THE OBJECTIVE
Juan Marqués

De las presentaciones de los libros

«Lo que un autor pueda decir de su libro es irrelevante, superfluo, por no decir que es contraproducente, sobre todo si se trata de un libro de poemas»

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De las presentaciones de los libros

Feria del Libro de Madrid | Europa Press

Lo estamos haciendo mal. Damos todos por supuesto que, a la hora de presentar un libro ante el público, hay que encontrar a una persona afín que vaya a desenrollar una ristra de elogios y vaya a lanzar preguntas cordiales, balones muy bien ‘colocaditos’ para que la autora marque golazos. Pero creo que es un error, incluso pensando en términos de conveniencia comercial. Del mismo modo que a menudo los políticos dan lo mejor de sí cuando acuden a emisoras hostiles, donde les reprochan cosas muy graves o pretenden atosigarlos con cuestiones incómodas, creo que un escritor podría brillar especialmente cuando se le pone en un aprieto, o que por lo menos tendría la oportunidad de explicar mejor su postura literaria o sus decisiones textuales cuando se le compromete un poco al obligarle a escuchar con buena cara objeciones argumentadas.

«Creo que sería positivo que, en el momento de una presentación, no se encuentren automáticamente envueltos en comentarios aduladores de una periodista o un amigo »

Lo que pasa en la política, insisto, nos debería dar pistas. En las escaramuzas de la literatura estamos acostumbrados a los dimes y diretes de la prensa: los escritores, cuando hay alguna controversia, se atacan o responden a través de columnas, cartas al director, derechos de réplica… Un escritor casi nunca se ve en apuros de una forma apremiante, lo cual, claro, es en general bueno: nadie desearía que se les haga boicots o escraches cuando van a firmar al Retiro, pero sí creo que sería positivo que, en el momento de una presentación, no se encuentren automáticamente envueltos en comentarios aduladores por parte de una periodista o de un amigo sino ante las preguntas incisivas de alguien que haga buena crítica, alguien que, con conocimiento real de la obra en cuestión (no sólo de la presente sino de la trayectoria) y en un contexto obviamente amable, sepa discutir cualquier aspecto de esa obra o incluso afearle detalles. No hablo, por descontado, de desear situaciones de tensión: es que creo firmemente que como digo podría ser no sólo mucho más divertido sino más útil, más informativo, más autoexigente. Creo que, en el fondo, cualquier escritor que merezca ser leído lo agradecería: verse junto a una ‘rival’ le ayudaría a explicar o incluso a explicarse mucho mejor su propia ‘filosofía’ literaria, su estilo, por qué ese argumento o ese personaje y no otros, por qué ese final tan inesperado, por qué esos cabos sueltos, por qué esas opiniones o esas digresiones o esa métrica…

No hay, por otra parte, ningún motivo para dar por supuesto que la presencia del autor en la presentación de su propio libro sea imprescindible, excepto por el tema de las firmas. En un momento en el que hasta en los clubes de lectura se reclama que las autoras estén presentes, por lo menos a través de las pantallas (lo cual, supongo, reprime un poco a la lectora que acudiese allí para opinar con soltura y libertad que el libro leído es una monumental castaña, y que por tanto convierte las tertulias en una prolongación de la promoción, en otra bonita foto o incluso una larga grabación de la que la editorial pueda presumir en las redes), yo apostaría por prescindir de los autores en la puesta de largo de los nuevos libros, hacer presentaciones in absentia. Lo que un autor pueda decir de su libro es, en muchos casos, irrelevante, superfluo, por no decir que es contraproducente, sobre todo si se trata de un libro de poemas. Habría que inhabilitar a los poetas para hablar de sus propios versos, no sólo por decencia civil sino por estética individual. Nada más penoso que aquellos que ejercen de críticos de sí mismos. En un libro tan hermoso como Vida en claro, por ejemplo, hay un capítulo tristísimo en el que José Moreno Villa habla de su obra poética, y es completamente desolador, deja mal cuerpo, se le ve la desesperación, la ansiedad, el infinito pesar por no haber merecido más lectores o mejores intérpretes de sus textos. No hay que hacerlo.

Y sea como sea, al hablar de una novedad editorial en una librería, estoy totalmente seguro de que la editora del libro, los correctores y hasta la ilustradora tienen cosas más inteligentes, pertinentes y agudas que decir sobre ese texto que el propio autor, quien probablemente no se ha enterado de nada o, lo que es más posible, anda muy confundido, sin buena perspectiva de las cosas, precisamente por haberlas engendrado él.

Creo que la apremiante disolución de los egos de los escritores podría empezar por ahí: cada vez que alguien se arranque con un «No, es que en mi libro»… detenerlo en seco: «No, usted no sabe nada de su libro, déjenos opinar a nosotras y váyase a escribir otro (y, si no es mucho pedir, que sea un poco mejor)».

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