La San Silvestre de José Ignacio
«José Ignacio sentirá la congoja que también le habían anticipado. Y las emociones cruzadas, los recuerdos, las ausencias, las presencias y las encrucijadas ajenas»
Hoy es el gran día de José Ignacio, el culmen de una aventura que arrancó a la vuelta del verano, harto de chanzas sobre su «estar de buen año» o cuánto aumentaba la pendiente de su «curva de aprendizaje». Lo cierto es que la maldita curva había arrasado con todo vestigio de su vientre de juventud y estando de pie ya no le permitía ver sus atributos. Aunque… casi mejor.
«Maricarmen, esto se acabó. Voy empezar a hacer deporte».
«¿Tú?».
En la empresa había oído hablar de un grupo de «corredores» que con una manzana, un Activia y medio sándwich de pavo a mitad de mañana, sacrificaban la hora y media de almuerzo y se iban a «rodar a la Casa de Campo». Ya había comprendido que el rodaje no era el de una película, sino una iniciática forma de aludir a lo que antaño se llamó footing, después jogging, y hoy, pero sólo en los círculos de los advenedizos, los que gastan Quechua de Decathlon, se conoce como running. El grupo se hacía llamar los Correflautas, lo cual ya era un fuerte desincentivo al que habría de sumarse el de la personalidad de su líder espiritual, un viejo sindicalista tosco, jactancioso y autoritario al que todo el mundo insistía en llamar «el Míster».
José Ignacio había colgado el chándal de la clase de Gimnasia nada más terminado 3º de BUP así que lo primero era equiparse. El Míster le había dirigido a Bikila, la legendaria tienda de la Avenida Donostiarra, en los bajos de esos míticos bloques de la M-30 que inmortalizara Almodóvar en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?
«Allí preguntas por José María, uno que hace ultras a lo bestia…».
«¿Es de Vox?».
«Se metió en el probador del que salió embutido y refulgente como aquel Leroy Johnson de la serie ‘Fama'»
«No, no… corre carreras de 100 km y más… o si no por Isidro… que es buen colega y te asesorará bien… Cuando andábamos finos, pero finos laínos, lo ganábamos todo en carreras menos conocidas… Que si un jamón en la media de Tielmes, una botella de vino en el Cross del Pedrusco de Cebreros… Pero claro, luego llegaron los negritos, los moritos…».
«Vale».
«Que te mire si pronas…».
«¿Si qué?».
«Nada, la pisada… cómo pisas, aunque tú tienes pinta de supinador… y nada de zapas ligeras…».
A Bikila se llegó José Ignacio con Maricarmen una tarde de mitad de septiembre que jarreaba de lo lindo.
«Además de estas zapatillas que me recomienda Isidro [en menos que cantó un gallo ya se sentía su par] necesito camisetas, pantalones… he pensado unos de esos que se pegan bien para el invierno…».
Presto se metió en el probador del que salió embutido y refulgente, prieto como aquel Leroy Johnson de la serie Fama, pero sin las costuras ni hechuras del bailarín del Bronx.
Mari Carmen levantó la vista del móvil: «José Ignacio, ¿pero tú te has visto?»
José Ignacio abre con mimo la caja que este año ha dado la organización de la San Silvestre, más propia de un economato de grupos de consumo agroecológico que de la carrera popular que tanto había llegado a mitificar en sus «sesiones de entrenamiento», cuando ya pudo retener algo de las batallitas del Míster y no escuchar sólo su propio jadeo de chucho aquejado de EPOC. Los primeros entrenos los recuerda ahora que contempla el chip, esa pieza ignota que parece extraída de un Kinder sorpresa y que tendrá que adosar a su zapatilla. Aunque casi prefiere no recordarlos. Supone que en alguno llegó a desplomarse y que fue Sara, la directora de ventas, la que se sumó a su ritmo de garrapata y le animó mientras subían la cuesta de Garabitas. Solo a mitad de octubre pudo proferir alguna irrelevancia – breve en todo caso- en las conversaciones que se gastaban los Correflautas. Y siempre que no estuviera demasiado alejado, es decir, en las bajadas de aquellos terraplenes infernales que conformaban un Averno orográfico conocido como La Tapia.
José Ignacio mira el recorrido, una vez más, y evoca las recomendaciones del Míster sobre los ritmos que conviene llevar en cada momento, que hay que reservar para no petar en la Avenida de la Albufera… José Ignacio ha llegado a hacer series, lo más cercano que puede concebir al final de la vida, y se ha resignado a tener que hacer estiramientos, flexiones, ejercicios de fuerza y algo llamado «técnica de carrera». Y todo ello en grupo, frente a algunos de sus subordinados y subordinadas. Y como en segundo de BUP, ha dejado de hacer alguna que otra abdominal cuando el Míster no miraba.
«Sabe que pensará en su hijo, que anda lejos, en sus padres, más lejos todavía y sin billete de vuelta»
Se aproxima la hora, cuasi taurina, y el aperitivo no puede prolongarse ni esos calamares con rebocina arruinar su tarde épica. Tiene que llegar con tiempo y buscar su cajón, el que le ha podido corresponder por su marca acreditada, en Canillejas, su epifanía del 10k «en competición» – llegó en el puesto 7.890, le comunicó a Maricarmen todo ufano cuando salió la clasificación oficial.
«Pero nada como la San Silvestre» – le había repetido y repetido el Míster.
Maricarmen, algunos primos, han quedado en esperarle para jalearle en Villanueva con Serrano, donde la pastelería Mallorca. «Me dice el Míster que seré más bien yo quien os vea primero. Entonces todavía iré fresco, me dice el Míster».
Frisan las 16:15 y conviene encaminarse al Metro. En la línea 6 ya se arraciman a cientos los corredores con las mismas camisetas. Los hay con gorro de Papá Noel, los menos serios, los que ya se concentran, los veteranos que han hecho de su vida una colección de ritmos, distancias y pulsaciones imposibles.
Los hay primerizos, como José Ignacio, envidiables por ser su primera vez y por haberse atrevido. «Ahora ya solo toca disfrutar» – repetía el Míster ya mediado diciembre. José Ignacio saldrá del Metro y sentirá la congoja que también le habían anticipado. Y las emociones cruzadas, los recuerdos, las ausencias, las presencias y las encrucijadas ajenas. Sabe que pensará en su hijo, que anda lejos, en su familia allende los mares, en sus padres, más lejos todavía y sin billete de vuelta, en Mari Carmen, siempre en primera fila.
Pero sobre todo en María, la corredora excelsa que se eleva por encima de todos y frente a todo, para la que no hay malignidad que opaque su sonrisa divina.
Les deseo a todos un feliz 2023.