La izquierda, dueña del tiempo
«La izquierda se arroga la autoridad de dictar cuándo hay que congelar el tiempo, caso del franquismo, o enviar un periodo al baúl de la historia, caso de ETA»
Ocurre estos días algo que ilustra bien un fenómeno patológico definitivamente asimilado por la izquierda: aspirar a ser, como en el anuncio de Euromillones, los dueños del tiempo. Este episodio sucede en Andalucía, pero tiene valor general.
El actual Gobierno andaluz ha conmemorado las manifestaciones del 4 de diciembre de 1977, determinantes en el proceso autonómico, y ha establecido que se haga como Día de la Bandera de Andalucía. El viejo líder andalucista, Alejandro Rojas Marcos, le lanzó ese guante al presidente andaluz y Juanma Moreno enseguida intuyó la oportunidad. Al cabo, la derecha había cometido un error en 1977 que tardó años en entender y aceptar.
Hasta ahí, tiene sentido. Pero… pero una vez más hay pero.
La izquierda, lejos de celebrar esto, ha reaccionado de mala manera, más o menos enfurecidamente, negándose a aceptar al PP ahí. Consideran que la derecha no es sólo una advenediza, sino una intrusa a la que niegan el sello de andalucistas de primera. El planteamiento no puede ser más ridículo: supondría, de ser así, que la realidad habría quedado definida en la foto fija de 1977, de modo que todo lo sucedido en el medio siglo posterior sería irrelevante y estéril.
El argumento, desde luego, es idiota, pero ¿cuándo ha sido eso un problema?
Si el PP no puede ser andalucista, porque no lo era en 1977, es tanto como decir que el PSOE no puede ser socialdemócrata, porque en 1977 todavía eran marxistas. Ridículo, claro. Felipe González hizo progresar inteligentemente al PSOE; y Juanma Moreno, que en 1977 tenía 7 años, hace progresar al PP al acabar con ese pecado original. Mejor así.
«El presidente andaluz no ha pretendido reescribir lo que ocurrió en 1977, sino corregir el error de 1977»
Socialistas y comunistas, sin embargo, acusan al PP de reescribir la historia. Es algo objetivamente falso. El presidente andaluz no ha pretendido reescribir lo que ocurrió en 1977, sino corregir el error de 1977. No se ha pretendido reescribir la Historia, sino abrir un nuevo capítulo en el libro de la Historia. La izquierda se niega a aceptarlo, obviamente, porque le resulta más ventajoso tener al PP situado en el imaginario de la vieja derechona de entonces, miope ante las inercias de la Transición.
¿Prohibido corregir errores? Esa es la idea.
«La derecha no rescribirá nuestra Historia», clama un parlamentario comunista. «Ustedes no estuvieron con los andaluces…», les reprocha otro parlamentario socialista y exsenador, Josele Aguilar, incurriendo además en la idea tan típicamente nacionalista de que sólo eran andaluces los que se manifestaban, y no los que no lo hicieron. Y así uno tras otro. María Jesús Mancafinezza Montero, con su tono montaraz al uso, añadía que «construir Andalucía no es llegar en el último minuto y convertirse; el PP siempre ha estado en contra del Estatuto de Autonomía».
María Jesús Montero, está de más advertirlo, miente. El Estatuto vigente de 2007 salió adelante con los votos del PP.
Anclar al PP a un error de 1977 es como anclar al PSOE al momento en que su fundador, Pablo Iglesias, desafiaba al sistema y amenazaba al líder del Partido Conservador, Antonio Maura, advirtiéndole que «antes de que su señoría suba al Poder, debemos llegar hasta el atentado personal». Eso fue el 7 de julio de 1910, 15 días antes del atentado contra Maura en una estación. O en el que otro de sus líderes históricos, Largo Caballero, animaba a crear un clima violento para sumir a España en el caos en vísperas de la Guerra Civil. Sería, va de suyo, absurdo.
Más allá de la anécdota, toca, según la canónica receta de Eugenio d’Ors, elevar ésta a categoría. Este episodio retrata cómo la izquierda pretende arrogarse la autoridad de dictar cuándo hay que congelar el tiempo, caso de la Guerra Civil y el Franquismo, que disfrutan de un presente continuo; o cuándo hay que enviar un periodo al baúl de la historia, caso de ETA, acusando a la derecha de mirar atrás obsesivamente por interés partidista. Hay una guerra cultural que hay que aprender a dar contra ese retorcimiento torticero del tiempo, la historia y la memoria.
Tirarse los trastos de la Historia como arma arrojadiza, por demás, es toda una tradición nacional. En la Transición, aunque se cometieron muchos errores desde todas las filas, se entendió que era necesario mirar al futuro, abriendo el periodo más pacífico y próspero de la Historia de España. Pero esa Transición, y no es mal día éste para recordarlo, ha sido ahora puesta bajo sospecha a instancias de la actual mayoría, bajo la convicción de que la polarización es más rentable, con el eco de otro partido nacionalpopulista desde el extremo opuesto. Algunos no pierden la querencia de la quijada cainita.