Nicolás Redondo y el presente
«Su trabajo ha contribuido a asentar las bases para que España esté viviendo una etapa de prosperidad y estabilidad democráticas sin precedentes»
Inicio estas líneas atenazado por la inmediatez de la desaparición física de Nicolás Redondo, pero acosado por la necesidad de saber expresar la que es mi convicción profunda en el espacio material de unas hojas en blanco, que tengo que cubrir de letras que expresen un relato pero con ideas, y en el espacio temporal del presente, que es muy lejano del presente en el que Nicolás Redondo inició su trabajo sindical, no en términos históricos, prácticamente un suspiro en el tiempo, sino en razón de los vertiginosos cambios acontecidos en España en los últimos 25 años.
Mi profunda convicción es que el trabajo sindical, y político, desplegado por Nicolás Redondo ha contribuido a asentar las bases para que España, a pesar de nuestros graves problemas y de nuestra indeclinable tendencia a malbaratar lo que somos y hacemos cuando estamos juntos, esté viviendo una etapa, la de la Constitución del 78, de prosperidad y estabilidad democráticas sin precedentes.
Esto ha sido posible por un pacto implícito de tres generaciones para arrancar a España del atraso, la autarquía autoritaria y la autoconmiseración. Esas tres generaciones son, la de mi padre que, junto al suyo, desde el sur y el norte de España, combatieron con las armas en la mano para derrotar al fascismo, la suya, en la que se integran los niños de la guerra (él lo fue al alejarlo sus padres del horror enviándolo hasta el final de la guerra a Francia) y también lo es Adolfo Suárez en circunstancias muy distintas de las de Nicolás, siendo la tercera la generación de la que formaron parte presidentes de Gobierno de España, como Felipe González o José María Aznar.
Estas tres generaciones, obviamente con edades y experiencias muy distintas, fueron capaces de identificar las bases para el avance de la sociedad española, colmando nuestras esperanzas de pertenecer a la Europa de la libertad y los derechos sociales, que solo conocíamos tangencialmente por la experiencia, en general amarga, de la emigración, y por la presencia masiva de turistas ingleses, alemanes y franceses, muchos de ellos de familias trabajadoras y no potentados podridos de dinero.
De aquella voluntad compartida para borrar la dictadura se alumbró la Constitución Española de 1978, la segunda en permanencia tras la de 1876, pero, a diferencia de aquella, de impecable factura democrática. Esta Constitución fue posible por renuncias a mantener privilegios y también renunciar a expectativas.
Nicolás Redondo renunció a liderar el Partido Socialista, en la primera mitad de los 70 y con Franco vivo, desde la conciencia de que la generación más joven, la de Isidoro, alias de Felipe González en la clandestinidad, ofrecería mejores expectativas y conexión con la realidad española, ya muy cambiada, que la que su propia generación podría ofrecer y así daba mas fortaleza a la propuesta del PSOE, cuya dirección volvió al interior, porque la represión de los años 50 la había desplazado al exilio francés.
Nicolás Redondo se centró, afortunadamente para los trabajadores españoles y la UGT de España, en el trabajo sindical, más acorde con su carácter discreto, combativo y absolutamente consciente de los cambios laborales que había que abordar, inevitablemente en España, para cambiar una legislación laboral falsamente proteccionista y efectivamente autoritaria, que prohibía la libertad sindical y mantenía una estructura esclerotizada en las empresas españolas.
Los Pactos de la Moncloa son evocados con frecuencia como la base de la transformación económica de España desde la política intervencionista y obsoleta de la dictadura hacia una economía abierta, y ahora incluso invocados como fórmula para sortear los enfrentamientos políticos.
Estos pactos no fueron suscritos por los sindicatos, pero, en paralelo, la UGT de España preparó el terreno junto a la recién fundada CEOE, para avanzar en los cambios profundos que necesitaban nuestras relaciones laborales, mientras otras organizaciones sindicales mantenían una postura insostenible, como así se demostró, pretendiendo mantener ciertas ventajas individuales de la legislación laboral franquista y las estructuras industriales obsoletas junto a reformas de apertura democrática y colectiva.
Nicolás Redondo y la UGT (los demás sindicatos no estaban por la labor) fraguaron acuerdos, a finales de los 70 y principios de los 80 con la CEOE de Ferrer Salat y José María Cuevas, para asentar las relaciones colectivas de trabajo y el reconocimiento de los sindicatos en el ámbito de las empresas españoles, se firmaron contenidos sobre productividad y absentismo y se pactaron fórmulas para fijar la jornada laboral anual máxima, aportando la necesaria flexibilidad en la jornada laboral, y como contrapartida este acuerdo facilitó la promulgación de las leyes de 40 horas semanales y las vacaciones pagadas de 30 días. Eran aquellos años de crisis profunda, aumento del desempleo y desbocamiento de la inflación, con cifras del 25%, que relativizan la dimensión de las cifras actuales. Para conciliar el triple objetivo de preservar en la medida de lo posible el empleo, garantizar al menos el poder adquisitivo de los salarios y propiciar la reducción del peor enemigo de las rentas salariales como es la inflación, se acordó una fórmula de negociación por bandas y cláusulas de salvaguarda salariales que contribuyeron en gran medida a conciliar los tres objetivos.
Aquellos fueron años de renuncias y sacrificios, pero el objetivo era la integración en Europa, que se produjo en 1986, para enlazar una etapa de crecimiento económico soportada en gran medida por la aportación de los fondos europeos, para lo que había que cumplir con las reglas de la CEE. Y eso hizo necesario, en cualquier caso, lo era, abordar una reconversión industrial con un gran coste en empleo y desindustrialización en determinados territorios, con bases fuertemente sindicalizadas y decididas, legítimamente, a defender sus empleos y derechos laborales. Fue de nuevo la UGT liderada por Nicolás Redondo, y en solitario, la que planteó alternativas negociadas para amortiguar aquel duro impacto, y en la expectativa de que se restañaran y compensaran los sacrificios laborales una vez integrados en Europa y en una nueva situación de crecimiento económico, como se produjo en la segunda mitad de los años 80.
«Nuestro barco constitucional y social tiene cuadernas resistentes que aguantan a pesar de las embestidas externas y los asedios internos como los de los independentistas»
La obsesión era el crecimiento económico, por parte del Gobierno socialista ya en su segundo mandato y manteniendo la mayoría suficiente para gobernar, sin definir un horizonte nítido de compensación y, a su vez, con el erróneo planteamiento de que se podría crear más empleo desatando la temporalidad en los contratos. Ese planteamiento provocó la mayor huelga general que ha existido, y que no tendrá parangón, en nuestra etapa democrática. La del 14-D de 1988. De aquella huelga se pretendió culpar a Nicolás por sus enfrentamientos, se decían personales, con Felipe González, desde una simplificación, mas bien simpleza, rayana en la vagancia mental sin base de sustentación, refutada solo con constatar que fue una huelga convocada por UGT, CCOO y el resto del movimiento sindical, no privativa de nuestra organización, y con unos objetivos sindicales que compartía, como se demostró, por su participación, la inmensa mayoría de la clase asalariada española. Aquella huelga abrió un periodo fructífero de negociación que se desplegó en escenarios de diálogo social con los gobiernos autonómicos, y que culminó con la definición del sistema de pensiones públicas no contributivas, que completó nuestro sistema público de pensiones.
Aquella huelga reabrió el debate sobre la necesidad de desarrollar constitucionalmente la huelga, que en puridad significa pactar el marco de servicios esenciales y arbitrar un procedimiento para identificar los servicios que hay que garantizar a la sociedad en caso de huelga. Los sindicatos nos aprestamos a la negociación, apartando contrapartidas como era inevitable, y alcanzamos un preacuerdo con los negociadores del gobierno socialista, que no se elevó a proyecto de ley porque Felipe González disolvió las Cortes y convocó elecciones generales, y el proyecto pasó al baúl de las cosas perdidas.
Nuestro mundo es muy diferente, con las redes sociales, Internet, la revolución digital, que están desordenando el mundo y han demostrado la necesidad de regulaciones democráticas, para la propia salud de la convivencia democrática. España está aguantando razonablemente bien, porque nuestro barco constitucional y social, con el apoyo solidario de la UE, tiene cuadernas resistentes que aguantan. Es verdad que no sabemos cuánto y hasta cuándo con las embestidas externas, la globalización, la competencia internacional y las crisis medioambiental y energética, y los asedios internos como los de los independentistas. Nuestro aguante democrático se asienta sobre el esfuerzo y el sacrificio, materializado en normas, convivencia y cultura social, que aportaron aquellas tres generaciones, distintas por origen, edad y vivencias personales. ¿Sería posible ahora reproducir aquel pacto sobre el futuro? No solo sería posible sino esencial. A veces pienso que la dificultad mayor estriba en que quienes se tienen que poner de acuerdo son prácticamente de una generación, y tienen perfiles académicos y vivenciales muy parecidos, más allá de su ubicación ideológica y partidaria, y son intercambiables, en gran medida. Puedo estar equivocado…
Nicolás Redondo era 25 años mayor que yo. Vivió una etapa irrepetible y muy difícil de la historia de España. Era sobre todo un hombre bueno y muy respetado por gente muy distinta, tanto dentro de España como en el sindicalismo internacional. Es verdad que cuando avanzamos hacia la vejez tendemos a analizar el presente y el futuro con criterios que nos merecen confianza, que suelen beber de experiencias del pasado. Ese producto, lógico de la edad, Nicolás lo contrarrestaba con una avidez permanente por seguir la actualidad. Hasta algunos meses antes de su fallecimiento me enviaba artículos, algunos de revistas y periódicos franceses (hablaba y entendía perfectamente el francés, quizás como reflejo de su condición de niño de la guerra en Francia), porque quería contrastar con prensa extranjera y estar al corriente de los debates de actualidad en la vecina Francia. Siempre conté con su apoyo, revestido a veces de critica constructiva, y aliento. Ahora echaré de menos su palabra, y esperaré, en vano, que me remita aquellos artículos que le merecían interés.
* Cándido Méndez fue secretario general de la UGT entre 1994 y 2016 y presidente de la Confederación Europea de Sindicatos entre 2003 y 2007.