THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Píos deseos para 2023

«Que el pluralismo sustituya a la polarización, que la tolerancia organice la convivencia y que las instituciones funcionen de acuerdo con la legalidad»

Opinión
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Píos deseos para 2023

Ilustración. | The Objective.

Creo que muchos españoles, con ideas e intereses distintos, pudieron estar de acuerdo con las línea esenciales del mensaje navideño de Felipe VI, en especial con su contenido más sustancial: se encuentra a faltar diálogo y entendimiento para evitar la actual división social, el deterioro de la convivencia y la erosión de las instituciones. Tres problemas centrales para España que vale la pena comentar porque probablemente serán, o mejor dicho seguirán siendo, grandes protagonistas en el año político de 2023.

La división social, es decir, el pluralismo, es algo connatural a toda sociedad democrática. El pluralismo político, incluso es considerado en el artículo 1º de la Constitución -junto con la libertad, la justicia y la igualdad- como un valor superior del ordenamiento jurídico. Por tanto, la división y el pluralismo, entendidos en ese sentido constitucional, no son contrarios a la idea de unidad sino precisamente forman parte de la misma. Por tanto, división y pluralidad están en el sustrato social de toda democracia e inspiran las reglas, también las jurídicas, de una convivencia sana.

Si es así, ¿por qué el Rey se refirió a la división como problema? No soy, ni debo ser, intérprete de sus palabras pero imagino la causa: la actual división política, pero también social y cultural, es malsana y peligrosa, porque adquiere forma de polarización, es decir, se concreta en la idea reduccionista de amigo/enemigo según la cual con el de enfrente nunca no hay posibilidad de entenderse y el objetivo político debe ser acabar con él. Es el bien contra el mal, el blanco o negro.

Por tanto, la confrontación política no se soluciona mediante acuerdos y pactos, siempre insatisfactorios para cada una de las partes, pero en definitiva la mejor solución para el conjunto, sino mediante la obstrucción total a las políticas de la parte contraria y la imposición por el método que fuere de las propias. Entendemos el conflicto político como guerra, como batalla por la existencia que necesita acabar con el contrario, y no como controversia pacífica que debe canalizarse a través de normas jurídicas.

Pero, además, la polarización divide a la sociedad en dos bloques separados por una frontera imposible de transitar: o estás conmigo o estás contra mí. El pluralismo de partidos se reduce a eso. Ni bipartidismo imperfecto, ni cuatripartidismo, ni pluripartismo. La polarización política es otra cosa sustancialmente distinta.

«La contienda política en una democracia polarizada es una lucha entre enemigos y considera legítimo saltarse la legalidad»

Distingamos. La contienda política en una democracia pluralista se lleva a cabo como una lucha entre adversarios y dentro de los límites legales; la contienda política en una democracia polarizada es una lucha entre enemigos y considera legítimo saltarse la legalidad si ello conviene para sus fines, siempre superiores a los medios. Es una democracia sin Estado de derecho, una democracia iliberal y populista, no una democracia constitucional como la nuestra. Todo ello nos conduce a Carl Schmitt, como ayer recordaba en este mismo periódico Quintana Paz, a una auténtica zona de peligro.

Esta polarización política se ve acompañada por un deterioro de la convivencia, quizás mucho más acentuado en el plano de la política que en el plano social pero que en parte empieza a contagiar a ésta y si seguimos por este camino la acabará contagiando del todo. ¿En qué punto se nota este deterioro? A mi parecer en una falta de tolerancia, una virtud que está en el origen del mundo moderno y es causa del progresivo reconocimiento de los derechos basados en los valores de la libertad y la igualdad. En estos inicios de la modernidad encontramos, entre otras, las grandes figuras de Erasmo, Montaigne y Locke, los tres reflexionaron sobre la tolerancia, estamos en los siglos XVI y XVII, y en los Países Bajos, Francia y Gran Bretaña. Las guerras no pueden justificarse nunca en motivos religiosos: esta fue entonces la razón básica y la finalidad de esta virtud fundacional. Fernando Vallespín, conocido profesor de Teoría Política, publicó hace un año su libro La sociedad de la intolerancia (Galaxia Gutemberg, 2021) que a la vez es una denuncia de la intolerancia actual y aboga por una cultura de la discrepancia. Dice Vallespín: «Uno aprende de quienes discrepan, de quienes transgreden, no de los afines (…) El principal elemento de la cultura liberal que se halla en peligro es, por reconducirlo a una única palabra, la tolerancia». La tolerancia está en retroceso y ello se refleja en el visible deterioro de la convivencia.

«Un fraude parlamentario no solo es un desafuero legal sino, sobre todo, un ataque solapado a la democracia»

Por último el Rey hizo referencia también a la erosión de las instituciones, muy intensa en los últimos meses pero que se arrastra desde hace años. Sobre ello hemos tratado en artículos anteriores, el abuso de poder es una característica del actual Gobierno, pero también resulta incomprensible que la oposición impida desde hace cuatro años la renovación del Consejo General del Poder Judicial.

No vamos a reiterar lo tantas veces dicho pero sí añadir que en el centro de todo este desbarajuste está la falta de autoridad de la Presidenta y de la Mesa del Congreso que le impide exigir que las leyes se tramiten de acuerdo con normas y que se nombren a tiempo los cargos correspondientes para evitar los fraudes de ley que se están permitiendo, algunos de los cuales pasarán a la historia como modelos de infamias parlamentarias. Ahora no queda espacio pero en próximos artículos los iremos desvelando: un fraude parlamentario no solo es un desafuero legal sino, sobre todo, un ataque solapado a la democracia. Así pues, mis píos deseos para 2023 son que el pluralismo sustituya a la polarización, que la tolerancia sea un principio que organice la convivencia y que las instituciones funcionen de acuerdo con la legalidad. Con el riesgo, naturalmente, de que ustedes, queridos lectores, me llamen ingenuo. Pero por si acaso hoy lo entregaré por escrito a los Reyes… a los Reyes Magos, por supuesto.

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