Los sabios motivos del embajador iraní
«El diplomático quiso minimizar daños hasta que un nuevo estudio de ‘Science’ demuestre que sólo estrechar la mano no contagia una enfermedad irreparable»
En la recepción de los Reyes al cuerpo diplomático ha llamado la atención que el embajador de la República Islámica de Irán, ese país donde matan a las mujeres que no llevan bien puesto el velo y ahorcan de una grúa al que proteste, se negase a estrechar la mano a la reina Letizia. Se supone que cometió esa descortesía –que estaba prevista, a juzgar por la reacción impasible y sutilmente glacial de la Reina- debido a las costumbres de su tierra, considerando además, en una recámara de su conciencia, que una mujer que además es, en punto a religión, una infiel, es a priori impura e intocable.
En el Ministerio de Igualdad supongo que todas, todos y todes estarán echando humo, considerando que el gesto del señor embajador es una manifestación heteropatriarcal de tomo y lomo, ostentosa e insultante, por más que inclinase la testuz y se llevase la mano al pecho en señal de respeto.
Pero antes de que publiquen un atrevido manifiesto exigiendo la inmediata expulsión del embajador de nuestro país, deberían considerar la posibilidad de que el gesto impertinente no responda a dogmas religiosos y ridículas tradiciones machistas sino a un atenta lectura de la prestigiosa revista Science.
En efecto: investigaciones allí publicadas recientemente revelan que algunas enfermedades graves y potencialmente letales que hasta ahora creíamos que no eran contagiosas, como el cáncer o la diabetes, se pueden contagiar a través del microbioma. O sea: la comunidad de microorganismos, hongos, bacterias y virus que habitan en la piel o en el tracto intestinal. La transmisión, sostiene el estudio de Science, puede ser extremadamente fluida en el caso de las personas cercanas, especialmente las que conviven.
«Dos personas que conviven comparten el 12 % de las cepas bacterianas que cada una de ellas tiene en el aparato digestivo»
Sin duda el embajador está convencido, como lo estoy yo, de que estas investigaciones basadas en las muestras de heces y saliva de 5.000 personas de 20 países serán respaldadas por nuevos estudios y ulteriores y más alarmantes comprobaciones de la peligrosidad del trato y el contacto humano. De momento ahora ya sabemos que dos personas que conviven, una pareja, comparte el 12% de las cepas bacterianas que cada una de ellas tiene en el aparato digestivo. Se las pasan a través de la saliva de los besos o por cualquier otra forma de transmisión o de contacto que aún están por descubrir.
Está claro que la convivencia, determinada por norma general por el amor o la simpatía, conlleva riesgos hasta ahora inauditos. «Va a resultar», piensa seguramente el embajador, «que Howard Hughes no era un neurótico que se podía pagar medidas de protección extravagantes contra sus temidos microbios, sino un hombre sensato y un precursor».
Seguro que habrá pensado, al leer la revista Science, que este nivel de mímesis microbial es un nuevo golpe que asesta el Conocimiento al orgullo del ser humano, que ha pasado de ser el rey del universo a colonia de virus y recipiente de colonias de virus ajenos. Es cada vez más evidente que la humanidad opera como un gran hormiguero, un organismo en red. ¡Qué difícil se va volviendo la autoestima!
Copérnico estableció que la Tierra no es el centro del universo, sino otro planeta más, orbitando alrededor del sol. Darwin, que no estamos hechos realmente a imagen y semejanza de Dios, sino que somos la evolución de un simio. Freud, que nuestras decisiones no dependen sólo de nuestra voluntad, sino también de fuerzas y traumas de los que quizá ni siquiera somos conscientes. Marx colocó la economía como la realidad central de las sociedades, en torno a la cual pivotan los valores y los idealismos como interfaces más o menos agradables. La epigenética –el estudio de la información cultural que se transmite al margen del ADN pero transmitiéndose como él a las siguientes generaciones- va a ser la tumba de la responsabilidad individual y del libre albedrío. Ahora sólo faltaba saber que la vida en común es peligrosa y que cada uno es recipiente y origen causal de las taras del cónyuge.
Ante esta situación, y por si acaso, el embajador de Irán quiso minimizar daños: estrechó la mano del Rey – qué remedio, a la fuerza ahorcan, se jugaba la expulsión inmediata-, pero consideró factible ahorrarse el contacto con la Reina. Se trataba de minimizar daños hasta que un nuevo estudio de Science demuestre que sólo estrechar la mano no contagia alguna enfermedad irreparable. Hombre prudente. No quiere morir por cortesía, ni por delicadeza.