THE OBJECTIVE
Teodoro León Gross

La burbuja antimonárquica

«Para el nacionalpopulismo se ha convertido en obsesión cuestionar la Monarquía con la certeza de que eso desestructuraría lo que llaman Régimen del 78»

Opinión
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La burbuja antimonárquica

El rey Felipe VI, durante su tradicional discurso de Navidad. | Europa Press

Esta última semana llena de ruido y de furia, después del pronunciamiento del TC que levantó un relato tan incendiario como grotesco sobre el enmudecimiento de la soberanía popular en las Cortes, por supuesto proclamado altisonantemente desde las propias Cortes, sucedió un pequeño episodio menor, apenas anecdótico, en el cara a cara del Senado entre Sánchez y Feijóo. El presidente, muy celebrado por la claque de conmilitones, le reprochó sus insultos al líder de la oposición: «¡Menos mal que no venía usted a insultar a la política nacional!». Es un reproche lógico, con una pequeña salvedad: Feijóo no había pronunciado ningún insulto. De hecho, nada que se pareciera a un insulto. Sánchez, sencillamente, llevaba memorizada su intervención, elaborada por los cabezas de huevo de Moncloa y escrita por sus speechwriters; y no iba a permitir que la realidad le estropease la arenga.

Nada raro. Sucede en cada sesión de control, en cada pleno, en cada sesión solemne… Nadie oye a nadie. Sólo dan su brasa particular.

El discurso del Rey cada año es un termómetro de esta norma, que bordea la parodia en el caso del nacionalpopulismo, aunque no son los únicos que tienen diseñada su respuesta antes de oír al Rey. Lo suyo recuerda el caso de aquel legendario crítico literario al que su director, extrañado por el contenido de los textos, le preguntó si realmente leía los libros que criticaba en el periódico:

– No, no… no los leo para no dejarme influir.

Notoriamente algunos no oyen al Rey para no dejarse influir al comentar el discurso del Rey. Eso podría modificar sus prejuicios, sus consignas, sus marcos mentales. Y es obvio que el Rey es sólo una coartada para dar rienda suelta a los fetiches que forman parte del burdo aparataje ideológico. Algunas de sus exigencias de lo que debería decir el Rey resultan simplemente ridículas, como si le correspondiera al jefe del Estado actuar como un cruce de Echenique y Lilith Verstrynge, entre el sectarismo y la indigencia. Paradójicamente, si el Rey dijese lo que le reclaman que diga, entonces sí que se parecería a los que en Podemos denuncian que es. Después está lo de Vox, que parecen querer ver a don Pelayo redivivo. En definitiva es un ejercicio curioso pararse ahí, a oír o leer sus valoraciones: ¡parece imposible que estén hablando del mismo discurso!

«Cada grupo ideológico se aísla en su burbuja consumiendo medios que reafirman su relato»

Y ni siquiera habría que irse a los extremos de la derecha o la izquierda para dar con esos contrastes delirantes. Sucede dentro del mismo Gobierno.  Podemos defendía «la falta de legitimidad democrática en la jefatura del Estado» –esa moda de negar la legitimidad– que incapacita a Felipe VI para «cumplir adecuadamente con la función institucional de arbitrar y moderar los poderes del Estado». Y sus socios del PSOE, por el contrario, que «el mensaje de S.M el Rey Felipe VI demuestra que tenemos un Jefe de Estado consciente de los desafíos del país, europeísta y sabedor de que solo desde la unidad, el respeto a la Constitución y la integridad de las instituciones en tiempos difíciles». Echenique los caricaturizaba como súbditos. Entre los principales aliados del PSOE, como Esquerra, el presidente de la Generalitat catalana sostenía que tras el discurso de ese Rey sin integridad se reafirman más que nunca en sus valores republicanos contra «la estructura institucional del régimen del 78». El otro socio de la mayoría de legislatura, Bildu, ponía al Rey cabeza abajo, que no necesita mucha hermenéutica. Con esos socios, sorprende lo que en el PSOE dicen del Rey.

En realidad todo es un puzzle de monólogos, aunque se le denomine conversación pública. Ese es un rasgo determinante en la polarización con el efecto burbuja. Poca broma. Mark Lilla ha alertado sobre una sociedad cada vez más dividida al vivir en realidades paralelas: cada grupo ideológico se aísla en su burbuja consumiendo medios que reafirman su relato, y proyectándose en las redes con sus followers bajo el espejismo de estar en el lado correcto frente a los enemigos. Ese tribalismo fracturado del que habla Lilla en El regreso liberal por supuesto se propone minar lo común. Lo que Todd Gitlin denominó El crepúsculo de los sueños comunes.

No es raro que algunos ataquen con particular saña al Rey, con relatos desconectados de la realidad para dar rienda suelta a la consignas antimonárquicas. Los factores que más pueden unir son precisamente aquellos sobre los que las burbujas iliberales percuten con más enconamiento. Para el nacionalpopulismo se ha convertido en una obsesión cuestionar la Monarquía con la certeza de que eso desestructuraría lo que llaman Régimen del 78. Algo mucho más que anecdótico.

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