Tribunal 'Sanchinstitucional'
«La composición del actual Constitucional definitivamente rompe con el hilo que lo conectaba al espíritu constituyente»
El TC no va a escapar a la manipulación institucionalizada del sanchismo. Claro que la pregunta es: ¿y por qué el TC iba a ser una excepción?
La hipótesis de que Conde Pumpido sea el Tezanos de la doctrina constitucional, utilizando el TC como el CIS, y la constitucionalidad como la demoscopia, es simplemente obvia. Para más casuística, ahí está el INE. En definitiva, como establecen las leyes de Murphy, lo que va mal, tiende a ir a peor.
Es fácil imaginar a Sánchez interpelando a su entorno: «¿El Constitucional de quién depende? ¿De quién depende?¿Eh? Pues ya está». Sí, exactamente lo mismo que Sánchez pensaba y decía de la Fiscalía. Y, ya puestos, ha elevado para el TC a un fiscal general que tiene acreditada su fidelidad perruna, su inequívoca vocación de servicio a la causa, del mismo modo que en la Fiscalía puso a una ministra del mismo perfil como Dolores Delgado.
La composición del actual TC definitivamente rompe con el hilo que lo conectaba al espíritu constituyente. No ha tenido nunca antes una composición tan descaradamente gubernamental, tan desahogadamente partidista. Más allá del fiscal general en los siete años de zapaterismo, favorito de Sánchez, hay un ministro de Sánchez, sin dos años siquiera de cesantía, y una alto cargo de Sánchez en Moncloa, con acreditada vocación servil, y una vicepresidenta del mismo bloque de Sánchez… El Tribunal Constitucional es el Tribunal Sanchinstitucional.
«El Constitucional afronta el reto de soportar el desprestigio de Conde-Pumpido»
Ayer El País titulaba: «Conde-Pumpido afronta el reto de recuperar el prestigio del Constitucional». Pero más bien el TC afronta el reto de soportar el desprestigio de Conde-Pumpido. En el discurso de Trevijano como presidente saliente, donde hizo una declaración apasionada sobre la independencia de los magistrados y la libertad de conciencia, dejó un recado a su sucesor: «La ausencia de espurios vínculos y su indeclinable independencia son exigencias de su legitimidad de origen y de ejercicio». Tampoco es demasiado probable que le quitara el sueño a su sucesor.
¿Cómo no pensar en Rubio Llorente, en el documental Un Tribunal para la Constitución, sosteniendo que no se podía nombrar a Aurelio Menéndez pero no por su altura y prestigio, sino por algo mucho más simple: «Había salido en los papeles como candidato del Gobierno, y el Tribunal nacería herido de muerte si eligiera a quien había sido preconizado por el Gobierno». Ahora volvamos a 2023 con la desolación inevitable de Conde-Pumpido.
En fin, Cándido ya se encargará, como el personaje de Voltaire, de hablar del mejor de los tribunales posibles; al que guiará Sánchez con el mensaje panglossiano de «tout est au Vieux» («todo ocurre para bien»).
La realidad, claro está, estará lejos de eso. Al menos María Luisa Balaguer se movía entre líneas, pero de aquí en adelante el trincherismo va a ser la norma. Se consuma el deseo largamente perseguido por el poder sanchista de trasladar el bloquismo parlamentario al TC . Y como en el frente salvaje de Verdún de 1916, despedazarse es la única opción por la propia lógica de las trincheras. Del consenso al reparto de cromos, de ahí a las cuotas partidistas, para terminar así, rompiendo las últimas reglas no escritas con un rodillo que será de ida y vuelta. Definitivamente, como concluía Elisa de las Nuez, el Tribunal Constitucional no va a poder cumplir su función efectiva de contrapeso. Otro paso atrás en los equilibrios del sistema.
Las democracias liberales se deterioran; es un hecho. Y el debilitamiento de la cultura política liberal en muchas de las democracias occidentales propicia, como apuntan no pocos politólogos, giros más o menos difusos hacia el autoritarismo. Sí, no siempre son fáciles de percibir, por el sectarismo pero sobre todo por la dinámica progresiva y compleja de un fenómeno que va más allá del populismo, etiqueta poco útil una vez convertida en cajón de sastre, aunque el nacionalpopulismo sea una de sus patologías. Algunos de esos politólogos recuerdan que las democracias mueren, y no por un shock repentino. Allá cada cual con su valoración sobre el sanchismo, pero es poco discutible su determinación de que todo el sistema debía plegarse a su poder. Y dejará secuelas. Esto, claro está, se difumina con el barniz de la retórica progresista, que algunos oyen como se oía tocar a la orquesta del Titanic frente al iceberg en las aguas de Terranova.