La economía 'verde' angustia a Europa
«A Europa todo parece salirle mal en las últimas décadas debido a problemas estructurales, excesiva regulación burocrática y falta de realismo de sus élites»
Pocos años antes de la pandemia, una honda inquietud recorría las principales cancillerías de la Unión. China acababa de adquirir Kuka, la principal robótica alemana, y continuaba jugando con la idea de una «ruta de la seda» que iba a alterar las tradicionales vías del comercio mundial. La prensa internacional hablaba de un nuevo continente: Eurasia, que pivotaría en torno al dominio oriental. En Washington las tensiones con la Casa Blanca sólo iban en aumento, a causa de la peculiar presidencia de Donald Trump. Más preocupante aún, sin embargo, era la pérdida creciente de influencia de los europeos en el contexto internacional. Tras un referéndum, Londres había decidido activar la desconexión. El retorno del nacionalismo y de la extrema izquierda –las dos fuentes habituales de conflictos en el siglo XX– iba fracturando la confianza ciudadana en el proyecto comunitario. Las críticas hacia las élites funcionariales de Bruselas se redoblaban, no sin que hubiera motivos legítimos para ello. La boyante locomotora alemana y su área de influencia geográfica no se acompasaban con una mejora en los estándares de vida de la mayoría de europeos. Tras la llegada del euro, hubo países ganadores y países perdedores; pero la Unión en su conjunto había perdido protagonismo y relevancia. Washington miraba hacia el Pacífico, preocupado por el ascenso de un nuevo imperio. Pekín y Moscú iniciaban un acercamiento estratégico con algunos intereses en común. Europa se sabía relegada y envejecida demográficamente, lenta de reflejos y fracturada en su interior.
El BCE miraba la economía y, detrás de los equilibrios o desequilibrios macroeconómicos, detectaba las heridas mal cicatrizadas de la crisis de deuda soberana que, entre 2011 y 2012, estuvo a punto de dar al traste con la moneda única. Estados Unidos y China habían logrado adquirir una enorme ventaja en la nueva economía ligada a la revolución científica: de la Inteligencia Artificial al Big Data, de los chips a la biotecnología. En un mundo con tendencias monopolísticas, parte de esta ventaja se consideraba insalvable: no habría un Google o un Apple europeos, para entendernos. Quedaba la economía verde como tabla de salvación: otra de las revoluciones pendientes que, además, los votantes europeos –con sus convicciones mayoritariamente socialdemócratas– se mostrarían dispuestos a apoyar vía déficit público. Si Europa llegaba tarde a muchas batallas, le quedaba esta última escaramuza, que encajaba con muchas de las preocupaciones climáticas y proteccionistas de nuestra época. La Unión dispondría al fin de un futuro económico ligado a la nueva economía.
«La nueva Ley para la Reducción de la Inflación ha tensado las relaciones entre ambos lados del Atlántico»
Llegó la pandemia y surgieron otras preocupaciones, algunas mucho más preocupantes. La última, sin embargo, desafía directamente el proyecto que había diseñado la Unión. La nueva Ley para la Reducción de la Inflación, con sus normas proteccionistas y su enorme inversión en todo tipo de energías renovables y en economía verde, ha tensado de un modo extraordinario las relaciones entre ambos lados del Atlántico. Los gobiernos europeos temen que las medidas americanas, la cuales van a entrar en vigor el próximo 1 de enero, supongan un desplazamiento de inversión empresarial hacia los Estados Unidos –beneficiarios además de unos costes energéticos significativamente más bajos–, dificultando así la recuperación de una Europa ya muy lastrada por la guerra de Ucrania; y, peor aún, temen que desbaraten el proyecto europeo de liderar una I+D ecológica.
Se diría que a Europa todo parece salirle mal en las últimas décadas, seguramente debido a problemas estructurales –¿qué es, en realidad, la Unión?–, a una excesiva regulación burocrática, a derivas ideológicas, o más bien a una falta de realismo por parte de sus élites. La primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, recordaba hace unos días la obligación europea de ser más fuertes. Se refería a la defensa y a la industria militar, pero podríamos hacerlo extensivo a muchos otros campos: la economía y la ciencia, en primer lugar. Para entendernos: sin realismo, Europa carece de futuro.