THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

Deseo ser monstruo

«El llamado Trastorno Identitario de la Integridad del Cuerpo es un raro síndrome que se manifiesta precisamente con el deseo de llevar vida de discapacitado»

Opinión
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Deseo ser monstruo

Erich Gordon

Seguramente el lector, que navega por la prensa digital, se habrá visto desagradablemente sorprendido por las imágenes de un hombre azul, de aspecto monstruoso, que se ha amputado orejas, nariz, labios y dos dedos de cada mano para darle a éstas aspecto de ser extraterrestre, se ha deformado adrede el rostro con extraños implantes, y declara: «No soy un monstruo, soy el alienígena negro».

Se llama Anthony Loffredo. Tiene 35 años pero aparenta cien. El lector probablemente habrá pasado a la siguiente noticia sin prestarle atención. Yo no, yo me he sentido interpelado y he estudiado un poco el caso de este señor que prefiere ser un monstruo extraterrestre de aspecto repugnante que un ser humano común y corriente.

Así he descubierto que el tal Loffredo estuvo hace un par de años por tierras españolas, concretamente en Lugo, con una gira de la empresa francesa de tatuajes en la que trabaja. La Voz de Galicia le entrevistó, pero el tipo no parece muy expresivo y el periodista no logró arrancarle ninguna frase inolvidable, salvo el proyecto de seguir adelante con su transformación amputándose una pierna para instalar en su lugar una prótesis.

Como ahora Loffredo sigue hablando de amputarse una pierna, como es evidente que lleva tiempo relamiéndose con la idea de la mutilación, he pensado que acaso padece un extraño síndrome llamado Trastorno Identitario de la Integridad del Cuerpo, llamado BIID por sus siglas en inglés. Es un raro síndrome que se manifiesta precisamente con el deseo de llevar vida de discapacitado. A veces, los que lo padecen en su estado menos grave se conforman con llevar prótesis ortopédicas que en realidad no necesitan para nada, o circulan con muletas o en silla de ruedas, por lo menos en los ratos de ocio y en los fines de semana, fuera del horario laboral. Pero su más ardiente deseo es amputarse uno o varios miembros, quedarse inválidos, paralíticos o ciegos.

«Son manifestaciones de un narcisismo inverso; resulta difícil sentir simpatía por un enfermo así»

Recuerdo de hace diez años el caso de la señora Chloe Jennings-White, una señora de Salt Lake, Utah, que estando perfectamente sana quería operarse para convertirse en paralítica. Finalmente consiguió un cirujano que le paralizó de cintura para abajo. La vi en unas fotos, después de la operación: sentada en una silla de ruedas, ahora ya de forma obligada e irreversible, sonreía a la cámara, la mar de contenta.

La causa del BIID, dicen los expertos, puede ser un defecto en el sistema nervioso que impide al cerebro tener una percepción nítida del cuerpo, verlo en su integridad, y entonces uno siente que uno o varios miembros no son suyos sino una incómoda excrecencia. O quizá, aventuran otros, radique en una fijación psicopatológica: en su infancia, el enfermo de BIID se fijó en alguien a quien admiraba y que padecía una invalidez, y a partir de entonces lo tomó como un modelo con el que mimetizarse también en lo físico. O acaso ese niño se sentía malquerido y creyó que, como amputado, atraería más cariño y atención, y esa idea se convirtió en pauta para el resto de su vida.

Son manifestaciones de un narcisismo inverso; resulta difícil sentir simpatía por un enfermo así. Imagino que quedo con un amigo para dar un paseo por el Retiro y me dice: «Si no te importa, llevaré unas muletas. Me gusta la idea de caminar con ellas», comprendo que padece un BIID, y me gustaría asestarle algunos bofetones, «a ver si así se le pasa la tontería». Pero con el horrendo señor Loffredo no siento esa tentación, pues prefiero mantenerme lo suficiente lejos de él para no verle, tan desagradable es su aspecto.

Él quiere ser una ruina humana como no la soñó Beckett en sus pesadillas. Antes que un hombre cualquiera prefiere deformarse para parecer un alienígena de película de serie B. Eso es llevar el anhelo de distinción, que puede ser plausible, hasta extremos literalmente monstruosos. No sé si le anima un masoquismo extremo, el BIID, un genuino rechazo de la idea del ser humano, o una soberbia desquiciada.

Salvo algunas excepciones, los demás tampoco estamos muy contentos de cómo somos. A la mayoría nos gustaría ser más perfectos, más guapos y jóvenes, más inteligentes, más en todos los sentidos, y gustar más a cuanta más gente mejor. Camino de deseos quizá tan ilusorios como los de Loffredo, e igualmente condenados a la ruina, pero que por lo menos no nos obligan a amputarnos.

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