THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Síntomas de totalitarismo

«La campaña ‘A ti que te importa’ de Igualdad pretende crear una especie de policía de la moral, un clima de sospecha en el que se pueda delatar al vecino»

Opinión
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Síntomas de totalitarismo

Ilustración. | The Objective

Cabría preguntarse, ¿cuál es el camino más apropiado para lograr transmutar un régimen democrático a uno totalitario? Más en concreto, ¿qué síntomas podríamos encontrar en un proceso de descomposición democrática que nos lleve a un sistema político totalitario? Lo primero que deberíamos hacer, en mi opinión, es saber qué es eso del «totalitarismo», porque es un concepto que va más allá de la política, esto es, va más allá de la concreción de la actividad política y lo que pretende es imponer un sistema de valores y unos referentes ideológicos con los que lograr una sociedad dócil frente al poder porque, básicamente, lo que pretende es crear una percepción distinta de la realidad.

El problema lo encontramos en que es fácil reconocer este tipo de totalitarismos y sus sistemas de imposición ideológica en aquellos países y/o momentos donde ya está asentado. Podemos observar extremos como la Alemania de entreguerras o el comunismo en todas sus variantes. Sin embargo, como decía, la clave estaría en saber qué se necesita para poder crear el caldo de cultivo social como facilitador previo de un régimen totalitario. Naturalmente, ningún político totalitario te dirá que lo es, ni por supuesto, identificará sus acciones como totalitarias, porque él mismo bebe de esa especie de cosmovisión mesiánica de la sociedad y de la política.

Pues bien, partiendo de una premisa que es que la realidad social está comunicacionalmente construida y, por tanto, la percepción de la realidad es el núcleo de la capacidad de manipulación social, entonces las narrativas, los marcos de percepción y la creación o distorsión de las categorías de lo moral nos darán pistas de lo que puede estar ocurriendo más allá del ruido del debate público, de la niebla de guerra política o las campañas de marketing político. Más allá del componente o la etiqueta ideológica de proyectos totalitarios, nos encontramos con algunos puntos que componen la estructura básica de cualquier narrativa populista y totalitaria.

En esta estructura básica, podemos observar los siguientes puntos: el miedo al disidente y la necesidad de aniquilación de cualquiera que libre y públicamente discrepe de su cosmovisión; la creación de un clima social de sospecha que, a través de la tiranía de la mayoría, ejerza una presión social que no permita la individualidad y la libertad de pensamiento, estigmatizando cualquier opinión contraria a la oficialista; la necesidad de crear alteridades sobre las que poder encarnar el mal y justificar su praxis política y, finalmente y fundamental, la realidad siempre debe ajustarse a lo que espera la ideología. Todo esto es clave para lograr cambiar la mentalidad y la escala de valores de la sociedad. Pero, si nos fijamos, lo básico y que subyace a todo es la necesidad de anular la individualidad y, por tanto, poder acabar dócilmente con la libertad.

«Con dinero público se ha tratado de estigmatizar a un presentador de televisión con el mantra del machismo»

Lamentablemente, ejemplos habría muchos, la aparición de dogmas de todo tipo podría ser algo de extensión inagotable, por lo que, para responder a la pregunta ¿estamos asistiendo actualmente a un proceso de descomposición democrática en nuestro país?, buscaré las pistas, los síntomas, que podrán resolver la duda. Por ello seguiré los puntos del esquema de uso del totalitarismo que comentaba más arriba.

Como ejemplo inicial (pero no único) nos encontramos cómo, con dinero público, se ha tratado de estigmatizar a un presentador de televisión como es el Sr. Pablo Motos con el mantra del machismo. Una campaña de publicidad que no únicamente pretende dañar la imagen y reputación del periodista para lograr que su voz disonante frente al relato populista tenga un menor impacto en la sociedad, también es un aviso a navegantes, para todos aquellos (pocos) periodistas y divulgadores que están ejerciendo de auténtico cuarto poder. Ahora ya saben cómo las gasta el poder político. La mejor opción es el asentimiento público o el silencio cómplice.

El modus operandi lo volvemos a encontrar en el vídeo financiado por el Ministerio de Igualdad (ojo al orwellanismo del nombre del ministerio) en el que, como ejemplo de maltratador, escogían a un policía retirado. Naturalmente, no estamos ante una casualidad: esto pretende crear y aprovechar un sustrato cultural con el que lograr cimentar una visión en la que instituciones básicas para mantener nuestras libertades, como son las fuerzas de seguridad (y el orden constitucional), deben ser estigmatizadas para justificar la necesidad de reeducar a sus miembros en una línea ideológica concreta. Es igualmente, a través de la presión social, un modo de intentar condicionar la actividad de este tipo de instituciones públicas y crear un clima de inseguridad entre la población.

Como vemos, tenemos ministerios que no reparan en gastos en lo referente a la creación de campañas de publicidad que son campañas de desinformación cada vez menos disimuladas. Una de ellas, y creo que condensa esa visión totalitaria, es la llamada A ti que te importa. Estamos ante lo que podría ser una visión estructural de lo que pretende el populismo que recorre nuestra piel de toro. Por un lado, cuestiona la estructura de la familia, despoja la potestad de los padres hacia sus hijos (recordemos aquello de que los hijos no son de los padres), mezcla cínicamente lo que es algo deleznable como es el maltrato infantil con cuestiones que, si fuesen penalmente punibles, toda la generación de nuestros padres hubiera acabado en prisión.

«La realidad es algo secundario frente a una ideología de corte mesiánico y teleológico»

Algo que considero muy importante de esta última campaña, es que pretende crear una especie de policía de la moral, un clima de sospecha social con lo que cualquiera (como si de La invasión de los ultracuerpos se tratase) pueda delatar a su vecino porque considera que, según dice el Ministerio, está haciendo mal lo que debe hacer. Hacer creer que todos nos hemos de vigilar a todos, reforzando esta especie de sociedad panóptica a la que nos enfrentamos, es propio de sistemas políticos que utilizan la presión social para ejercer un poder despótico de forma indirecta. Asumir que todos tenemos ese rol de vigilante de lo moral, podrá servir para cualquier otro fin, estamos a un paso de convertirnos en una especie de colaboradores de una Stasi incipiente.

Finalmente, como decía, la realidad es algo secundario frente a una ideología de corte mesiánico y teleológico. Si hay que manipular se manipula, si hay que maquillar, se maquilla, todo en pos del objetivo final, todo por la Causa. En este caso, si hay demasiados ciudadanos que están sin trabajo, eso no importa, dejamos de contarlos o sacamos la varita mágica de la manipulación y, de repente, desaparecen de los registros del paro.

Como decía el filósofo John Stuart Mill: «…todo lo que aplasta la individualidad es despotismo, cualquiera que sea el nombre que se le dé, y ya sea que pretenda hacer cumplir la voluntad de Dios o los mandatos de los hombres». En nuestro caso, estamos ante el Dios de una ideología trasnochada que pretende volvernos al pasado del totalitarismo. Afortunadamente, aún tenemos elecciones. Es cosa nuestra poder evitar que sigamos cayendo por el precipicio de la manipulación populista.

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