¿A qué estamos jugando?
«Mientras un veterano economista se refería a la historia del Imperio Romano, millones de españoles se preguntaban cuándo tocaría techo la inflación»
La moción de censura presentada por Vox e interpretada por Ramón Tamames ha sido la confirmación de un fracaso. O, si lo prefieren, una astracanada, un disparate, un esperpento… Lo más parecido a un sainete, mezclado con algunos números circenses, para mayor gloria de quienes no quieren entender la política como un servicio a los ciudadanos.
Como dijo el candidato y protagonista invitado a este lamentable espectáculo, no es procedente que el presidente del Gobierno se suba a la tribuna con un «tocho de folios» para hablar durante casi dos horas seguidas de lo que nadie le había preguntado. Ni tampoco es de recibo que la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se una a la fiesta vestida de blanco, para celebrar los éxitos del Gobierno y lanzar su candidatura a las próximas elecciones generales. Y, mientras tanto, el líder de la oposición ausente y deseando que el show montado por Santiago Abascal acabe cuanto antes.
Después de «este mitin preparatorio de las elecciones generales» –como definió a la moción de censura el propio Ramón Tamames– y del lavado de cara que Vox le ha puesto en bandeja a Sánchez, conviene reflexionar sobre algunas de las anomalías que más daño están haciendo a nuestra democracia. La principal de todas, el engaño premeditado. Esa mentira contumaz, que siempre va precedida por el desprecio al adversario.
En las sesiones de control de los miércoles, el Gobierno de Sánchez hace ya mucho tiempo que no responde a las preguntas concretas formuladas por otros grupos parlamentarios. Pasa olímpicamente de dar explicaciones sobre las cuestiones planteadas, a la vez que aprovecha sus intervenciones para el ataque a la oposición y para la propaganda. Es una anomalía grave, pero aquí no pasa nada. Es más, ha llegado un momento en el que ni el Gobierno responde a lo que se le pregunta, ni la oposición pregunta lo que había anunciado. Estamos, por tanto, ante un engaño en cadena.
«La ministra portavoz dedica más tiempo a criticar al PP que a informar de los asuntos tratados en el Consejo de Ministros»
Otro ejemplo paradigmático de la pérdida de calidad democrática a la que estamos asistiendo en España son las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros, donde la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, dedica más tiempo a criticar al Partido Popular que a informar de los asuntos tratados en el Consejo que acaba de finalizar. Ver a la representante del Gobierno empeñada en poner a caldo a la oposición, desde esa esa tribuna institucional, produce vergüenza ajena.
Sin embargo, este tipo de actuaciones y comportamientos, a fuerza de repetirlos una semana tras otra, dejan de llamar la atención. Se incorporan a la normalidad y apenas son ya criticados. Llega un momento en que incluso pasan inadvertidos, integrándose en las nuevas derivas y malos hábitos democráticos.
Mientras un veterano economista ponía el martes como ejemplo de feminismo a Isabel la Católica, pedía menos tochos y más concreción en los discursos, recomendaba cambiar el reglamento de la Cámara o se refería a la historia del Imperio Romano, millones de españoles se preguntaban cuándo tocaría techo la inflación y se detendría la subida de precios en los alimentos de primera necesidad. O miraban preocupados la evolución del euríbor, las listas de espera en la sanidad pública y las colas que se forman por falta de personal en las ventanillas de la Administración.
En definitiva, millones de ciudadanos preocupados por su economía y por el funcionamiento de los servicios públicos. Asuntos de los que, curiosamente, nadie habló en la moción de censura de esta semana.