La conquista de la imagen
«Para Podemos no cabe rectificar. Ahora todo se desarrolla en un escaparate. Lo que luego pase, arruinando sus buenas intenciones, será culpa de la reacción»
El historiador José Antonio Maravall explicaba el viraje racionalista de la Ilustración, acudiendo a uno de los relatos pedagógicos al uso en la época. Una marquesa interrogaba a un abate newtoniano sobre las diferencias entre el nuevo estilo de pensamiento, basado en las ciencias naturales, y el añejo de la escolástica. En la representación del mito de Faetón, sabemos ahora, explicó el abate, que el protagonista se eleva porque un juego de fuerzas le hace subir; el viejo pensamiento lo resolvería afirmando que cumplía su finalidad de ascender hacia el sol. Para la visión racionalista, una vez definido el objeto de la escena, lo esencial era que el sistema de pesos y contrapesos funcionase.
Las reformas legales promovidas recientemente por Podemos responden a ese modo de pensamiento prerracionalista. La finalidad lo justifica todo. Al ser su objetivo fundamental afirmar el carácter progresista de todas y cada una de las leyes propuestas, resulta secundario el ajuste técnico de la ley a las exigencias de su aplicación. Nada debe detener al carro del sol. Atendiendo a las reglas del dualismo radical vigentes en UP, toda corrección a la baja sería tanto como incurrir en el conformismo de la derecha, desvirtuar el contenido revolucionario de sus propuestas. Lo que luego pase, arruinando sus buenas intenciones, será culpa de los agentes de la reacción, los nefastos jueces en primer término. Por mucho que se les den explicaciones y pruebas, no rectificarán. De cara a cualquier propuesta de elección racional, se mantienen como el diablo Mefistófeles en Fausto, en la postura inamovible del «espíritu que siempre niega». Lo suyo es ser antisistema, frente a cualquiera de los males del presente aplicar el principio de the world turned upside down. Lo pagaremos todos, y paradójicamente ante todo la exigencia reformadora que tiene anti sí la izquierda.
Lo ocurrido con la ley del solo sí es sí, y lo que verosímilmente sucederá con las leyes trans y del Bienestar Animal, resulta inevitable tras la experiencia de la primera. La finalidad de aquella es loable, y debiera ser compartida por la generalidad de los ciudadanos. Incluso por debajo de las formas agresivas de violaciones y acosos sexuales, el ejercicio de la superioridad masculina ha sido una constante de las sociedades contemporáneas. Pero una deficiente redacción, de la cual es el primer responsable Sánchez, como jefe de Gobierno, ha mostrado los efectos catastróficos de su aplicación por los tribunales. Solo que para Unidas Podemos no cabe rectificar. Ahora todo se desarrolla en un escaparate, de cara la opinión pública, a ver quién arregla las cosas o las mantiene como un principio feminista sagrado. De reconocer responsabilidades, nada. De aprovechar la ocasión para rehacer a fondo el entuerto, tampoco. En esa confusión, Yolanda Díaz ha puesto de relieve la cortedad de su oferta alternativa. Y siempre el espectáculo: juntemos en debate al 8-M para ahí pescar adeptos con demagogia.
Por otra parte, en esta permanente guerra por hacerse con la imagen positiva y destruir la del oponente, no solo son utilizados los proyectos y las leyes discutibles, sino cualquier incidencia aprovechable. Como sucede en las modernas tácticas de fútbol, más que construir la jugada, donde te vas a encontrar con el bloque defensivo del adversario, cuenta robar el balón en campo contrario, aprovechando sus errores. Es lo que ha sucedido con el torpe comentario de Isabel Díaz Ayuso al elogio a la Sanidad pública por parte de la viuda de Carlos Saura, sin percibir la connotación que incluía su reconocimiento del trato recibido por el personal sanitario en aquella. Entró al trapo, dejó ver que no valía para ella elogiar únicamente a lo público. Y en un momento tan conflictivo como el actual, y en espacio tan poco favorable como una necrología, recibió una respuesta agria y descalificatoria.
«A diferencia de Ayuso, Feijóo logra contener la agresividad, pero sin desplegar una argumentación alternativa»
Ni Pedro Sánchez, ni Pablo Iglesias hubiesen cometido un error semejante en el pressing continuo contra el PP. En sus réplicas, a diferencia de Ayuso, Feijóo logra contener la agresividad, pero sin desplegar una argumentación alternativa y conformándose con la declaración de que la ley trans ha de ser derogada por ser una «chapuza legal». No aborda una crítica de la concepción inherente a la ley, ni a sus previsibles consecuencias prácticas. Ahí está para debatir la reincidencia en la concesión de una plena autodeterminación a los menores, incluso en el tema de la modificación genital, sumado al cambio administrativo de nombre y condición sexual, al margen de la opinión de los «progenitores». Ni mención de otros aspectos secundarios, pero no irrelevantes, como es el cambio de sexo posible para condenados por el sí es sí para cambiar a voluntad su situación penitenciaria, o el problema de las atletas, habida cuenta de que por mucho que prediquemos la igualdad, subsiste la diferente capacidad física de los dos sexos. Feijóo solo confía en un fracaso del tipo sí es sí.
La necesidad de una ley de Protección y Bienestar de los animales resultaba evidente. No más galgos colgados, ni perros y gatos abandonados o maltratados por sus propietarios. Ni toros de la Vega ni gansos de Lekeitio. La educación de los propietarios, la exclusión de las especies invasoras, el cuidado exigible y el respeto a los animales no domésticos en general son adquisiciones de la nueva ley. Claro que tampoco conviene llevar a la normativa jurídica la visión de las películas de Walt Disney, hominizando a los animales vertebrados como portadores de derechos. Fernando Savater lo ha precisado: «Los animales no tienen derechos, porque tampoco tienen deberes». Pero ningún argumento afecta a la voluntad de Ione Belarra: invertir la relación entre hombres y animales, desde el supuesto de la culpabilidad potencial de los primeros. Pudo verse desde que insertó en el organigrama de su Ministerio de Asuntos Sociales nada menos que una Dirección General de Derechos de los Animales, que ahora se proyecta sobre el título de la nueva ley.
El feliz mundo al revés pasa por alto que una rata puede ocasionar perjuicios sanitarios graves a la población humana, lo mismo que una serpiente venenosa, o que en otro sentido un rottweiler, sigue siendo potencialmente peligroso, con independencia de que dé todos los signos de pacifismo en el examen del especialista, habida cuenta de la participación del amo en el procedimiento. Por lo demás, la nueva ley no ha alterado la valoración jurídica de casos evidentes de sufrimiento animal, como son las corridas de toros.
En suma, el respeto a los animales, la estricta regulación de su trato, no han de conducir a fijar de antemano la igualdad entre la especie humana y el mundo animal. Reconocer la diferencia no excluye la estricta protección y el fomento del bienestar en el segundo, ni la concepción hegeliana de la vida en el planeta como una «hermosa totalidad», compuesta por hermosos colores, cielo, arroyos, plantas, animales, que como cabeza de la misma toca al hombre culminar y mantener. Con otro lenguaje, lo expresa desde el surrealismo la pintora Leonora Carrington, autodefinida hembra humana animal, en el mundo mágico contenido en la admirable exposición que ofrece Mapfre de Madrid, en paralelo al proceso legislativo.