THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Cómo mueren las democracias

«El sanchismo ha emprendido una guerra de posiciones, cuyo fin es la creación de un régimen exclusivo, al servicio de las izquierdas y de los nacionalistas»

Opinión
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Cómo mueren las democracias

Ilustración. | The Objective.

¿Está la democracia española en peligro? Es una pregunta, como dirían Levitsky y Ziblatt en el libro que da título a este artículo, que nunca creímos que haríamos. Porque una cosa es que el sistema sea mejorable, como todos, y otra empeorable, como está sucediendo con Pedro Sánchez.

El sanchismo, de alma totalitaria, ha emprendido una guerra de posiciones, cuyo fin es la creación de un régimen exclusivo, al servicio de las izquierdas y de los nacionalistas. Por supuesto, el resto queda excluido.

Los hechos son de sobra conocidos. Vivimos un proceso de apropiación del Estado por parte del PSOE y de sus socios a través de la legislación. El motivo no es otro que acomodar el sistema a sus necesidades particulares y partidistas. 

En ese proceso se sacrifican las bases de la democracia liberal, como son la separación de poderes, el parlamentarismo, la seguridad jurídica y el Estado de Derecho. Al tiempo se convierte en delito criticar o negarse a las decisiones del Gobierno. De esta manera se controla a cualquier tipo de oposición, ya sea política, judicial o mediática.

Juan José Linz, el mejor politólogo español del siglo XX, estudió la quiebra de los sistemas democráticos de la Europa de entreguerras. Demostró que la pieza fundamental de una democracia es el comportamiento de los partidos. Pero no se refería a todos, sino justamente a aquellos sobre los que descansa la estabilidad del sistema. En España son (o eran) el PSOE y el PP. 

«La clave del proceso de destrucción de nuestra democracia está en el PSOE» 

El problema aparece cuando uno de esos partidos muestra más afinidad con uno de los extremos rupturistas que con su adversario constitucionalista. Es el caso de los socialistas de Sánchez. Por esto la clave del proceso de destrucción de nuestra democracia está en el PSOE. 

Los dirigentes, decía Linz, deben evitar por responsabilidad y respeto a la democracia la normalización de los rupturistas o darles respetabilidad. Esto es justo lo contrario a lo que han hecho los sanchistas en España: han convertido a Podemos, ERC y Bildu, enemigos de la libertad y de la democracia, en interlocutores válidos, incluso preferibles a los constitucionalistas. Los resultados negativos están a la vista. 

El bueno de Linz añadía que un líder responsable pone la democracia y el país por delante del partido y, por supuesto, de sus intereses personales. Sánchez no pasa esta prueba. Es un ególatra sin escrúpulos

A partir de ahí, el test democrático se endurece. ¿Cómo trata a los adversarios? El presidente del Gobierno y sus seguidores políticos y mediáticos niegan la legitimidad de la oposición. Han convertido a los críticos en antipatriotas y fascistas. No hace falta más que escuchar a sus portavoces parlamentarios y gubernamentales, y leer sus terminales mediáticas.

El autoritario en el poder se cree la encarnación de la democracia, por lo que cataloga a sus críticos como «antidemocráticos». Es una prueba de que no entienden la democracia como un sistema de contrapesos y control, y de que desprecian a los españoles que no les votaron. 

Ayer mismo, para muestra, Patxi López justificó el asalto al Tribunal Constitucional diciendo que el PP es antidemocrático porque no quiere su renovación. Poco importa que esa «renovación» sea para entregar la institución a los independentistas, convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña y donde sea, y cambiar el régimen a través de la legislación. 

Seguimos con el test democrático. ¿El Gobierno de Sánchez tolera o alienta la violencia? El sanchismo es tolerante con los que ejercieron la violencia contra la democracia, como la filoetarra Bildu, y con ERC, que dio el golpe de Cataluña en 2017. No acaba ahí. En ese Gobierno está Podemos, que alentó la violencia callejera en España desde 2015, y ha hecho lo mismo con los conflictos en otros países. La violencia, dice el podemismo, es una reacción popular legítima para romper barreras. 

Avanzamos con el test. ¿Considera unas elecciones ordinarias como si fueran constituyentes? Obviamente. Lo dijo Pablo Iglesias, y lo cumple Pedro Sánchez. Hasta Juan Carlos Campo lo dijo cuando era ministro para calmar a ERC: estamos en un proceso constituyente. Ese carácter está en el ADN de la izquierda populista actual, y el sanchismo lo es. Toda convocatoria electoral es tomada como un plebiscito sobre el orden de las cosas. Ganaron y lo están cumpliendo. 

«Sánchez y sus aliados han asaltado todas las instituciones y se dedican a legislar sobre las costumbres privadas dictando moralidad»

Los autoritarios creen que una votación les confiere legitimidad para constituir el sistema político sin hablar con nadie, sin tener en cuenta nada. Son mesías, como diría Jacob L. Talmon, que creen que su gobierno dictatorial es necesario para salvarnos a todos de nosotros mismos. 

De aquí procede la obsesión por colonizar el Estado, que no puede ser un obstáculo en el cumplimiento de la misión del mesías político. Pedro Sánchez y sus aliados lo han hecho desde el primer día. Han asaltado todas las instituciones, incluidas las fuerzas armadas y de orden público, y se dedican a legislar sobre las costumbres y creencias privadas dictando moralidad. Es la creación de un Estado moral, el sueño de todo totalitario.

Solo falta el poder judicial y el Tribunal Constitucional, que son la clave para la bendición de su revolución legislativa. Esto explica la campaña de insultos a las sentencias y a los jueces, como ha ocurrido con la de Griñán o la aplicación de la ley del solo sí es sí. Los jueces, han dicho sanchistas y podemitas, necesitan reeducación, dejar de ser «fascistas» e incorporarse a los dictados del Gobierno.

¿Y la libertad de la prensa? La predisposición a limitarla y a insultarla es una prueba, así como la discriminación de los medios críticos. La negativa de Sánchez a ser entrevistado por periodistas que no son de su cuerda es muy significativa. Un presidente democrático debe someterse a las preguntas de la prensa más dura, no solo por respeto al pluralismo, sino por demostrar que es el presidente de todos, no únicamente de los suyos. Las preguntas confortables son típicas de las dictaduras.

Hasta la portavoz del Gobierno indicó que los medios debían incluir un apartado o quince minutos en los informativos para contar con veracidad lo que hacía el Ejecutivo.

No quiero alargarme más. El suspenso al test democrático es más que evidente. Y esto no es opinión apocalíptica, como dice alguno, sino la aplicación del conocimiento. Es el cuento de la rana: si se mete de golpe en el agua hirviendo, salta, pero si se calienta el agua poco a poco ni se entera y muere cocida. Eso pasa también en las democracias. Al tiempo.

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