Tres timos del sanchismo
«La estrategia del PSOE para revitalizarse en 2023 se centra en trabajar tres ámbitos: las medidas sociales, la imagen exterior de Sánchez y la desinflamación de Cataluña»
La estrategia del PSOE para revitalizarse en 2023 se centra en trabajar tres ámbitos: las medidas sociales, la imagen exterior de Sánchez y la desinflamación de Cataluña. Lo único nocivo para la democracia liberal y el orden constitucional es lo último.
El sanchista está dispuesto a hacer de 2023 el año del debate sobre el encaje de la Constitución en lo que llaman «nuevos tiempos». Lo ha dicho la nueva magistrada progresista del Tribunal Constitucional: el «derecho de autodeterminación» es discutido y discutible, que diría Zapatero.
El resto, vale. Las políticas sociales clientelistas no son dañinas. Nos arruinan, cierto, pero tienen arreglo, y las cuentas siempre son menos importantes que las libertades. De las crisis económicas se sale, pero no con tantas heridas como de las dictaduras o de las derivas autoritarias. Un asalto al Estado como el que protagoniza el sanchismo causa daños que es muy difícil reparar. Además, crea una polarización social insufrible.
Si el sanchismo se limita a repartir dinero para ganar las elecciones estaría cumpliendo con el papel de la típica socialdemocracia que debería representar el PSOE. Pero hace tiempo que no es así. La propaganda redistributiva sanchista se acompaña de un discurso populista para la confrontación.
El peronista ibérico considera que de poco vale repartir si no se apunta que el adversario no lo haría. Lo apuntó Sánchez en el último semestre de 2022: la «coalición de progreso» no va a tolerar que las grandes compañías se forren a costa del sudor del pueblo, como hace el PP.
El reparto de dinero público quedará muy aparente en los informativos oficiales y de sus amigos mediáticos, pero el dinero que regala no es suyo. Nos lo quitó previamente con una voracidad fiscal sin límites, aumentando una deuda pública ya desorbitada, y usando los fondos europeos sin control. Quiere que en 2023 se oiga tras cada noticia de política social la frase: «con la ayuda del Gobierno».
El otro ámbito que no hace daño, aunque dé vergüenza ajena, es la presentación de Sánchez como un actor mundial. Esto también se apuntó en 2022, aunque este año nuevo se ha apretado mucho la agenda preparando la presidencia de turno de la Comisión Europea.
El propósito es que los españoles creamos que tenemos la suerte de contar en Moncloa con un estadista internacional admirado en el mundo entero. En Moncloa creen que esta imagen funciona a modo de impermeable para la lluvia de críticas nacionales, que quedan como la manifestación de la ignorancia cateta.
El éxito en estos dos ámbitos supondría tener a Sánchez como un hombre de Estado de talla mundial trabajando para los más pobres. Cumpliría así con los dos requisitos del progre; ya saben, ese que parte de que España es el problema y Europa la solución, y, por otro, que su moral es muy superior.
El tercer ámbito de trabajo, y aquí está el daño a la democracia, es «desinflamar» Cataluña que, dicen, inflamó Rajoy. Atención, porque para el sanchismo y los separatas el culpable del golpe de 2017 no fue el independentismo, sino el PP, que llevaba la falda muy corta y quería volver a casa sola y borracha.
La «desinflamación» empezó con los indultos, la eliminación del delito de sedición, y recalibrando la malversación a gusto de los golpistas. Esto se ha sumado a la asunción de su discurso victimista y de su lenguaje.
Ahora van a por los pilares constitucionales que impiden la independencia. Estos se empiezan a resquebrajar cuando son objeto de debate para cavar dos trincheras: una para los «inmovilistas» y otra para los progresistas.
El sanchismo quiere un debate constituyente sobre el Título Preliminar, donde están las bases de la soberanía nacional y la unidad de España. No se escapa el Título VIII, el de la ordenación territorial, porque su artículo 149 establece las competencias exclusivas del Estado que para sí quieren los nacionalistas catalanes y vascos. Por último, pero básico para demoler la base constitucional, es el Título II, donde se articula la Corona.
En estos títulos se encuentran las barreras legales para la secesión. El sanchismo cree que iniciar un debate sobre la vigencia de la Constitución le hará parecer progresista, en contraposición a la derecha, y reforzará su alianza con los nacionalistas. No hay en esto sentido de Estado, sino cálculo partidista del PSOE y personal de Sánchez.
En definitiva, son los tres timos del sanchismo para 2023, que harán de España un país más pobre y desarticulado, con un aumento de la crispación social y de la desafección al orden constitucional. Todo un lujo.
«Además, crea una polarización social insufrible»
El Criminólogo sigue con la «, polarización «…
Se llama polarización (en España) cuando alguien da una bofetada a otro (suelen ser la izquierda y los nacionalistas) y este otro se queja (la derecha sociológica, no el PP). Si se queja mucho, entonces posible llamarle radical e inmovilista por no tolerar en su totalidad las bofetadas que su agresor le apetezca arrear.
Mimar a Frankenstein es vital para seguir en La Moncloa, con ayudas sociales no solo necesarias, sino también las que movilicen el voto de izquierdas, convocatorias de plazas de la administración (son dos estrategias electoralistas muy viejas), perfil internacional de Sánchez (también le gustaba mucho a Aznar), calentar el ambiente con alguna consulta en Cataluña para ir moviendo ficha en la organización territorial, memoria histórica (algo habrá con el Valle de los Caídos), a lo mejor alguna cosilla que agite el tema religioso (no sé cómo irá la explotación política de la pederastia clerical, uno de los asuntos más siniestros de la Iglesia), máquina propagandística a toda castaña (aquí la derecha tampoco se queda corta y hace lo que puede).
No miman a Frankenstein. Le ponen cachondo, que es distinto.
Sí, pero no son timos. Porque ya no engaña a nadie, los que aún le votan saben de sobra lo que va a hacer y les importa una higa. Y le vota mucha gente de forma incondicional.
Nos vamos al carajo y hay muchos que lo celebran.
Les votan porque desde el otro lado se han aceptado las premisas. Se los ha legitimado.
Ese s el problema de fondo.
La política del bombero pirómano del establishment «patrio» ha legitimado el discurso antiliberal encapsulado en esas «necesidades» sociales, de reconocimiento exterior y para finalizar de fregamentación de España. Por eso se sigue votando «eso» aún a sabiendas de que nos lleva a donde nos lleva.
Que no se compre un timo no significa que no lo sea. Hay gente que fuma sabiendo que produce cáncer.
Estoy de acuerdo en que el otro lado ha contribuido a atarnos la soga al cuello. Y lo seguirán haciendo mientras siga al mando la corriente socialdemócrata en el PP.
Pero aún así yo creo que los votantes de izquierdas e independentistas de este país ya se rigen por un sentimiento más primitivo, algo tribal. A estas alturas me parece que aceptarían cualquier cosa de su partido, porque siempre encontrarán algún vestido de seda con el que vestirlo y sino siempre se podrán refugiar en el dogma incuestionable de que los otros aún son peores.
Sí, es indiscutible que la intención es engañar aunque ya no les sea posible hacerlo. Sus votantes son como esos fumadores que, cuando se les recuerda el riesgo de contraer cáncer, contestan: «de algo hay que morir».
Estoy de acuerdo. Las ideologías son religiones, y los partidos sus iglesias. Los votantes izquierdistas y nacionalistas se han convertido en feligreses. Nunca pierden la fe y votan a los suyos aunque sus clérigos sean unos idiotas y unos mangantes.
Efectivamente, la cosa ha adquirido unos tientes tribales «siniestros» (y va con segundas). Pero también de secta.
Dice en otro comentario que son como esos que metidos en una adicción dicen que de algo hay que morir. Y es muy cierto. Hay una pulsión suicida en mucho de lo que hacen. Tenga en cuenta primero que en todas las adicciones hay una componente previa de autodestrucción, el que va a ser adicto sabe/intuye que aquello acabará mal, y pese a eso (o por ello) cae. Muchas veces los avisos que hay en las cajetillas refuerzan en el adicto su instinto de autodestrucción y se recrean en ello, aunque parezca imposible.
El problema de los suicidas es que muchas veces (no siempre) no conciben morir solos. Prefieren hacerlo acompañados para que la posibilidad de arrepentirse por el camino se minimice y el suidio tenga mas sentido.
Tiene a los de la secta de Jum Jones en la Guyana. Donde a los que no se querían suidar los suidaron. O a esos en Japón que quedan por las RRSS para suidarse juntos. Mayormente por CO en coche. La necesidad de algunos adictos de que otros se eganchen es un clásico.
La coincidencia de ese sentimiento tribal con el de las adicciones y las pulsiones suicidas, pulsiones de muerte (de ahí su odio a la familia tradicional que trae niños al mundo, a los que se oponen al aborto o a la eutansia no es casual).
La pena es que esas pulsiones se amparan en mecanismos de poder social muy poderosos. Y el PP no ha querido sustraerse de usarlos para asegurarse su cuota de poder.