THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

Moncloa sí paga a traidores

«Lo sucedido en Brasil o EEUU, con la marca de la extrema derecha, aquí ha sido protagonizado por los grupos que conforman la actual mayoría en el poder»

Opinión
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Moncloa sí paga a traidores

Seguidores de Bolsonaro son desalojados de un campamento en Brasilia. | Reuters

Para buscar un paralelismo español a lo sucedido en el rally bolsonarista de Brasilia, y antes en Washington con el trumpismo escenificando su epítome dramáticamente esperpéntico en el Capitolio, hay pocas dudas: la sedición procesista de 2017 en Cataluña y desde luego el Rodea el Congreso, inicialmente denominado Ocupa el Congreso promovido por Podemos contra la investidura de Rajoy. O su versión más ramplona de la Alerta Antifascista con la que PSOE y Podemos llevaron autobuses para rodear el Parlamento de Andalucía cuando se producía una alternancia después de casi cuatro décadas de dominio socialista hegemónico.

Claro que esto desbarata la estrategia de la izquierda española de identificar estos fenómenos con «la extrema derecha». Es el mensaje más repetido tras la invasión de los poderes del Estado en Brasil. Sánchez ha hablado de esos «movimientos ultras dispuestos a arrollar con todo». Pablo Iglesias de «fascistas» concluyendo que son peores los fascistas mediáticos que el fascismo armado. Rufián señalaba a Vox. Sin embargo, identificar esto con la extrema derecha (y conviene recordar que en España se ha denominado extrema derecha también a PP y a Ciudadanos) no se va a convertir en verdad por más que se repita goebbelsianamente mil veces.

En España ha sido un fenómeno de la izquierda y del nacionalismo secesionista.

No se requiere un análisis demasiado perspicaz para reparar en que finalmente esto, antes que una expresión singular de la extrema derecha, se corresponde  con los populismos radicales, los nacionalpopulismos radicales, de un extremo o de otro. En efecto, en EEUU o Brasil por el lado de la derecha antisistema; y en España, por esos nacionalpopulismos que representan Esquerra y Junts, Bildu y también Podemos. Es difícil no reparar en que todos ellos son los socios del PSOE que además han alimentado el auge de Vox.

«’Rodea el Congreso’ se proponía boicotear la investidura de Rajoy que ellos calificaban de «ilegítima»

Rodea el Congreso, concebido como Ocupa el Congreso por el 15M y los grupos DRY (¡Democracia Real, Ya!) que  negaban la legitimidad de las instituciones democráticas, se proponía boicotear la investidura de Rajoy que ellos calificaban de «ilegítima». La entonces jefa de gabinete de Iglesias, Irene Montero, consideraba que era un «ejercicio democrático»: «Para nosotros es motivo de orgullo porque implica que la democracia funciona». Antes que la nomenclatura sediciosa en Cataluña, esa retórica fue articulada por Podemos, un partido de notorias raíces antidemocráticas. Se requirieron casi 1.500 antidisturbios y no fue a más porque se valló San Jerónimo y también las calles adyacentes. Hubo violencia.

Claro que, como tantas veces, la inspiración provenía de Cataluña, donde se rodeó el Parlament en 2012 y se agredió a los diputados, de modo que fue necesario recurrir al helicóptero para el presidente de la Generalitat, la presidenta de la Cámara, y los líderes de Esquerra o el PSC, además de los consellers. Artur Mas, líder del nacionalismo en ese momento –no uno del PP, eh, sino el capo di tutti i capi del nacionalismo– denunciaba «violencia» y «agresiones a diputados» en ese ataque contra el Parlament.

Pocos años después, los dirigentes nacionalistas en Cataluña bendecirían la violencia como expresión «democrática». Apreteu!!

Esos son los antecedentes claros en España de esos atentados iliberales contra las instituciones y la cultura democrática. Deslegitimarse es algo que el PP y el PSOE han hecho ya demasiadas veces, desde la victoria de Zapatero en 2004. Pero lo sucedido en Brasil o EEUU, con la marca de la far right, aquí ha sido protagonizado por grupos que irónicamente ahora tienen todos un rasgo común:  conforman la actual mayoría en el poder con un bloque que un notable dirigente socialista, atemorizado por la amenaza del sanchismo contra el propio PSOE, bautizó como Frankenstein. Era, claro, Rubalcaba. La connivencia de medios afines y de intelectuales de trinchera para promover el sectarismo y desacreditar las instituciones con discursos plagados de mentiras han marcado la trayectoria del monstruo.  

Y en ese Frankenstein están todos los que han protagonizado esos incidentes. El PSOE ha integrado como socios a Esquerra o Bildu, y por supuesto a Podemos. Incluso a los que llegaron demasiado lejos, y fueron condenados, el PSOE les concedió el indulto y ha eliminado su delito. Se ve que Moncloa sí paga a traidores. 

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