THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

En defensa de Peter Singer

«El premio Fronteras del Conocimiento en Humanidades y Ciencias Sociales de la Fundación BBVA al filósofo ha motivado la reacción iracunda de algunos medios»

Opinión
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En defensa de Peter Singer

El filósofo Peter Singer, en una charla Ted.

Quien era conocida como Pony fue encontrada en un prostíbulo de Borneo central, en Keremgpatngi, Indonesia, un lugar frecuentado por trabajadores de las cercanas plantaciones de palma y de la industria maderera. A Pony la habían depilado por completo, lavado, perfumado y pintado los labios. La mantenían encadenada a una cama y le habían extraído los dientes para que no mordiera a los clientes. Pony era una miembro de 12 años de la especie Pongo Pygmaeus. Una orangután, vaya.

No conozco a muchas personas que no se conmuevan con esta historia de liberación de un gran simio, una de tantas, y que en el caso de Pony requirió la intervención de un buen número de agentes de la policía indonesia. Pero, ¿qué es exactamente lo que está mal? 

El señor David Bennett de Baltimore murió el año pasado a los dos meses de recibir un trasplante de corazón proveniente de un cerdo previamente sometido a un procedimiento de edición genética para evitar el rechazo. No funcionó bien. ¿Por qué sí podemos usar la fuerza para extraer corazones de cerdo o babuino para el trasplante de órganos a beneficiarios como el señor Bennett y no para satisfacernos sexualmente con Pony? ¿Quizá porque el órgano es vital pero el orgasmo no? Muchos piensan que aun si no mediara la fuerza es moralmente ilícito –e incluso debe ser jurídicamente castigado- tener relaciones sexuales con animales no humanos. ¿Por qué? ¿Por qué sí podemos en cambio dañar a los animales todo lo que sea menester para comernos su carne o divertirnos?

«¿No habrá casos de eutanasia involuntaria justificada, es decir, de asesinatos piadosos?»

Viene todo lo anterior a cuenta de Peter Singer, el filósofo australiano al que se ha concedido el Premio Fronteras del Conocimiento en Humanidades y Ciencias Sociales de la Fundación BBVA, lo cual ha suscitado una cierta reacción iracunda en algunos pagos del patrio patio tuitero y mediático. ¿Cómo cabe justificar la atribución de igual valor a todas las vidas humanas, mientras que al tiempo atribuimos a la vida humana un valor que es superior a toda vida animal?, se preguntaba Singer allá por 2009. ¿Cómo compatibilizar el tan cacareado principio de la santidad de toda vida humana con nuestra rutinaria desatención a las vicisitudes de millones de niños en el mundo a los que podríamos salvar con el trivial sacrificio de no gastarnos el dinero en caprichos prescindibles como una costosa cena?, nos interpelaba en 1972. ¿No habrá casos de eutanasia involuntaria justificada, es decir, de asesinatos piadosos? ¿Qué hecho o característica moralmente relevante permite justificar el aborto post-viabilidad del feto y no así el infanticidio? nos invitaba a considerar en Ética práctica (1979), quizá, junto a Liberación Animal (1975), su obra más conocida, un libro que ha dado pie a miles de buenos y fructíferos debates en miles de aulas académicas en todo el mundo.  

Peter Singer, frecuentemente tildado como el «filósofo más influyente vivo», pero también como una suerte de depravado, es hodiernamente pasto de chanza y caricatura facilona y antaño objeto de «cancelaciones» sonadas cuando «boicotear», «hostigar», «censurar», «reventar» eran los verbos que fungían para negar la palabra al conferenciante, y, de paso, agredirle (Alemania, 1990); o promover, por una asociación de discapacitados, su «des-contratación» por parte de la Universidad de Princeton. Su caso evoca el escándalo que supuso la contratación de Bertrand Russell por parte de CUNY (City University of New York) allá por 1940, cuando un particular –Jean Kay- acudió a los tribunales aduciendo que su magisterio ponía en riesgo la moralidad de su hija si llegaba a ser su profesor. A la luz de las tesis de Russell sobre la permisibilidad del adulterio, las relaciones sexuales prematrimoniales, la masturbación durante la adolescencia, la homosexualidad o el nudismo, el juez McGeehan daba la razón al señor Kay concluyendo que: «… la personalidad del profesor es más influyente para la formación de la opinión de los alumnos que muchos silogismos» (Matter of Kay v. Bd. of Higher Education, N.Y. City, 173 Misc. 943, 18 N.Y.S.2d 821 (N.Y. Misc. 1940)).

«El filosofar de Singer es revoltoso y escandaloso porque no tiene empacho en formular las preguntas inaugurales»

Silogismos, precisamente silogismos y bien explícitos para no jugar con trampas, no le han faltado a Singer, y aunque no es este lugar adecuado, por razones suficientemente obvias, para someter a escrutinio una obra filosófica tan extensa, diversa y fértil, sí vale la pena insistir en algunas virtudes genéricas de ese su filosofar, que es revoltoso y escandaloso porque no tiene empacho en formular las preguntas inaugurales ni en someter a cualquier dogma – sagrado o secular-, intuición o emoción primaria al test de estrés de cuán bien resiste frente a otras creencias firmes albergadas y al despliegue de la razón. Y en esa tarea, imprescindible, urgente y necesaria por lo demás, pocos le ganan y menos aún se cuentan quienes lo hacen con su capacidad de sugerencia y amenidad. 

Lo peor que a uno le pueden decir cuando enarbola una tesis o defiende una posición filosófica o de otro orden es que «ni siquiera está equivocado». Singer yerra, a mi juicio, en muchas de sus conclusiones, porque su punto de partida –el utilitarismo de las preferencias- es inasumible. Las posiciones de Singer son por todo ello discutibles y discutidas, pero muchas de ellas han sido contribuciones que han mejorado en buena medida nuestra vida compartida (y ese «nuestra» va más allá de la humanidad) y algunas de nuestras instituciones y prácticas sociales. Muchos de quienes se escandalizan hoy por ese reconocimiento ni siquiera pueden estar equivocados. Su inasequible fideísmo les exime de ello. 

   

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