THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

La izquierda y la prostitución

«Se nos presentaron como ‘feministas’ mientras daban pellizcos en el culo a una meretriz. Eso sí: pagado con dinero público. Es difícil que quepa más hipocresía»

Opinión
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La izquierda y la prostitución

Manifestación feminista en Madrid.

Lo personal afecta a las decisiones políticas. Quien lo niegue está mintiendo. La vida privada confiere un carácter y una interpretación del mundo que impregnan la manera de hacer política. Así que, cuando veo a las podemitas tan viscerales con el tema del patriarcado, el machismo y demás oprobios no dejo de pensar en los hombres que las rodean. 

Atas cabos y las cosas cuadran, sobre todo cuando la historia de los últimos decenios nos ha deparado tantas historias sobre el vínculo íntimo entre los cargos públicos socialistas y la prostitución. Y, si me apura, también el relato del uso de la autoridad para conseguir favores sexuales o relaciones que de otra manera, y dado el poco atractivo objetivo, nunca habrían tenido.

A esto hay que añadir que las relaciones se mantienen dentro del ámbito cercano, y que las carreras políticas desde los veinte años deparan un historial de «compañerismo» muy largo. Por esto no dejo de preguntarme por el tipo de relaciones paternas, sentimentales y laborales que estas podemitas y, por supuesto, sus compañeros socialistas mantienen con los hombres de sus respectivos partidos. Permítanme que esta vez vulgarice y claudique a la simpleza de colectivizar a las personas en dos grupos: machos y hembras. 

Es innegable que hay una tendencia entre algunos cargos de izquierdas a cosificar a las mujeres. Son objetos sexuales, trofeos o floreros. Incluso sueñan con azotarlas. En un arrebato de sobremesa no dudan en irse de putas, aunque poco minutos antes hayan llamado «machistas» a los adversarios de la derecha. No se escandalice: las cuotas solo han servido para cosificar el sexo. ¿Tienes vulva? Que se quite el que tiene pene porque ya hay muchos.

Esto viene de largo. Desde que Marx y Engels lo dejaron por escrito no hay duda. En su célebre Manifiesto comunista escribieron que en su paraíso las mujeres ya no tendrían que soportar la hipocresía capitalista. No, no. El matrimonio burgués sería sustituido por una «colectivización oficial, franca y abierta de la mujer». Lo de «oficial» asusta sabiendo que Orwell acertó con la aplicación del comunismo.

«Una vez que se llama la atención sobre la presencia de féminas en la foto ya se ha caído en la cosificación»

No vale decir que en la izquierda también hubo mujeres dirigentes porque es utilizar la excepción. Una vez que se llama la atención sobre la presencia de féminas en la foto o en el sóviet del barrio, ya se ha caído en la cosificación. Y cuando las mujeres se asimilan a cosas se abre el terrible abanico de las posibilidades de las contradicciones. 

Es por esto que aquí, en Europa, muchos intelectuales, artistas y políticos, al tiempo que echaban el bofe contra la explotación y hablaban de los derechos de las mujeres, no tenían reparos en frecuentar prostitutas. Por supuesto, aquí y al otro lado del charco. En los regímenes comunistas caribeños que tanto gustan a nuestros progres la prostitución no solo ha disminuido, sino aumentado. Ni siquiera es una profesión, sino un complemento salarial como en el siglo XIX europeo.

Hubo un tiempo en que la nueva izquierda lo intentó. Lo quiso con mucho fuerza, y ya se sabe que en su pensamiento mágico si se desea con intensidad se consigue. Hablaron de la liberación sexual y de la autodeterminación de la mujer incluso para vender su cuerpo. Prostituirse abiertamente era cool, y rompía los estereotipos morales de la sociedad tradicional. Luego, cuando concluyeron que el sexo es poder se volvieron puritanos, y ya con tan solo un piropo uno se convertía en un delincuente. 

La izquierda, sin embargo, no abandonó el discurso de empoderamiento femenino al tiempo que sus cargos públicos iban a clubes de alterne o abusan del cargo para «seducir» a meritorias. Han vivido en esta puñetera contradicción toda la vida. Se nos presentaron como «feministas» mientras daban pellizcos en el culo a una meretriz. Eso sí: pagado con dinero público. Es difícil que quepa más hipocresía, aunque estos revolucionarios de la nada siempre nos guardan alguna sorpresa. 

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