En la muerte de Josep Piqué: una reflexión
«Piqué no fue sólo un político, un ejecutivo, o un intelectual, si no que fue todo ello a la vez, un producto distinto a la suma de las partes»
Nos quejamos de nuestra clase política y añoramos otros tiempos quizás con excesiva nostalgia, ¿el sistema político, o su práctica actual, contribuye a esa supuesta baja calidad de nuestra clase política? La inesperada muerte de Josep Piqué me ha suscitado esta pregunta y trataré de reflexionar sobre una cuestión tan irresuelta como difícil de solucionar.
Partamos de una base: Piqué no era un político ni un ejecutivo de empresa al uso. Desde luego no era un político profesional, durante pocos años de su vida desempeñó cargos públicos, pero tampoco era un funcionario o un experto al que se le requiere por sus conocimientos profundos acerca de una determinada materia. Tampoco creo que fuera propiamente un ejecutivo. aunque trabajó en diversas fases de su vida en altos cargos de empresas privadas. No era exactamente un académico o un intelectual. aunque sus intervenciones públicas, mediante escritos, conferencias o ponencias, tan frecuentes, tuvieran el nivel de excelencia que sólo es exigible a los mejores.
Por tanto, Piqué no fue sólo un político, un ejecutivo, o un intelectual, si no que fue todo ello a la vez, un producto distinto a la suma de las partes. En el transcurso de su vida profesional Piqué fue añadiendo sucesivamente muchas capas a una personalidad que ya de joven respondía a una profunda convicción: trabajar como profesional al servicio de su país, de lo colectivo, desde donde fuera, ámbito público o privado, por supuesto ganándose bien la vida siempre a condición de que se cumpliera la finalidad que constituía la razón de su vida.
Desde la universidad, pues ahí empezó; desde el gobierno autonómico; como más alto ejecutivo de una gran empresa, lo que ahora creo se llama CEO; desde el gobierno del Estado, desde la dirección del PP de Cataluña (ahí fue donde se equivocó) y en los últimos veinte años en funciones diversas y tan variadas como ser consultor de empresas, fundaciones y asociaciones de diverso tipo y participar en el debate público con opiniones propias. Siempre estaba dispuesto a colaborar trabajando si ello encajaba en sus convicciones. Su última pasión profesional fue la geopolítica y las relaciones internacionales, disfrutaba encontrando en los mapas una explicación plausible a lo que sucedía o podría suceder en el mundo. No en vano fue en su momento ministro de Asuntos Exteriores.
Josep Piqué fue, pues, un caso infrecuente en el panorama de los políticos españoles, quizás no único pero sí muy, muy, infrecuente.
Llegados a este punto nos preguntamos, ¿no deben abundar más las personalidades como Piqué? Si hubiera tan sólo treinta o cuarenta «piqués» al servicio de lo público que pudieran gozar de autoridad en amplios sectores de opinión y de la confianza, que no adhesión incondicional, de las principales fuerzas centrales de nuestro sistema, como fue su caso, ¿no mejoraría sustancialmente el conjunto de la clase política española? ¿No podríamos empezar a hablar de que tenemos una buena clase política, de estar satisfechos con ella, de no avergonzarnos de algunos de sus comportamientos?
«Hay miembros del Gobierno que nunca deberían haber llegado a tan altos puestos y eso sucede en todos sus grados»
Porque ahí nuestra democracia tiene un problema que no sabe resolver y que es clave para que funcione. Hay miembros del Gobierno que nunca deberían haber llegado a tan altos puestos y eso sucede en todos sus grados, los últimos nombramientos para cubrir vacantes en el Tribunal Constitucional y el Consejo de Estado han sido decepcionantes, se puede sostener que ello también sucedía antes, en todos los gobiernos. Pero la impresión es que ahora los incompetentes son demasiados; el más votado en unas elecciones internas de partido no es quien mejor puede desempeñar un cargo.
Ahora bien, quizás son excesivas las barreras que se les ponen a los mejores que tienen vocación de servicio público. Por un lado, las notorias diferencias de remuneración entre el sector privado y el público. Por otro, la exposición en los medios de comunicación de cuestiones privadas sin interés público, o el mismo inicio de procedimientos judiciales sin base jurídica sólida que pueden desacreditar a personajes sin culpa alguna, es decir, el miedo a que se falte a su honor y, cuando sea jurídicamente reparado, el mal ya sea irremediable.
Además, y no es cuestión menor, la prohibición de las llamadas «puertas giratorias» quizás puede ser conveniente para combatir la corrupción aunque también puede tener consecuencias indeseadas: provocar la inhibición de los muy cualificados por miedo a no poder seguir su carrera profesional tras el cese. Por último, no es infrecuente que el superior jerárquico evite rodearse de los mejores para que no le contradigan en sus decisiones ni le hagan sombra.
Por ello personalidades como la de Josep Piqué son tan excepcionales como convenientes. Convencido de su valía, trabajando incansablemente para conseguir ser de la máxima competencia profesional, no tuvo miedo en pasar de los público a lo privado, retornar a lo público sin miedo a que el mercado reconocería su valía en cuanto cesara o bien ofrecerse como punto de referencia de sectores que lo necesitaban. Siempre desde un criterio independiente basado en el conocimiento y la razón.
Claro que esto sólo pueden hacerlo personas de su valía, de su estatura moral, de su penetrante inteligencia, de su incansable voluntad de servicio a los demás. Hay pocos, pero estos pocos deberían tener el sentido de la responsabilidad social que ha tenido Josep Piqué a lo largo de toda su vida. Ello contribuiría a elevar el nivel de nuestra forma democrática de gobierno.