijo el jueves pasado en Bruselas. Conociendo los antecedentes, comprenderán que hay razones para la inquietud.

Ciertamente, la implicación en el batalla política del Tribunal Constitucional, como ya lo estaba el Tribunal Supremo y el Consejo General del Poder Judicial, el señalamiento a los jueces como militares golpistas y la identificación de todo lo que se opone al Gobierno con la ultraderecha sugieren un declive de nuestra democracia que bien podría acarrear un daño permanente.

Sin embargo, Sánchez tiene razón: la democracia prevalecerá. España, como demostró hace cinco años, es un Estado fuerte, con instituciones más sólidas de lo que hoy aparentan y con una sociedad mucho más identificada con los valores democráticos y con el entorno europeo que los defiende de lo que hoy sugiere la pasividad de los ciudadanos ante las tropelías políticas cotidianas.

No es pasividad, según entiendo, sino desprecio creciente hacia la clase política -y periodística- y un rotundo rechazo de la mayoría de la población a sumarse al clima de desasosiego y división que quiere imponer el Gobierno y sus aliados en el Congreso.

Porque tengo la impresión de que ese es el fondo del asunto de los últimos episodios políticos vividos en España: elevar al máximo el pistón de la polarización con el convencimiento de que sólo en ese ambiente el Gobierno será capaz de revalidar la mayoría que le permita seguir en el poder.

Lo más alarmante de todo lo ocurrido en los últimos días es la promesa del presidente del Gobierno de que la democracia está a salvo en nuestro país

La estrategia es sencilla: cuanto más convirtamos esto en un choque entre demócratas y golpistas, entre progresistas y fascistas, entre aliados del pueblo y siervos del capital, más posibilidades tendremos de que los españoles, aturdidos ante tan dramática decisión, acaben votando por nosotros.

Es la vieja receta del populismo, desarrollada ahora con el mayor ímpetu para tapar daños graves y objetivos como los beneficios que violadores, corruptos, malversadores y golpistas -estos sí convictos y confesos, los del 1 de octubre- obtienen de la leyes que aprueba el Ejecutivo.

La polarización es útil para todos los componentes de la mayoría gubernamental. Es útil para los independentistas, en la medida en que el enfrentamiento entre los ciudadanos, como todo lo que es malo para España, es bueno para su causa. Es útil para la extrema izquierda, que consigue así avanzar hacia su proyecto político, imperante ya en varios países de América Latina. Y es útil, sobre todo, para Pedro Sánchez, quien desde el comienzo de su carrera ha ganado con la división y sólo con la división.

Tal vez en algún momento, Sánchez aspiró a corregirse. Tal vez algunos meses atrás, sus estrategas planearon disfrazar con piel de cordero el último año de la legislatura para llegar con una sonrisa a las elecciones. Pero la entrada en escena de Núñez Feijóo hizo abortar ese plan. Era difícil batir al nuevo líder del PP en moderación y era aún más difícil aceptar la invitación al pacto que Feijóo ofrecía sin que se derrumbase todo el castillo de naipes construido hasta la fecha.

Era imposible fungir de moderado y mantener viva al mismo tiempo tan radical y pintoresca coalición como la que Sánchez gobierna. No quedaba pues otro camino que conducir a todos hacia el extremismo. Ayudados por una maquinaria de propaganda experimentada en la construcción de realidades alternativas, se le coloca la etiqueta de ultra a Feijóo, como se señala -con nombres y apellidos han pedido los más apasionados- a todos los enemigos del Gobierno, que son los enemigos de la democracia. Cuando reaccionen coléricos, demostrarán que la acusación era correcta y que su pretensión es la de crispar.

Feijóo hubiera entorpecido esta burda estrategia si su primera decisión hubiera sido la renovación incondicional del Consejo General del Poder Judicial. Todavía está a tiempo de hacerlo. Pero es justo advertir que, aún si eso ocurriese, la ruta del Gobierno hacia las urnas parece ya diseñada. El Gobierno no confía tanto como dice en el respaldo de los ciudadanos a su política económica y confía aún menos en sus medidas para «pacificar» Cataluña y modernizar nuestra legislación. Si lo hiciera, saldría a la ofensiva con sus propios argumentos y huiría de las marrullerías y la confrontación, como hacen los buenos equipos en un campo de fútbol.

Pero no, el camino trazado es el de la polarización, el de situar a los españoles dentro de un año ante la disyuntiva fatal de democracia o muerte. Sólo que en esta ocasión y para nuestra desgracia lo que realmente plantea el Gobierno es: populismo o muerte. 

Tiene razón Sánchez en que la democracia prevalecerá, pero tal vez para ello el dilema que los votantes debieran tener en mente ante las urnas sería: populismo o democracia.

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