Rojo España
¿Y el color de España? ¡Pues el rojo, claro! El rojo sangre, el rojo pasión, el rojo que tremola en los pabellones de España y de sus territorios. El de la Cruz de Santiago, el de la de San Andrés. ¡Ese rojo!
Ahora que se acaba este Mundial de la Vergüenza, y aunque no me refiero con este epíteto al ridículo que ha hecho la Selección Nacional en él, la llamada La Roja nos va a dar la excusa para hablar de este color y del por qué representa a España. Pues los simbolismos cromáticos son algo inherente a la necesidad de reconocer bandos, pueblos, banderías o naciones. O equipos deportivos. Es la misma razón por la que van a surgir las banderas con los que acabarán siendo llamados, y no por otra razón, «colores nacionales». En el caso de la selección nacional de fútbol, que acaba siendo recogido también en otros deportes, el rojo fue la opción aunque no siempre fuera el usado a lo largo de la historia. Pues aunque fue el encarnado (como no podía ser de otro modo) su primera remera de 1920, al año siguiente se añadiría la blanca, lo que también tenía su tradición. Tras la Guerra Civil, en 1939 se pasaría a una azul por razones políticas evidentes, volviendo en 1947 gracias al general Moscardó, a la sazón Delegado Nacional de Deportes en ese momento, a la camisola roja, con atinado criterio.
Para que vean que esto no es una moda actual, el llamarla, por tanto, con este color, o que contenga connotaciones políticas algunas, baste recordar los Juegos Olímpicos de Amberes, donde por primera vez juega la Selección, tras el vibrante partido contra Suecia, aquél del «¡Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo!» en un golpe franco. Donde el que así gritaba, el bilbaíno José María Belauste, entraría a cabecear el balón con tal furia que acabaría metiendo el balón en la portería en compañía de medio equipo sueco, según cuentan las crónicas del momento. Crónicas donde, tras el partido, se calificaría al equipo como Furia rossa, esto es, ¡la Furia Roja! Aquella mítica selección capitaneada por Ricardo Zamora, y que también pasaría a conocerse como la «Furia española». Una furia muy relacionada con hechos históricos y ¿casualidades? históricas. Pues donde se realizaría aquél partido y Juegos fue en Amberes. ¡En aquella que fuera parte de la Flandes de época imperial hispana! Les cuento.
El que era entonces presidente del Comité Olímpico Español, un tal Gonzalo Figueroa y Torres, Marqués de Villamejor, hermano del famosísimo Conde de Romanones, quiso que, junto al rojo de la camiseta, que campeaba en la bandera nacional, estuviera el amarillo, representado no por una franja haciendo de algún modo que los colores nacionales estuvieran representados en la equipación de manera lo más similar al gallardete español, sino mediante un león rampante en gualda. Amberes está situado en lo que era el antiguo Ducado de Brabante, situado entre Bélgica y los Países Bajos. Ese territorio fue dominio de la Monarquía hispánica y estuvo representado en los escudos de sus reyes durante siglos. El símbolo heráldico: un león de oro sobre campo de sable (esto es, negro). Habida cuenta de que el león lleva siendo parte de la heráldica española de manera ancestral, y que el de Brabante, el rey entonces, Alfonso XIII, que seguía ostentándolo en su escudo de armas, lo vio como el perfecto aderezo para colocarlo sobre el pecho como escudo de los jugadores españoles.
¿Y el rojo? ¡El rojo era el color distintivo de los Tercios españoles! Pues en tiempos en que la uniformidad no existía, además de las banderas y guiones para distinguir amigos y enemigos en la batalla, ciertos colores distinguían las facciones. De este modo, nuestros enemigos tradicionales, los franceses, llevaban brazaletes azules, color que fue propio de sus casas reinantes, sobre cuyos pabellones cerúleos ondeaban sus flores de lis. Hoy día, por cierto, a la selección de fútbol se les denomina Les Bleus, mostrando los colores tradicionales que llegaron a ser la bandera de Francia. Los suecos contra los que se enfrenta España en la Guerra de los Treinta Años mostraban el color amarillo de las coronas amarillas o de oro, de su blasón. Los holandeses, lo saben bien, llevan el color naranja proveniente de la casa de Orange (¡claro, cuál si no!), y su selección llegó a ser conocida en un momento de su historia como «la Naranja Mecánica». ¿Y el color de España? ¡Pues el rojo, claro! El rojo sangre, el rojo pasión, el rojo que tremola en los pabellones de España y de sus territorios. El de la Cruz de Santiago, el de la de San Andrés. ¡Ese rojo!
El blanco fue un color complementario al rojo, como vemos en heráldica, como vemos en banderas y en uniformes de cuando la casa de Borbón devino también Casa Real española. Con lo que era normal que fuera usado como color alternativo en el uso deportivo también. ¿Y desde qué tiempo eso de La Roja se hizo de nuevo popular? Pues ocurrieron dos cosas: una, que el entrenador Luis Aragonés empezó a referirse a este término para hacer sinécdoque entre Selección Nacional y los colores que portaba. Por otra, a raíz de la concesión de la retransmisión del Mundial de 2006 a la cadena privada de televisión Cuatro, cuyo color corporativo era… el rojo, lo que aprovechó para hacerse una campaña de fidelización de imagen a costa de la Selección, no refiriéndose de otro modo a ella. ¿Política? Me temo que ninguna. Más bien márquetin. A no ser que ahora tengamos que achacar que tal color volviera a la selección, ya ven, por el héroe del Alcázar. Moscardó tuvo muy claro cuál había sido, y era, el color nacional. ¡El rojo de España! Sin más. Ni menos. ¡Estemos orgullosos de él, qué caramba!