Ejemplos inciertos
«Igual que Vox prefiere ir a por el PP antes que a por el PSOE, al competir por el voto, Podemos buscará el enfrentamiento con los socialistas y con Yolanda Díaz»
Hubo una época en la que el tiempo en política estaba muy pautado. No me refiero a la época en la que Theodore Roosevelt podía estar un mes entero fuera de Washington, aislado en un bosque, en alguno de los cinco parques nacionales que estableció.
Me refiero a que, no hace tanto, partidos y candidatos tenían los tiempos muy pautados a entrar ante la opinión pública cuando estuviera un noticioso emitiendo o antes de que se cerrasen las ediciones de los periódicos.
Eso era todo.
Hoy en día la pauta ha cambiado. Hoy cualquier hora es susceptible de ser una buena ventana para emitir. Las redes sociales y el mundo digital abren un espectro de 24 horas para propagar una noticia o un anuncio.
Es más, los algoritmos de las distintas redes sociales obligan a mantener vivo un mensaje a lo largo de 12, 24, 36, 48… horas si uno quiere que, en serio, su mensaje percole (Sí, prometo que «percolar» es un verbo que existe en nuestro idioma y aplica a la capacidad de un líquido a moverse en un medio poroso, lo que lo hace terriblemente útil para símiles).
Cuando digo que hay una ventana abierta de 24 horas, no me refiero sólo a trolls y usuarios con insomnio, sino también a las cuentas oficiales de medios de comunicación dispuestas a hacer eco y ser los primeros en publicar (riesgo potencial) lo que les llegue en un teletipo.
«Un fin de semana con evento político ya no es un acto excepcional»
Tanto candidatos como partidos mantienen cierta holgura en la emisión y, si bien aún importa cuando se está conectando un medio en directo, también importa saber cuándo es el momento en el que un usuario se conecta a una red social, cuántos usuarios se conectan en ese momento y qué red social es usada por cuántos usuarios.
Así que un fin de semana con evento político ya no es un acto excepcional. Lo excepcional es que un fin de semana no haya acto político y, de ésas, hemos escuchado este fin de semana a la ministra Ione Belarra aquilatándose en la labor de su partido como parte del Gobierno. De sus palabras podemos extraer dos apuntes que, no por ser clásicos, deben pasarnos desapercibidos.
La primera es que hizo referencia al exalcalde de Barcelona y exministro de Industria de 2006 a 2008, Joan Clos como «el jefe de una de las principales patronales inmobiliarias de España» y le señaló como el responsable de que no se apruebe la ley de vivienda que quiere Podemos. Ya saben: mayor intervención sobre propietarios y fiar al largo plazo y a la providencia (mejor si es en forma de administraciones municipales) la construcción de vivienda social .
Una ideología tan adherida a las jerarquías como es la izquierda, se las pinta sola para desacreditar a organizaciones «enemigas». No importa si los enemigos son enemigos reales o enemigos generados por la necesidad de confrontación, pese a que no haya habido ninguna ofensa, afrenta, injusticia o agravio real.
Por decirlo de otra manera: no es Vox, no es el PP… no son las formaciones rivales. Son aquellos a los que es fácil culpar de lo mal que le va a la gente: hoy es Clos, igual que ayer fue Amancio Ortega o Juan Roig, no importa su capacidad de crear empleo, de atraer inversión o de generar riqueza.
De forma adicional, lo de «el jefe» es una manera de desacreditar a la persona equiparándola al cabecilla de una banda, porque los malos son poco menos que una mafia.
Pero Ione Belarra también cayó en un básico fácil en cualquier demagogia, pero altamente nocivo para el análisis con criterio. Tiró la ministra de un lugar tan común, que roza lo vulgar, como es la frase «hay mucha gente que piensa que…»
«Planta la acusación sin hacerse responsable de ella, porque la formula de forma indirecta»
Con ella pretendía dar por real una afirmación poco menos por aclamación cuando, lo mismo, si pegamos el oído, sólo escuchamos silencio. Aquí podemos ver cómo ha perpetrado una doble huida de la responsabilidad. Porque no hay mayor mentira que una frase que empiece por «la gente piensa», «la gente dice» o «la gente con la que hablo me cuenta».
No quiero decir si, encima, como Ione Belarra, lo dejas todo a un universo desconocido al decir «hay gente que» en plan, «me ha dicho alguien a quién le han dicho que…» Es decir: planta la acusación sin hacerse responsable de ella, porque la formular de forma indirecta.
Pero lo más gracioso de todo es que nada de esto compite por la virtud de la izquierda frente a los oligarcas, frente a los poderosos o frente a los poderes fácticos. Simplemente pone como justificación a una población incierta, que vale igual si es uno o si es un millón y, poco menos, que hace a esa incertidumbre rehén de una ocurrencia.
Ataca con ello al PSOE, porque pone como ejemplo de lo que hace el socialismo clásico una vez abandona el poder a un exministro socialista.
Compite, en consecuencia, por la virtud dentro de la izquierda, de la que ella y Podemos se quieren mostrar como máximos representantes. Buscan contrastar con «esos políticos» que llegan al Gobierno para, tras su mandato, sacar rendimiento de los años pasados en lo más alto de la Administración.
Ahora, si lo miramos desde el otro lado del orbe, aquí estará, al tiempo, el mayor peligro y la mayor ventaja del Partido Popular en campaña.
Igual que Vox prefiere ir a por el PP antes que a por el PSOE (que la moción de censura de la semana que viene no es contra Pedro Sánchez), al competir por el voto, Podemos buscará el enfrentamiento con los socialistas y, llegado el caso, contra Yolanda Díaz.
Así que, si el PSOE entra al enfrentamiento, el argumento del Partido Popular quedará libre en agenda, pero puede que falto de atención, porque el morbo de una pelea en el progresismo, insisto, puede mucho.