Hay polarización para rato
«El esfuerzo de Feijóo por ocupar el centro no servirá para acabar con la polarización mientras el PSOE se mantenga en el lado del radicalismo»
Hemos comprobado estos días la aversión que el partido del centro derecha de nuestro país despierta en la izquierda. Una anomalía, sin duda, en cualquier democracia madura, pero una realidad en España. Un Gobierno que fue capaz de elogiar «la responsabilidad» de Bildu por ayudarle a aprobar unos Presupuestos y un presidente que no dudó en destacar «el sentido de Estado» de Vox frente al anterior líder de la oposición, ha sido incapaz de emitir el menor gesto de agradecimiento al Partido Popular por su contribución para sacar adelante la reforma de una ley, conocida como «sólo sí es sí», que escandaliza al país.
Alberto Núñez Feijóo ha dado hasta ahora algunos pasos creíbles para situar a su partido en el centro. El Partido Popular nunca ha sido de extrema derecha, como han dicho sus rivales con desmedido sectarismo. Pero, en ocasiones, su retórica y sus actuaciones nos recordaban más a sus orígenes en la vieja derecha castiza que al moderno conservadurismo que hoy exige nuestra sociedad. Un perfil más nítidamente centrista, no sólo contribuiría a una mejor convivencia, sino que permitiría mejor acomodo para ese conjunto de votantes que prefieren alternar su apoyo entre los dos grandes partidos en función del comportamiento de cada cual. Esos son, en el fondo, los votantes que salvan nuestra democracia.
Sin embargo, ese movimiento de Feijóo hacia el centro no va a resultar sencillo. Se necesitan dos para bailar un tango, y es difícil el éxito de un partido de centroderecha sin el contrapeso de uno de centroizquierda y viceversa. Para que el PP se consolidara como un partido moderado de centro derecha, ya sea en el Gobierno o en la oposición, sería necesaria la existencia de un partido de centro izquierda similar a lo que en su día fue el PSOE. Y Pedro Sánchez no va a reconstruir una fuerza de centro izquierda. Ni quiere ni puede. Su apuesta ya está hecha. El Partido de Sánchez está abocado al radicalismo porque sólo en el extremo puede contar con los apoyos que necesita de forma imprescindible para continuar en el poder.
Hace tiempo que España dejó atrás el bipartidismo. Aunque el fracaso posterior de los dos partidos que surgieron como alternativa parece facilitar ahora un regreso a ese modelo, no es previsible que en las elecciones generales de finales de este año alguno de los dos partidos mayoritarios consiga una mayoría absoluta. Por supuesto, no el PSOE, que sólo aspira a poder repetir la coalición gubernamental y parlamentaria que ha construido en los últimos años. Pero tampoco el PP, al que ni siquiera las encuestas más favorables le auguran un resultado que le permitiera prescindir por completo de Vox.
«Cualquier esfuerzo del PP por ofrecer moderación y centrismo durante la campaña electoral se estrellará inevitablemente con la realidad de alguna forma de entendimiento con la extrema derecha»
Cualquier esfuerzo del PP por ofrecer moderación y centrismo durante la campaña electoral se estrellará inevitablemente con la realidad de alguna forma de entendimiento con la extrema derecha, lo que obligará a concesiones y renuncias que, aún sin que llegasen al nivel alarmante que hemos conocido con el Gobierno actual, podrían desfigurar la oferta original de Feijóo y poner en duda su proyecto centrista. En España, pero más aún en Europa.
Ni siquiera cabe descartar la repetición del espectáculo grotesco del candidato que promete con insistencia que jamás pactará con los extremistas para acabar abrazado a ellos cuando la aritmética electoral lo exige. Aún si el sentido del pudor de Feijóo nos evitase revivir esa escena, parece más difícil de eludir algún tipo de acuerdo con Vox que dificultará calificar de centrista al Ejecutivo naciente.
Es muy difícil ser centro derecha si no hay un centro izquierda con el que pactar. Y no lo va a haber. No lo va a haber porque el partido de Pedro Sánchez carece de la capacidad y la voluntad de hacerlo. Ni dispone de una fuerza electoral como para imponer su criterio en una izquierda dividida y radicalizada ni está dispuesto a ser un partido minoritario en la oposición utilizando su posición para equilibrar la política nacional con pactos en distintas direcciones.
Tampoco creo que el partido de Sánchez sienta la necesidad de hacerlo. De alguna forma sus pactos con los extremistas están ya descontados políticamente. Es como si la izquierda gozase, en ese sentido, de una impunidad que no se le concede a la derecha. No hay más que ver la naturalidad con la que se anticipa la posible repetición de la actual mayoría de gobierno, frente al espanto con el que se pronostica un acuerdo del PP con Vox.
Lo cierto, en todo caso, es que el partido de Sánchez no parece encontrar estímulo suficiente para regresar a la socialdemocracia, al centro izquierda, más que como pasaporte para viajar por Europa y la OTAN. Y sin ese centro izquierda es muy difícil que España pueda tener un centro derecha.
Conozco a dirigentes del PP más optimistas en este sentido. Los hay, incluso, quienes contemplan la posibilidad de una victoria por mayoría absoluta o con una cifra suficiente para gobernar en solitario, confiados en que Vox nunca pacte con la izquierda en el Congreso.
«Desde su llegada a Génova, la izquierda no ha dejado de intentar empujar a Feijóo hacia el extremo y, una vez convertido en presidente del Gobierno, tendría otros instrumentos para seguir haciéndolo desde la oposición»
Ni siquiera en esas circunstancias parece factible un centro derecha sin un centro izquierda. Por definición, ninguna ideología determinada puede apoderarse del centro. Ocurrió en los años del primer gobierno socialista, en un clima de mayorías sociales y consensos políticos muy diferente al actual. Pero es muy difícil que un partido político pueda aguantar hoy en el centro una presión desde el extremo sin recurrir él mismo a respuestas radicales. Desde su llegada a Génova, la izquierda no ha dejado de intentar empujar a Feijóo hacia el extremo y, una vez convertido en presidente del Gobierno, tendría otros instrumentos para seguir haciéndolo desde la oposición -huelgas, protestas, manifestaciones…-.
El equilibrio político de un país exige un espacio de centro compartido por fuerzas de derecha e izquierda comprometidas en la gobernabilidad. Ninguna alternativa eficaz se ha encontrado aún en ninguna parte del mundo. Es loable el esfuerzo del nuevo líder del PP por ocupar el centro, pero es dudoso su éxito si desde la acera de enfrente no se mueven en la misma dirección.