De 'Mary Poppins' a Silicon Valley
«Tanta ‘startup’ y tanta modernidad no evitaron que el SVB quebrara por lo mismo que el banco del señor Banks: por una estampida bancaria»
Entre los seis y los nueve años vi Mary Poppins entre 10 y 15 millones de veces. La grabamos de la tele y recuerdo la etiqueta de esa cinta de VHS desvirgada en la que, con caligrafía infantil, escribí «Mary Popins» (sic). Las buenas películas de niños nunca son sólo para niños. Mary Poppins, como La princesa prometida o Shrek, admite lecturas a todas las edades del hombre. Tardé muchos años en percibir que esta no era una película sobre una niñera mágica, ni sobre unos niños traviesos, sino sobre un padre que debe aprender a serlo. Y con Mary Poppins aprendí también mi primera lección sobre el sistema bancario.
Recordarán que la catarsis sucede cuando el señor Banks visita el banco con sus dos hijos y trata de convencer al pequeño Michael de que ingrese los dos peniques que ahorraba para la comida de las palomas. Michael se niega y aprieta el puño hasta que el señor Dawes, el decrépito director del banco, se los arrebata. La reacción ardorosa del pequeño provoca el pánico de los clientes, que deciden retirar todos sus ahorros y provocan la quiebra del banco.
«El Silicon Valley Bank (SVB) se convirtió el viernes en el mayor banco en quebrar desde la crisis financiera de 2008»
El viernes, el Silicon Valley Bank (SVB), prestamista de algunos de los nombres más importantes del mundo tecnológico, se convirtió en el mayor banco en quebrar desde la crisis financiera de 2008. Tanta startup y tanta modernidad no evitaron que el SVB quebrara por lo mismo que el banco del señor Banks: por una estampida bancaria. De hecho, es el modelo de negocio de las startups, necesitadas de sus ahorros cuando fallaron las rondas de financiación, lo que ha provocado la retirada sistemática de fondos. Para satisfacer las peticiones de retirada de sus clientes, el SVB vendió activos y finalmente se declaró insolvente.
El pánico se aceleró porque los clientes del banco eran, en su mayoría, empresas y personas con dinero, y estos temían su quiebra más que el ciudadano común. El motivo es simple: el Gobierno de Estados Unidos asegura un máximo de 250.000 dólares en depósito. El pánico bancario, inmutable desde Londres decimonónico a Silicon Valley.
Pero en esta historia hay otra lección. Hace ocho años, Greg Becker, presidente del SVB, presionó al Senado para que redujera el control sobre la entidad, alegando el bajo riesgo de su modelo de negocio. Lo consiguió tres años después, lobistas mediante. E hizo bien, porque sabía que la historia se repetiría: desrregulación, quiebra, rescate. Uno siempre puede contar con el Gobierno de Estados Unidos para salvar a los ricos de sus desmanes financieros. En aquel país, para banqueros y grandes depositarios, como para los héroes de Disney, el final siempre es feliz.