THE OBJECTIVE
David Mejía

Un año de guerra y el presidente en Kiev

«El compromiso del Gobierno no es proporcional a la pomposidad presidencial. España, cuarta economía de la UE, ocupa el puesto 18 de la lista de contribuyentes»

Opinión
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Un año de guerra y el presidente en Kiev

Pedro Sánchez y Volodimir Zelenski.

«Sabes que es historia cuando no ha ido como esperabas». Así arrancaba un artículo reciente del historiador Timothy Snyder. La tesis es sugerente: solo puede ser histórico lo que es inesperado. Admitiría matices, claro, pero perdería encanto, y perdería foco: Snyder quiere subrayar la imprevisibilidad de los episodios que nos ha dado un año de guerra en Ucrania, desde la propia invasión a la resistencia homérica del pueblo ucraniano. Lo primero nos recuerda que las guerras expansionistas en suelo europeo no son cosa del pasado. Lo segundo, que no hay que subestimar la tenacidad de quien defiende su libertad. La tercera conclusión, implícita en las dos anteriores, es que la democracia es tan dependiente de la fuerza como de la libertad.

Es evidente que el heroísmo no basta para contener una ofensiva militar; no sabemos qué hubiera pasado sin la solidaridad económica y militar de Europa y Estados Unidos. Inesperado ha sido también observar al presidente Biden convertido en líder global, invirtiendo el aislacionismo de Barak Obama y la excentricidad prorrusa de Donald Trump. Biden, con sus decrépitos andares y todos sus despistes, entendió desde primera hora que la neutralidad de Estados Unidos sería devastadora no solo para la soberanía de Ucrania, sino para la moral de las democracias que la observan. Si Rusia hubiera tomado Ucrania con la celeridad deseada por el Kremlin, y presumida por todos, la desmoralización de los demócratas habría implosionado, allanando el camino a alternativas peores. Ya estamos suficientemente desanimados por el sirimiri de noticias que diariamente pregonan la regresión democrática como para asumir que una tiranía puede invadir, conquistar y someter a un país soberano sin alterar ninguna agenda nacional.

El caso de España es particular, porque en el Gobierno conviven tres sensibilidades. Por una parte, está el ala socialista, alineada con la postura europea, por otra las ministras de Podemos, que se oponen a prestar apoyo militar a Ucrania y, finalmente, la de la vicepresidenta Yolanda Díaz, que propone trabajar «con denuedo» (sic) en alternativas pacifistas y diplomáticas (Díaz debe tener cuidado: si se pone un poco más de perfil corre el riesgo de desaparecer).

«Lamentan las penurias de la guerra sin mencionar a Vladimir Putin, su inductor»

Dudo que exista otro Gobierno en Europa donde convivan posturas tan enfrentadas respecto a la guerra. Y es una lástima que nuestra vocación de homogeneizarnos con lospaísesdenuestroentorno no llegue a tanto, porque no me acostumbro a que ministros de mi país incurran en el fariseísmo de cantar «no a la guerra, sí a la paz» y sugerir que esta se consigue impidiendo que Ucrania se defienda. Lamentan las penurias de la guerra sin mencionar a Vladimir Putin, su inductor, algo así como clamar contra los efectos secundarios de la quimioterapia sin mencionar el cáncer.

La impresión general, escuchando las suntuosas declaraciones del presidente Sánchez, es que el discurso del PSOE es el del Gobierno. Pero quien observe los datos comprobará que el compromiso del Gobierno de España no es proporcional a la pomposidad presidencial. Si tasamos el compromiso con Ucrania en los millones de euros comprometidos en ayuda financiera, militar y humanitaria observamos que España, cuarta economía de la UE y decimocuarta mundial, ocupa el puesto 18 de la lista de contribuyentes. Quién lo diría viendo la solemnidad con que el presidente Sánchez viaja a Kiev y vestido de guerra declara: «No os dejaremos solos».

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